La misma palabra que en la moda se usa para referirse a las prendas que ya tienen sus años, pero aún no entran en el capítulo de antigüedades, en el mundo del vino tiene una acepción muy distinta
Hubo un tiempo en el que si alguien oía o leía la palabra vintage podían pasar tres cosas: que no supiera de qué le estaban hablando; que entendiese que el término tenía algo que ver con el vino o que estuviese de verdad enterado e identificase vintage con el mejor de los vinos de Oporto.
Me temo que hoy día la palabra vintage evoca, especialmente entre los llamados fashion victims, alguna creación de firmas como Louis Vuitton, Loewe, Hermès, Dior, Bvlgari y demás nombres míticos de la moda, diseño y complementos de lujo. El bolso Kelly es, quizá, el máximo ejemplo de vintage.
Me explican que la expresión se usa para referirse a ese tipo de cosas de calidad que van teniendo ya sus años, pero que todavía no entran en el capítulo de “antigüedades”. Algo vintage es algo chic (¿alguien usa todavía esta bella y breve expresión?), con una clase que no es que no le haga pasar de moda, sino que lo convierte en un ícono intemporal de lo elegante.
Vayamos ahora a nuestro terreno, que es el enogastronómico. Vintage es, pura y llanamente, vendimia. Si a ustedes les dan un vino (no de Oporto) “vintage 2005” les están suministrando un vino cuyas uvas se cosecharon (se vendimiaron) ese año. Así de sencillo.
Compliquemos las cosas. Una añada, que es lo mismo, también se puede llamar millésime: un “Château Perico millésime 2007” es un vino de esa etiqueta correspondiente a esa vendimia precisamente.
Lo interesante, lo distintivo, es que los millésimes y los vintages que vale la pena conocer y se cotizan son los de unos vinos que, normalmente, salen al mercado sin indicación de añada… porque son mezcla (coupage) de vinos de diversas cosechas. Los más famosos: el champaña y el Oporto.
Un champaña millesimé (ojo a la tilde) es aquel en cuya etiqueta se especifica el año de su vendimia. Ha de estar elaborado exclusivamente con uvas de esa añada, y esa añada, además, ha de ser de altísima calidad, que justifique su elaboración por separado sin necesidad de ayudas.
Hoy, en tiempos de urgencias, se venden y abren vintages de cinco o seis años. No diré yo que estén malos. Pero hace ya algunos meses, en su casa, un amigo generoso degolló un vintage de 1964.
Imposible olvidarlo. Esas botellas no se abren: se degüellan. Los corchos se harían pedazos en contacto con el vástago del sacacorchos.
Así que se rodea el cuello de la botella con una especie de tenaza, puesta al rojo en un hornillo, y luego con otra que viene de un recipiente con hielo. El cristal salta limpiamente. Luego se decanta el vino, que habrá criado mucho poso… y a disfrutar de algo único. Que eso es cada vintage: una obra de arte exclusiva, y ahora no me refiero sólo al precio, sino a su calidad de irrepetible.