Sus hijos creen que su padre se cayó de la patrulla, porque tiene el abdomen envuelto en vendas. Pero el resto de su familia, amigos y compañeros, saben que está vivo de milagro, como una historia de película, la bala pegó en la hebilla de su cinturón y no lo mató.
Pasaban las 11 de la noche del sábado, Manuel Pérez Gutiérrez y su compañero Juan Benigno Galván Ríos recibieron el reporte del robo de una tienda en la zona de Puerta Santa Fe, en la colonia Peña Blanca.
Ambos son agentes y amigos, Manuel es comandante de sección en Santa Fe y Juan es policía primero.
“¡Alto, policía!”, fue lo último que alcanzó a decir Manuel, cuando uno de los dos ladrones sacó una pistola calibre .380 y le disparó.
La distancia no era de más de cinco metros. Sintió el impacto que lo tiró al piso, pero logró sacar su arma y comenzó el intercambio de fuego.
“Justo abajito del ombligo, entre el chaleco y mi pantalón me dio”.
Herido y con la adrenalina al tope, a los pocos segundos de haber recibido el disparo, Manuel se reincorporó y junto a Juan comenzaron a perseguir a dos personas. Al mismo tiempo pidieron apoyo por la radio de la policía.
Avanzando entre los oscuros pasillos pudieron acercarse un poco más y se dieron cuenta, por su aspecto, que se trataba de jóvenes de no más de 28 años. Les gritaron muchas veces “deténganse”, pero no hacían caso, por el contrario, las balas seguían retumbando.
Cuando sintió un blanco perfecto, Juan le disparó en la pierna a uno de ellos. Así lo anuló, cayó al piso y el joven ya no tuvo fuerzas para continuar.
Apenas habían pasado cinco minutos, suficientes para que otros agentes atendieran el llamado de apoyo y se incorporaron a la persecución, y así le cerraron el paso a los ladrones.
Cuando Manuel vio que uno de los ladrones había caído y que sus compañeros ya les cerraban el paso, se dejó caer al piso, no pudo más y soltó “estoy herido”.
Fue entonces que Juan pudo auxiliar a su compañero que se dolía en el piso. Le levantó el chaleco, le quitó la fornitura, le bajó el pantalón y con lámpara en mano le dijo que no se moviera, Manuel sólo sintió un pellizco.
“Vi sangre, y con mi manos le saque la bala, la tenía incrustada en la piel, y le dije toma tu bala, guárdala. Después los dos nos pusimos a reír, por los nervios, por la alegría de saber que estaba bien, que estaba fuera de peligro, que estaba vivo”, relató Juan.
Manuel corrió sabiéndose herido, porque sólo pensó en que no podía dejarlos escapar. “Cómo se iban a ir. Una: no puedes dejarlos ir; dos: ya me hirieron y ni modo que… Es amor a la camiseta, uno viene a cumplir con su trabajo, y piensas cómo le voy fallar, en primer lugar a mi familia, y me levanté”.