El destino quiso que la semana pasada se unieran en un mismo enunciado y en un mismo escándalo dos personajes mediáticos que, apuesto, nunca pensó nadie que iban a tocarse: Laura Bozzo y Carmen Aristegui.
Polémicas y tramposas, ambas se enfrascaron en una guerra de declaraciones sobre la utilización de recursos del gobierno por parte de Bozzo para producir su programa en la zona de desastre de Coyuca, Guerrero.
Para Bozzo, lo generado no es nuevo. De hecho, es su historia.
Abogada, doctora en ciencia política, funcionaria de gobierno, Laura Bozzo es de esos personajes que adora la fácil pantalla de televisión. De esto se percataron los dueños de varias televisoras peruanas que, desde los tiempos de crisis múltiple en el gobierno de Alan García, apostaron por ella para conducir programas donde la Señorita Laura -apocope de respeto muy utilizado en el país andino- defendiera a las mujeres de los abusos y acosos de sus parejas sentimentales.
Eran los noventas, época donde los talk shows estaban en ebullición en el mundo y Cristina Saralegui era atacada y cuestionada en México por su incursión en la vida privada de las personas. Curiosamente, hoy Cristina es un santo en comparación de cualquier otro conductor de programas de polémica.
Luego de transitar por distintas cadenas, la Dra. Bozzo llegó a América Televisión, filial de Televisa en Perú. Ahí, desarrollo “Laura de América” un programa que se volvió éxito instantáneo en América Latina por lo grotesco de los temas, los invitados pero, sobre todo, por la sobrexposición de la conductora que, a grito batiente, llamaba a los desgraciados a dejar las polladas y hacerse cargo de sus mujeres que, emocionalmente secuestradas, aceptaban la ayuda de la defensora de los pobres y de solidaridad familia, organización creada por Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos.
La Bozzo presumía en sus programas su cercanía con el gobierno de “el chino”. De hecho, llegó a recibir llamadas del Presidente Fujimori para ayudar a uno de los casos que Laura presentaba diariamente en su emisión.
Como Icaro, la cercanía le cobró caro a la abogada. Fue puesta en arresto domiciliario por sus nexos con el corrupto gobierno peruano. La credibilidad que tenía fue erosionada a velocidad sorprendente y, al final de su etapa en Perú, vivió en el foro de televisión donde grababa para los mercados internacionales hasta poder salir de él meses después.
Probó suerte en España pero México la recibió. En un inicio, condujo un programa que sólo pasaba en Estados Unidos y cuyo ritmo iba más en el reportaje de denuncia que en la confrontación de panelistas.
Su escandaloso renacimiento se dio en Azteca, donde condujo durante meses el programa “Laura de Todos”, que acabó de forma abrupta para integrarse a Televisa, donde pretendió llamar a su nuevo proyecto “Laura de México”.
Ya en el país, la señora Bozzo ha hecho, en varias ocasiones, coberturas como la polémica realizada en Guerrero. Una de ellas, sonada y condenada de igual forma, fue en Monterrey, luego de los destrozos causados por el huracán “Alex”.
Lo sorprendente es el arrastre. Arrastre que es utilizado por gobiernos como el de Fujimori o como el de Eruviel Ávila. Arrastre que es explotado por las empresas televisoras que la contratan. Arrastre que es usufructuado por revistas, blogs, programas de chismes en radio y televisión, emisiones de concurso y parodias. Arrastre que ha hecho popular y famoso hasta a la pareja sentimental de Laura Bozzo. Arrastre que le ha permitido decir “putita” al aire y, ahora, la pone en una posición de confrontación con la locutora Aristegui.
El final de la historia no es muy difícil de predecir: ambas continuarán con sus agendas públicas y ocultas, tendrán a sus detractores y a sus fanáticos para defenderlas y, al final, no pasará nada.
México no es Perú. Aquí no habrá gobierno que pida investigar los nexos no sólo de Laura Bozzo, sino de cualquier otro medio con gobiernos que ceden dinero y espacio para show mediáticos o hasta festivales.
México es el desgraciado, para fortuna de Laura Bozzo.