Antes de dejar su casa para ir a la escuela, Rebeca Ann Sedwich escondió sus libros debajo de ropa apilada y dejó su teléfono celular a un lado, algo raro para una chica estadunidense de 12 años de edad. Dentro de éste, residía todo su mundo virtual, ese en el que decidió cambiar su nombre de usuario en “Kik Messenger”, una aplicación para teléfonos móviles. Su nueva carta de presentación al mundo virtual con el que cotidianamente interactuaba fue “La chica muerta”; además de cambiar su nombre, Sedwich dejó un mensaje a un par de amigos, despidiéndose para siempre. Su macabro guión terminó en una planta abandonada de cemento cerca de su casa, donde decidió poner punto final a su vida.
La crónica, expuesta de manera detallada en el diario estadunidense The New York Times hace unos días, describe el ejemplo de una amenazadora realidad para los adolescentes, la del ciberbullying, o acoso realizado a través de nuevas tecnologías, como pudieran ser aplicaciones de envío de mensajería instantánea a través de un teléfono celular, (como fue el caso de Sedwich), hasta el uso de las redes sociales para compartir información como imágenes o videos comprometedores de quienes ahí aparecen.
Como se ve en el caso de la niña de 12 años, Estados Unidos es uno de esos países que cada vez más, contabiliza personas que decidieron optar por el suicidio ante el acoso digital. Tan es una realidad que Worldcat, red de contenidos y bibliotecas digitales, reporta un incremento dramático en los libros referentes al tema durante los últimos años, derivado del interés mayormente de padres de familia por conocer más sobre el fenómeno.
El caso de Sedwich, acontecido en el estado de Florida no es el único donde se toca el tema del ciberbullying. De hecho en el estado de California la preocupación ha llevado a que se esté a punto de aprobar una ley que castiga con prisión a quienes realicen cierto tipo de ciberbullying, el relacionado a material de índole sexual mediante el cual se aplique algo que en el vecino país del norte han llamado “porno por venganza”.
La iniciativa californiana, a la que solo le hace falta la firma del gobernador de ese estado, Jerry Brown, según reportó esta semana la BBC de Londres, tipifica como delito el subir a la red imágenes de una persona desnuda o semi desnuda cuando esta no haya otorgado su consentimiento y exista un interés por hacer daño. Danielle Citron, profesora de Derecho de la Universidad de Maryland que está escribiendo un libro sobre el acoso en internet avala que el tema se lleve a terreno legal pues, dice, es capaz de arruinarle la vida a alguna persona. El caso de Florida, si bien no existe una ley similar a la que ahora se busca aprobar en California, podría tener consecuencias hacia los compañeros de colegio de la chica de 12 años, quienes presuntamente la acosaron con mensajes invitándola a quitarse la vida.
Esto, como es de imaginarse, no es un tema de gringos locos. En México, un estudio realizado por la Secretaría de Educación del Distrito Federal y la Universidad Intercontinental (UIC) con tres mil 550 alumnos, reveló que cerca del 90% de los menores estudiantes ha sido bien testigo, actor o víctima de ciberbullying. El fenómeno parece ser uno de los males a los que los jóvenes de todo el planeta se han de enfrentar si quieren formar parte de su mundo, ese donde ya no existen fronteras entre lo digital y lo “real”, y que, ciertamente, ha exaltado un fenómeno que evidentemente siempre ha existido: el acoso entre jóvenes y adolescentes.
Uno de los problemas señalados tanto por el artículo de BBC como el de The New York Times, es la gran cantidad de vacíos legales que puede haber en internet, aun legislando en la materia. Si esa es la visión en el vecino país del norte, imagínese la situación en México, donde nos cuesta mucho trabajo hacer cumplir la ley.
El problema no es menor, y quizá solo hay una cosa por hacer, pues las nuevas tecnologías son solo un facilitador de algo que tiene raíces más profundas en nuestra sociedad. Como menciona Tricia Norman, madre de Rebecca Sedwich en el artículo de The New York Times, “No ignoren a sus hijos, incluso si aparentemente están bien”.