“MTV ya no es lo que era antes: ya no programa música”, dicen muchas voces adoloridas con el vuelco que, sienten, ha dado esa señal de televisión en los últimos años.

 

Y se equivocan.

 

En un inicio, cuando como una aventura fue lanzada esta propuesta televisiva, MTV sólo se dedicaba a pasar videos conservadores, ñoños, dirigidos a la comunidad WASP que no debía, no quería pensar mucho. De ahí que su camada de conductores como Adam Curry o Martha Quinn fueran muy dedicados a la presentación de vídeos en la evolución de los famosos VJs.

 

No fue hasta que Sony decidió presionar al canal para que programara el video Billie Jean de Michael Jackson que las cosas cambiaron. Ahí, MTV vio una ventana de oportunidad que otros habían evitado: transgredir.

 

Y puso a Jackson en cortometrajes más allá del video, a Madonna al lado de un León que podía olfatear su menstruación y a Prince que lloraba con las palomas.

 

Los premios eran, además de ese corolario de propuestas audiovisuales, un método vivo y mundial para transmitir esa transgresión sin censura -o con siete minutos de delay.

 

De pronto, MTV era algo más que un canal de música. Sí, la música era el pretexto pero el discurso iba más allá: la cultura juvenil y la postura de una generación hacia un cambio social que se resistía a las Reaganomics y a la parte conservadora de una generación donde el sida era GRID y los derechos laborales eran intercambiables por la mayor ganancia.

 

MTV era el foro para luchar por la ecología, la aceptación, el grito de una generación contra la opresión. De Twisted Sister pasaron a Nirvana, de Belinda Carlise a Pearl Jam, de Marky Mark a R.E.M.

 

Mtv era una fuente de opinión e influencia para políticos como William Clinton, quien ante el embate de los medios tradicionales, uso el vehículo juvenil como salida para su propuesta y para atraer al votante que lo haría ganar por encima de la política económica de Bush padre y el piquete racista de Ross Perot.

 

Aparecieron programas que reflejaban no sólo géneros musicales, sino culturas y grupos urbanos. Se crearon los primeros reality shows que denunciaban la persecución de minorías. El canal tenía una justificación pero el discurso era mucho más ancho.

 

Los noventa fue la época dorada del Mtv contestatario… hasta la muerte de Cobain.

 

De ahí, el proceso de putrefacción comenzó rápido: los programas de contenido dejaron su espacio para Carson Daly, Britney, Christina y N’sync. Los Osbornes dieron paso al infotainment y la música regresó de la forma más vacía posible.

 

Al mismo tiempo, un grupo amplio de la población creció y, para su desilusión, se percató que el canal no le mintió, pero le mostró una realidad utópica.

 

Las condiciones económicas y políticas eran las mismas, matizadas pero las mismas. Los derechos eran aún un privilegio para un sector social y la ecológica no se salvaba con promos atrevidos de 20 segundos.

 

El adulto contemporáneo convertido en chavoruco se sintió traicionado por la señal.

 

Muy probablemente, por ello es que de ese sector vienen las quejas más agrias hacia la mutación a un canal de transmisión eterna de realities y a sus premiaciones huecas y de vaudeville. Para ellos, el canal les jugó sucio y les prometió un mundo que vendía bien en los noventa pero que, en el siglo de las redes y la información 2.0, ya no es redituable.

 

Lo paradójico es que MTV no tiene interés en el sentir de esa generación por la razón más mercantil que existe: no es su target. ¿Para qué desgastarse en hacer una premiación con músicos de verdad y que toquen en vivo si, hoy en día, el montaje es más vendible? Los VMAs fueron, ahora, lo que el festival Juguemos a Cantar en su tiempo. Corrijo: en Juguemos a Cantar, si cantaban en vivo.

 

Sí, MTV abandonó una línea de pensamiento que, hoy, en televisión, está abandonada. Curioso que esto suceda en la etapa dorada de las series televisivas.

 

En una de esas, esperan que alguien la retome.