Pásele, joveeeeen, aquí está lo que buscaba, oigaaaaa…”, se escuchan los gritos de comerciantes de la calle Aztecas, arteria como otras de por aquí y de por allá que brindan apreturas, colores, sudores y cansancios a las filas de compradores que parecen jugar a la víbora, víbora de la mar, de la mar para librar los estorbos que encuentran a su paso, desde las bocas del Metro hasta los corazones del barrio; son pasos generalmente apresurados y en los que se lleva la cartera o el monedero estrujado contra el cuerpo; porque aquí nadie conoce y todo mundo anda en pos de algo qué comprar, o mínimo qué ver y en su caso preguntar.
Este gran tianguis, con 2 mil 500 locales establecidos y 8 mil informales, es como el nervio raquídeo de un barrio de ascendencia prehispánica que los mexicas llamaban Tecualh-Tepiton, según historiadores. Está ubicado ocho calles al norte del Centro Histórico de la Ciudad de México y consta de 60 manzanas que habitan poco más de 50 mil personas y frecuentan unos 220 mil por día, de acuerdo al Centro de Estudios Tepiteños (CET), organización civil con sede en Granaditas 56.
Tepito, donde la mercancía lícita (e ilícita) se desborda (verdad pública), es también la cuna de estrellas del deporte, del arte y de todas las actividades que tienen los capitalinos; porque la gente dice que esto no es ningún gueto, sino la Morelos, una colonia de tantas –en todo caso, muy famosa– del multifacético Distrito Federal.
No pocos ciudadanos propagan, aún sin conocerlo, la versión de que Tepito es el barrio “más peligroso” del Distrito Federal; situación que aquí es refutada por completo, equiparándolo con ser “hasta más seguro que la Condesa o Polanco”. Se dice que a este barrio no entra la policía de investigación, y que cuando lo hace, es para cobrar cuotas a traficantes de piratería y drogas. Se dice eso y mucho más; como la especie que últimamente ha engrosado el estigma delincuencial que pesa sobre la población: que aquí operan cárteles del crimen organizado, como los que estarían involucrados en la aún no aclarada desaparición de 12 jóvenes de una discoteca de la Zona Rosa.
Pero entre el gentío, al margen del criterio policial, 24 HORAS va en pos de rostros característicos del llamado homo tepitecus; voces fuertes que no solamente rechazan el estigma que dice afectarlos en su vida familiar, sino que los hace coincidir al difundir un orgullo comunitario: ser de un barrio que, según anotan en los muros, “existe porque resiste.”
El albur de la piratería
Aquí está Lourdes Ruiz, tianguista de ropa femenina que si bien asegura que sólo vende mercancía nacional, cree que la piratería tiene una solución “bastante fácil”, en manos del gobierno: “que suba los salarios de los mexicanos, y así éstos no tendrán necesidad de comprar tantas chinaderas”.
Lourdes, considerada por el CET como Reina del Albur, al impartir diplomados de “albures finos” en sus ratos libres, propone otra “solución” contra el contrabando: “que las autoridades de Aduanas no dejen pasar por la frontera nadita de materia prima”. Ah, pero ello no ocurre, dice, porque “sabemos que les gusta que les suelten su mordida.”
Jóvenes no viciosos
José Mejía, comerciante y entrenador deportivo, 82 años de edad pero con músculos de cuarentón, aquí conocido como Maracas, apoya con su trabajo cotidiano en el frontón el único método que, según dice, existe para combatir la drogadicción entre la juventud: “apoyemos los gimnasios, llenémoslos de jóvenes sanos, para que así se alejen los viciosos”.
Su actividad se asemeja a la que lleva a cabo el sonidero Manuel Pérez, aquí llamado Medellín, quien desde el local 7 de la calle de Aztecas impulsa un catálogo con alrededor de 400 discos, grabaciones exclusivas del género; una actividad que complementa con la experiencia que también dice tener como santero.
“Lo de la santería se ha puesto de moda entre los muchachos; esto es indebido y peligroso, porque ves chavos que traen collares o se meten en ritos en los que son víctimas de charlatanes, y entonces yo debo orientarles: pueden ser muchachos tristes que andan en un bajón; pero si no haces bien las cosas puedes bajarlos todavía más en vez de levantarlos”, explica Pérez, quien aprendió de esos lares viajando por Colombia y Cuba.
Para tacos, Ramiro
Aunque le gusta el box, Ramiro Ayala dice tener poco tiempo para cultivar amistades en el barrio, porque no ha dejado de trabajar desde hace 54 años, cuando apenas tenía 10 y su estricto padre le puso un negocio que bautizó con su nombre: Tacos Ramiro, siempre con sede en Aztecas 14.
“Es agradable ser importante, pero es más importante ser agradable”, es el lema que este restaurantero promueve entre sus clientes. Y al calor de las frituras de bistec, cecina, suadero, hígado y tripitas, expone lo que, considera es causa de “agresividad” en muchos ciudadanos: el uso del automóvil.
“Manejar pone de malas, la gente se va agrediendo de ventanilla a ventanilla, y se pone peor al querer estacionarse y no ver lugar, como pasa en Tepis”. Así las cosas, pide a la autoridad delegacional y a los inversionistas desarrollar alternativas para estacionar los autos de los visitantes, y con ello fomentar la economía, “única manera de salir de pobres”.
El Tepiteño, también un tequila
Martín Flores, vinatero, manifiesta con un vozarrón tener poca paciencia con visitantes que llegan hasta su negocio en la calle de Caridad 5 con la idea de que “todo es pirata”, o frente a los ilusos que piensan que si regatean se llevarán buenas bebidas a precios de regalo. “Luego viene Televisa, mandan a un cabrón que nos graba y luego pone que vendemos puras pendejadas. La verdad es que son bien chismosos, y por eso aquí decimos: el chisme mata”.
Aparte de vender productos de todas las marcas, Flores dice promover la identidad tepitense mediante la venta de un tequila “exclusivo y original, hecho en Jalisco para Tepis”, destinado a reivindicar al barrio: El Tepiteño, cuyo costo por unidad de 700 mililitros es de 80 pesos. Como todas sus botellas, esta se empaca en finas bolsas de papel, impresas con figuras locales del boxeo como Octavio Famoso Gómez o Raúl Ratón Macías, amén de algunas frases clásicas: “En Tepito se vende todo menos la dignidad”, y otras no tanto: “Antes de hablar, conecta la lengua con el cerebro.”
Hojalatero social
“En Tepito contrarrestamos con trabajo el estigma delincuencial que nos enjaretan muchos medios: aquí hay mayoría de gente de bien, se la lleva por la derecha, tiene manos y frente limpias, y es la que está sacando adelante al barrio; muy especialmente las mujeres, que son la verdadera fortaleza de Tepito: ellas no son expropiables por ningún gobierno, son más cabronas que bonitas y son las que controlan la educación, la economía y el bienestar de sus familias; los hombres aquí llevan los pantalones… pero a la tintorería”.
Habla Alfonso Hernández, cronista y “hojalatero social”, como le gusta hacerse llamar, en homenaje “al oficio más humilde del barrio”. El estudioso dirige el Centro de Estudios Tepiteños, desde el cual ahora pugna porque la reglamentación de uso de suelo, recientemente aprobada por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, no lleve al barrio hacia el vórtice de la especulación inmobiliaria.
“Uno de nuestros grandes pecados es estar tan cerca del perímetro A del Centro, lo cual nos hace muy susceptibles de la especulación externa sobre los predios; gracias a esta torpe reglamentación quedamos bajo riesgo de los bancos y de los especuladores, ya que al liberar el uso de un suelo que era exclusivo para vivienda, abre la puerta a los grandes negocios, prohíbe el comercio en las calles y los talleres domésticos, entre otras situaciones que, sin duda, afectan a tradiciones que tienen 700 años de existir.
Pero Tepito, finaliza Hernández, es también una historia de lucha, que jamás va a concluir. “Somos aguerridos, somos tepiteños, siempre vamos a estar en pie de guerra”.
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