NEUQUÉN.– “Argentina es tierra de contrastes, de contradicciones. Un lugar donde hasta lo más extraño nos resulta natural. El vino argentino, de majestuosa simpleza, es capaz de representar al país en una síntesis de máxima calidad. Tradición de sabor joven, nuestro vino despliega en cada paladar sensaciones tan vastas como su tierra”, dice Alberto Arizu, presidente de Wines of Argentina (WofA).
En esa geografía de secuencias y variaciones que siempre nos llevan a asombros y remansos, sobresalen desde luego las tierras patagónicas: prometeicos territorios donde no se termina el mundo, sino más bien se continúan el panorama conocido en sus más elocuentes abstracciones.
La Pampa, Neuquén y Río Negro conforman la región del vino patagónico. La provincia de Neuquén es reducto de una gran actividad económica concentrada en la explotación de hidrocarburos. Pero es también escenario de excepcionales propuestas vitivinícolas, en donde es más que claro que entender el contexto geográfico es determinante para valorar y apreciar la tipicidad.
La zona cuenta con 180 mm anuales de precipitaciones y una amplitud térmica mayor a los 20°C entre el día y la noche, en etapa de maduración, un clima ideal para el desarrollo de la vitivinicultura. Uvas de excelentes condiciones de sanidad, gran concentración de colores y aromas, lenta evolución de taninos y un perfecto nivel de acidez son elementos distintivos que perfilan vinos de alta calidad, con una notable concentración de color en todas sus variedades, alto nivel de fruta en los aromas, gran cuerpo y estructura. El clima frío permite vinos tintos más elegantes, como el gran Pinot Noir. Predominan además las varietales Sauvignon Blanc, Merlot y Malbec.
En 1996 inició la transformación de 3 mil hectáreas de estepa en campos fértiles. Las plantaciones se iniciaron en 1999. A partir de entonces se plantaron 2 mil hectáreas de viñedos, de las cuales 870 conforman Bodega Del Fin del Mundo.
La experiencia patagónica es, a decir de Miras, el encuentro con un nuevo universo que abre variantes únicas desde el terruño hasta la etapa final, siempre determinadas por los vientos y el clima, sellando la oportunidad de vinos con identidad propia donde desde luego los Pinot Noir son una auténtica revelación.
HERENCIA DE DINOSAURIOS
En este entorno de invenciones y descubrimientos, se ubica Familia Schroeder, bodega que abarca alrededor de 150 hectáreas de cultivos con las variedades Malbec, Merlot, Pinot Noir y Cabernet Sauvignon, además del Sauvignon Blanc y Chardonnay. Junto con el entorno resulta igualmente imponente el inmueble de la bodega, construida en 2002 desde una perspectiva total de promoción enoturística. Una de sus características es su emplazamiento contra la ladera de la meseta, lo que le permite ser parte del paisaje natural.
“Las noches frías, los días soleados, el viento que brinda un manto de protección natural a los cultivos con su persistente intensidad, el exigente cuidado de las vides y la más estricta selección de los racimos, son los elementos necesarios para conseguir la mayor calidad.
“La bodega se diseñó para recibir turistas todo el año. Su sistema de pasarelas interiores facilita la llegada de los visitantes hasta el corazón mismo del nacimiento de los espumantes y los vinos, incluso en la época de cosecha”, advierte Federico Boxaca, director de exportaciones de la empresa.
Saurus es la marca de la primera línea de la bodega, y no sólo un capricho de sus propietarios, ya que precisamente hace referencia a los restos de un dinosaurio, de más de 70 millones de años de antigüedad, hallados en la propiedad, y que pueden apreciarse en la denominada “Cava del dinosaurio”.
A la prodigalidad de expresiones que ofrece esta línea, hay que sumar la calidad del segmento Familia Schroeder; además de las notas excepcionales de productos como Deseado, espumoso hecho con la no menos representativa uva Torrontés; Rosa de los Vientos, el rosa espumoso hecho a partir de Pinot Noir; y el sugerente Saurus Pinot Noir Tardío.
Reconocida con diversos premios y con presencia en diversos países, incluyendo México, no hace falta una visita a la Patagonia para disfrutar de tan dignos caldos, aunque la experiencia del paisaje, la arquitectura de la bodega y el restaurante Saurus, dirigido por el chef suizo Boris Walker, y con importantes puntajes en las guías del país, hacen del recorrido una experiencia memorable.
Y TIENEN SUS SECRETOS
Cada viñedo de esta tierra confirma que no obstante la modernidad tecnológica, todavía queda mucho por entender y conocer cuando dejamos que la naturaleza sea la que hable y la que escriba el tiempo. Es la percepción al llegar a Secreto Patagónico, proyecto que inició en 2000 y que, como advierte su enólogo Thomas Christien, expresando la filosofía de la empresa, “el secreto sigue muy bien guardado, pero lo que sí se puede decir es que existe en el silencio misterioso y cautivante de la Patagonia”.
Desde la bodega se dominan los vastos viñedos que, en momentos, junto con la majestuosidad del cielo, parecieran confirmar la tesis. El trabajo se enfoca a single vineyards, haciendo una selección precisa de las mejores parcelas para elaborar ediciones limitadas de vinos de alta gama. Son expresiones clásicas, sin paso por barrica, fáciles de tomar.
Por otro lado, resalta la línea Mantra, definida, como subraya Christien, como un homenaje a la Patagonia, son la magia, los aromas, los colores y la riqueza de esa tierra. Ese reconocimiento queda de manifiesto en Mantra clásico: Chardonnay y Malbec-Cabernet Sauvignon; y Mantra Roble: Malbec-Cabernet Sauvignon.
UN ILUSTRE PRIMOGÉNITO
Dentro de esta genealogía de nuevas bodegas argentinas, asentadas en Patagonia, resalta Patritti, afianzada a los simbolismos, a una integración total a los lenguajes del terruño, al despliegue de arquitectura y tecnología en función de vinos e historias que sean motivo de deleite in situ y también a miles de kilómetros.
Nacida en 2003, tiene con Primogénito y Lassia dos líneas que apuntalan la revelación patagónica, y donde no sólo la Malbec mantiene la impronta nacional. Cabernet Sauvignon, Merlot, Petit Verdot y Pinot Noir, y las blancas Chardonnay, Sauvignon Blanc y Torrontés, forman parte del inventario consignado en las 110 hectáreas de suelos pedregosos.
Por si fuera poco, la personalidad de la empresa se expande asimismo en el desarrollo de un soberbio recinto con una capacidad de producción de 1,5 millones de litros, diseñada por la reconocida firma Sidoni & Asociados, en una combinación de estética y funcionalidad.
La parte estrictamente enológica corresponde al prestigiado Mariano Di Paola, quien trabaja en este proyecto junto con Nicolás Navío, enólogo residente. “Para la fermentación de vinos tintos, se utilizan tanques de acero inoxidable troncocónicos de pequeño volumen, que generan una mayor superficie de contacto y un aumento en la extracción de color, aromas y taninos, lo que se complementa con un tratamiento riguroso y personalizado de los caldos.
“Además, el equipamiento incluye piletas de mampostería con refrigeración para manejar la temperatura durante la fermentación y una cava con capacidad de 500 barricas”, dice Navío.
Agrega: “La estructura forma una gran ondulación imitando los movimientos de un antiguo mar que en el principio de los tiempos cubría la totalidad de este valle. Se presenta en desnivel, lo que permite que los movimientos de la uva y vinos resulten suaves, con mínima agitación para conservar la máxima expresión de cada una de las variedades”.
En su historia inmediata, centrada en el quehacer vitivinícola, Patagonia expande y escribe nuevos y atractivos capítulos a la ya de por sí vasta y exquisita historia del vino argentino. San Patricio del Chañar es una parte ilustre de esa historia