El pasado lunes 16 de septiembre la AMPE (Asociación Mexicana de la Publicidad Exterior) convocó a una rueda de prensa en el Piso 51 de la Torre Mayor, con el motivo de dar a conocer algunas acciones que dicha asociación emprenderá próximamente para mejorar el estado de las cosas alrededor de la industria y de su impacto en la ciudad. “Buscar que la actual legislatura se interese en la revisión de una ley joven (se hizo en 2010) que no se aplica o se aplica mal, o que simplemente no ha funcionado bien; allí están los nodos que no se han materializado ni cercanamente en un escenario que AMPE vaticinaba”. Fui invitado a dicha rueda para hablar sobre el proyecto del Nodo Publicitario que presenté con alumnos de nuestra Escuela de Arquitectura por encargo de la misma AMPE a la Comisión de Nodos de la Sduvi en marzo de 2011, y así lo hice. El discurso del proyecto (un gran cilindro publicitario que emerge naturalmente sobe la Estación del Metro Insurgentes) presentado hace dos años y que en su oportunidad fue calificado de “elegante” por la Seduvi y por la Autoridad del Espacio Público, no ha cambiado nada. Escribí hace casi dos años cuando iniciaba esta columna: “La rehabilitación o el mantenimiento de parques y árboles de la zona, la señalización y el mobiliario urbano, o inclusive propuestas de nuevos usos de suelo en los edificios preexistentes y predios circundantes (…) refrendan la tesis de que la publicidad exterior debe traducirse en regeneración urbana”… lo que tenemos hoy en la Glorieta Insurgentes es obviamente una copia barata y una malinterpretación de aquel proyecto promovido por AMPE en colaboración con nosotros como escuela de arquitectura. ¿Qué pasó? Lo mismo, “esto es lo que hay”. Un océano rojo de intereses y de compromisos que ante la voracidad cancelan la menor posibilidad de mejoramiento urbano; la opacidad. El tema acaso más recurrente de este espacio en la actualidad o de los blogs y de las redes sociales de arquitectura –entiéndase los espacios de reflexión y de crítica que también construyen- han oscilado en el reclamo urgente de la transparencia en la asignación de los proyectos públicos. “La Autoridad del Espacio público debería ser “La Defensoría del Espacio Público”, afirmaba muy afortunadamente hace unos días el Arq. Raúl Peña. Y esta idea -que no simple ocurrencia- se fragua agregando que el espacio público no sólo es el urbano (las calles las banquetas o las carreteras inclusive).
Así, sobre la tragedia derivada del encuentro de los huracanes Ingrid y Manuel en nuestro territorio nacional, aparecen un sinnúmero de perspectivas de la realidad –aquí sí sin comillas- de México; una inevitable sobreexposición en imágenes y en estadísticas del acontecimiento, evidencian en una histórica exhibición el saldo resultante de una larga suma de equivocaciones –conscientes o inconscientes, léase corrupción o informalidad – de nuestra política hasta la fecha. Pero no viene a cuento reiterar lo sabido y más que cierto de la opinión predominante de la gente. “Lo que ha matado a cientos es la calamidad de lo público”, escribe con agudeza Jesús Silva-Herzog Márquez en su columna del pasado lunes 23 en Reforma. Lo acontecido es justamente eso, un ajuste de cuentas con la corrupción, en el que mayormente han pagado justos por pecadores y donde “esto es lo que hay”, podemos juzgar y postear pero. ¿Y qué más hay? Los acontecimientos que suceden cotidianamente, en lo que toca a la arquitectura (vivienda, habitabilidad…) y al espacio público, se exacerban en el último fenómeno meteorológico, acaso apurando al repensamiento de la profesión y de nuestro papel en el desarrollo de México; pero desde otra perspectiva forzada por la reciente y lamentable contingencia, la visión “integrada”, optimista, acaso aspiracional, sería esperar que el Gobierno en su conjunto se decidiera a aprovechar esta invaluable e irrepetible oportunidad de hacer las cosas de una mejor manera en la tareas de prevención, planeación o reconstrucción que se avecinan.
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