BARCELONA. Nunca tan poco tiempo había servido para tanto. Lo vivido en el Camp Nou ante la Real Sociedad fue mágico. E incluso inesperado. No por la incapacidad de los de Martino para conseguir obras de arte como las elaboradas en la primera parte, sino por las dudas que muchos aficionados tenían después de lo vivido en Vallecas.
Los primeros 45 minutos fueron un regalo. Un canto al fútbol que refuerza como nunca antes las introducciones del técnico argentino, cuestionado por la diferencia de su juego y la del siempre presente Barça de Guardiola. Volvió la presión, la intensidad y el hambre de avasallar. El equipo pareció un animal herido, orgulloso de sí mismo y capaz de devorar todo lo que se encontrara por delante con tal de demostrar que sigue siendo el rey.
Enfrente llegaba una Real Sociedad con ganas de pescar en río revuelto. El sistema y la posesión habían provocado cierto revuelo en el club, pero las esperanzas vascas desaparecieron en diez minutos a pesar de su pegada inicial. A los 25 segundos ya había disparado a puerta y Seferovic enmudeció el estadio al mandar un trallazo al travesaño. “A sufrir”, pensaron los presentes en Camp Nou. No fue necesario porque Neymar y Messi reivindicaron con goles su estatus de intocables. Ambos jugaron a gran nivel y volvieron a conectar en el segundo gol, cuando Messi remató de cabeza un centro del brasileño después de una de sus típicas carreras. Sólo era el minuto siete y el partido se ponía de cara para los catalanes. Poco antes, el once azulgrana había marcado su primer gol en Liga al aprovechar un error garrafal de Bravo, que no atajó un balón servido por Alexis.
Con los goles, el Barcelona olió la sangre donostiarra y no tuvo piedad. Iniesta y Xavi se pusieron el traje de ilusionista e hicieron desaparecer la pelota una y otra vez ante la mirada realista. Los canteranos fueron dueños del mediocampo y surtieron de balones a Messi y compañía. Con el festival en marcha, el crack argentino estuvo cerca de conseguir el gol de la noche con un toque de espuela, pero el rechace acabó en Busquets para hacer justicia futbolística y meter el tercero.
La diferencia era abismal, y suerte tuvo la Real de no irse al descanso con un saco de goles. Messi estuvo a punto de terminar una jugada antológica que incluyó un doble taconazo de Xavi e Iniesta, y un mayúsculo regate de Neymar, pero su remate terminó en semifallo. El público, agradecido, no paró de aplaudir las delicatessen de sus jugadores e incluso pudo recibir a su querido Bartra cuando Mascherano se retiró lesionado.
Con el partido totalmente decidido, la duda recaía en saber si el equipo mantendría la intensidad y presión tras la reanudación, algo que los propios jugadores se encargaron de responder. Siguieron buscando el gol con ahínco aunque rizando el rizo hasta rozar lo innecesario. Neymar, activo, mostró su talento en un sombrero a Griezmann y se ganó un par de patadas al abusar de las filigranas y el regate. Martino ya le avisó hace unos días.
Se estiró algo la Real, más por relajación local que por convicción propia, pero los de Jagobe Arrasate no mostraron credibilidad para asustar a Valdés y su defensa. Solo Agirretxe se coló en la fiesta local con un delicioso control en el área, y ceder a Seferovic para conseguir el tanto del honor visitante. Poco más ofrecería una Real convencida de su derrota.
El partido llegaría a su fin sin Messi, que mostró públicamente su disgusto al ser sustituido a diez minutos para el final. El argentino ni miró a Martino al ir al banquillo a pesar de conocer la filosofía de rotaciones del Tata, y de recibir una sonora ovación al marcharse. Poco antes, una jugada suya había acabado a los pies de Bartra, que pasaba sorpresivamente por el área y consiguió el definitivo cuarto gol de la noche.
La victoria reivindica las ideas de Martino, que seguramente habrá conocido la magnitud del club cuando esta semana se ha visto discutido a pesar de su currículo impoluto. Tras Ajax y Rayo, los últimos tres partidos suman un global de 12-1. Que no paren.