En La ronde (1950), adaptación del en su momento escandaloso y muy famoso texto homónimo de Arthur Schnitzler (Austria, 1862) escrito en 1896, el alemán nacionalizado francés Max Ophüls nos muestra a una serie de personajes que sostienen relaciones amorosas/sexuales entre sI, todo en la Viena de 1900.
Montada en 10 escenas, con una construcción dramática por demás elegante (aquel estupendo uso de los planos secuencia, el travelling y la profundidad de campo) y con cierto toque de humor, Ophüls -considerado uno de los mejores directores de cine por François Truffaut y una influencia notable en el cine de Kubrick- logra transmitir un mensaje que resulta incómodo incluso hoy día: el amor puede no durar, pero son las relaciones que éste detona las que hacen girar al mundo.
Así, en la cinta de Ophüls (y en el texto de Schnitzler), vemos cómo una prostituta seduce a un soldado que después irá tras una camarera que después se dejará seducir por su joven patrón quien irá después tras una mujer casada… así hasta completar la ronda del título, haciendo a cada paso una leve crítica u anotación a la sociedad y la doble moral de la época.
Lo que en su momento fuera un elegante, incisivo y divertido ejercicio de cinematografía, hoy día se convierte en pálido remake, donde el sexo se torna en softporn, la crítica se evapora y la habilidad cinematográfica resulta nula. Aunque eso sí, habría que reconocerle al responsable de esta cinta su valor de hacerle un remake al mismísimo Max Ophüls.
Siguiendo la idea central del original de 1950, Deseo, ópera prima de Antonio Zavala Kugler, traslada la acción a San Miguel de Allende, Guanajuato, convirtiendo a los personajes de la cinta original en arquetipos del México moderno. Así, el soldado se convierte aquí en cadete de la Escuela Naval (Gerardo Taracena), la mucama (Leonor Varela) anda tras los huesitos de su patrón mirrey (Ary Borovoy, siempre con las nalgas de fuera), la mujer casada es Christian Bach y sale a relucir por ahí una Lolita (Paola Núñez) junto con una actriz de telenovela (la inevitablemente guapa Edith González haciendo de lesbiana con medio pie fuera del clóset).
Resulta sorprendente la nulidad de recursos con los que el director enfrenta el reto de adaptar a Ophüls (o a Schnitzler, a quien reconoce en los créditos pero nunca como coautor del guión). Con una estética propia de telenovela (o de algún comercial de lencería) Zavala monta torpemente una serie de viñetas filmadas casi siempre en ralentí, a cámara fija, con cortes abruptos y algunas tomas a zoom forzado digitalmente. La música es particularmente molesta: una amasijo entre Vivaldi, Mozart, Bizet y Beethoven (para las escenas “candentes”) junto con el Wu-Tang Clan y Perfume de Gardenias de la Sonora Santanera.
Sin el menor intento por hacer crítica social, el aspecto que más enfada de esta cinta es su idea de “lo erótico”, propio de alguna película softporno donde la hipocresía y la doble moral de los involucrados sale a relucir cuando, ante la inminencia de un desnudo, siempre hay un objeto bloqueando el ángulo de la cámara o un muy conveniente velo que difumina las imágenes; no sea que alguien del respetable se nos enfade.
Con un “erotismo” propio de bestseller de E.L. James o de algún número del siempre popular Libro Vaquero, una doble moral rampante, nula cinematografía, actuaciones acartonadas (sólo se salva Christian Bach, quien tiene el buen tino de no tomarse nada en serio), una musicalización exasperante y un pésimo gusto, Deseo puede presumir un triunfo inobjetable: convertirse en el nuevo piso en cuanto calidad del cine mexicano se refiere.
Deseo (Dir. Antonio Zavala)
1/2 de 5 estrellas.
Con: Christian Bach, Edith González, entre otros.