SAN MARCOS TLAPAZOLA, Oaxaca. Son tres mujeres hermosas, divinas, hijas del sol y de la luna, descritas por las estrellas; anunciadas por un amanecer que sabe a polvo, a esperanza, a recuerdos hechos por hombres que nunca estuvieron y nunca regresaron, a rezos que prometen una nueva historia donde las mujeres no se casen por imposición paterna, donde las ansias femeninas de ganarse la vida sin jornadas de sol a sol no sean motivo de burla, de reclamo, de escarnio por su misma sangre, por su pueblo, por los padres y los abuelos cuya genealogía está hecha con el maíz y el agave.

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Dicen que el agua del manantial de la región es milagrosa; tal vez por eso la piel de estas damas indígenas es bella, radiante, fresca, a pesar de las desmañanadas, de los golpes del sol y del aire en el campo, tanto en la siembra y la cosecha; de la impotencia y el hastío ante la pobreza.

Son ángeles, sin duda, porque de otra manera no tendrían humor ni protocolo para recibirnos en la madrugada, entre ladridos, aullidos y las notas de banda de una boda que acabará al día siguiente, para compartirnos su sonrisa, el calor de su hogar, las gotas de un mezcal que es elixir de una mañana de trabajo, de ese trabajo intenso, cotidiano, febril, que quema la carne y los sentidos; el trabajo que nunca acaba, apenas para ganar unos pesos; de agaves que pueden darte unos mil pesos al término de seis años, aunque el boom del mezcal cuente una realidad distinta para los comercializadores.

Además de ser mujeres del campo, María, Gloria y Luci son mujeres del barro, y del tejate; del maíz. Hoy Luci es la esperanza de la familia. La ilusión de una historia diferente. Ha llegado al bachillerato a los 14 años y su madre y su tía están convencidas de la necesidad de una realidad diferente para la adolescente, en un entorno donde la norma dicta el matrimonio temprano, que es muy similar a la esclavitud, con la inminente posibilidad del abandono del marido, en pos del sueño americano, sea cual sea su definición en estos tiempos. Ellas, la madre y la tía, lo saben; de ahí el ansia de una nueva historia, con la ayuda de los amigos y de Dios.

El tejate es una bebida de dioses y de héroes: maíz, cacao, nuez, ceniza, agua. Es la bebida de los mozos, dice Gloria. De los trabajadores que requieren energía para las faenas en el campo, los andares; como en el caso de ellas, incluso, que preparan la esencia de esta bebida para distribuirla entre los trabajadores rurales, y para beberlas ellas mismas, que pueden cargar diariamente 20 kilos, en considerables jornadas, pero que “no se sienten con fuerzas” si no beben esta bebida, por demás deliciosa.

Es domingo de fiesta y de trabajo, de devoción, penitencia y salvación. De tejate preparado en la madrugada para su venta en el mercado de Tlacolula, Oaxaca, después del cocimiento del maíz y del viaje al molido, de la composición con el cacao y el resto de los ingredientes, de la echada de las tlayudas bajo pedido y para la venta libre en la plaza; del recuento de barro utilitario y suntuario para su comercialización entre los viandantes. Son mujeres de la tierra, del maíz, del agave, que prefieren intercambiar, en ocasiones, su mercancía por mezcal, por que la gente no paga, con dinero, el precio de su trabajo y la calidad de sus productos.

Tienen, como todos nosotros, sueños, esperanzas, devociones. Luci, dice Gloria, no tiene porque pasar jornadas bajo el sol para ganar 100 pesos. Por eso luchan, se esfuerzan, trabajan y tienen apoyos de amigos, para que la joven tenga mayores expectativas labores y económicas que ellas. “Que esté en una oficina, que no tenga que vivir lo que hemos vivido nosotras”, expresa Gloria, mientras echa tlayudas al comal, y alimenta el fuego con pencas de maguey reseco, y su sonisa, y su mirada que guardan la luz y la energía de las estrellas del cielo oaxaqueño.