Cuando a alguien se le exige que se “haga hombre” no sólo se le exige fortaleza física sino también un tipo de sensibilidad que supuestamente está ligada a su sexo. Pero en La maravillosa vida breve de Óscar Wao (Mondadori), Junot Díaz nos enseña que la masculinidad, lejos de ser natural, es resultado de presiones sociales tangibles y que, en ciertos casos, estas presiones encuentran su fuente en las fuerzas políticas de una nación.
Al protagonista dominicano-americano de La maravillosa vida.., Óscar de León, lo posee un gusto incontenible por la ciencia ficción, la fantasía y los comics y esta sensibilidad intelectual es la antítesis de la masculinidad dominicana.
Los amigos y la familia de Oscar creen que la masculinidad debe manifestarse en un cuerpo musculoso y un apetito sexual insaciable y que a los dominicanos se les ha negado la capacidad de ser fieles y el interés por la literatura. Además de nerd, Oscar es un romántico y en lugar de dominar a las mujeres, llora cuando lo rechazan y se entrega de cuerpo y alma a Ybón, la única mujer que lo acepta.
Pero la historia de Óscar, que se entrelaza con la de su madre, Belicia, y su hermana, Lola, es también la historia de un país, República Dominicana, desde la colonia europea hasta y a partir del Trujillato.
En la novela, además de construcción social, la masculinidad dominicana nace de la dictadura brutal del general Rafael Leónidas Trujillo.
También conocido como El Jefe, Trujillo torturó y asesinó a su propia gente y lo distinguió su gusto por las mujeres. En la novela, corre el rumor de que Trujillo solía elegir para su deleite privado a las más guapas del país, fueran desconocidas que elegía de entre el público o las hijas, hermanas o esposas de sus colegas. De ahí que para los dominicanos sea imposible controlar su apetito sexual. Y de ahí que al intelectual y sensible Óscar le sea imposible hacerse hombre a la dominicana.
La novela de Díaz nos invita a considerar qué impacto tiene la historia nacional sobre nuestras ideas de género. Para narrar la historia de nuestros padres y hermanos mexicanos, el modus operandi del PRI y lo que Vargas Llosa apodó la dictadura perfecta serían un referente obvio. Pero en años más recientes, no es la mano dura del gobierno la que se ha hecho sentir, sino la de los cárteles de la droga.
¿Cuáles serían los dilemas de un Óscar mexicano aprendiendo a “hacerse hombre” en el México de la llamada guerra contra el narcotráfico? Aunque no nos gusten las respuestas, quizás es tiempo de hacernos esta pregunta más allá del plano ficticio. La figura del capo, de su violencia incontenible, es parte ya de nuestra conciencia nacional. ¿Cómo evitaremos que se infiltre en la masculinidad de las nuevas generaciones?