Cuarenta y cinco años después de la masacre del 2 de octubre de 1968, el presidente Enrique Peña Nieto (emanado del PRI) envía un mensaje a los mexicanos vía Twitter: “Fue a partir del movimiento estudiantil de 1968 y las sucesivas reformas políticas, que hoy disfrutamos de un México plural y democrático”.
Sí. Fue parte del comienzo de un larguísimo recorrido que lleva 45 años y aun no termina.
El de 1968 fue un movimiento excepcional; en éste aun se percibía el aroma de otros movimientos de reivindicación social no muy lejanos entonces: El movimiento magisterial del 12 de abril de 1958 y el movimiento ferrocarrilero del 2 de mayo de 1958: también reprimidos diez años antes; y el movimiento de los médicos en 1964. Aun así, éstos eran movimientos focalizados.
A diferencia, el movimiento estudiantil de 1968 aglutinó básicamente a la clase media mexicana, que participaban por reivindicaciones de tono democrático: “¡México, libertad!” era el grito de presencia frente a un gobierno único que no estaba preparado para el rezongo ni entendió las razones de un reto de tal magnitud y, por lo mismo, apretó el gatillo criminal por ignorancia, despecho y miedo: era un gobierno autoritario y represor.
Sí. 1968 fue un parte aguas en la vida de México. Rompió la regla del silencio. Irrumpió en la placidez del “íntimo decoro” de un gobierno cuyo partido estaba en el poder hacía casi cuarenta años. 1968 demostró que se podía exigir y que se podía gritar ¡Libertad! con todas sus letras. Construyó los andamios de los nuevos tiempos políticos a los que se sumaron los del 10 de junio de 1971.
Pronto el gobierno institucionalizado no tendría escapatoria. El sistema político mexicano entró en crisis y, por lo mismo, ideo una Reforma Política en 1977 para dar paso a la muy fortalecida disidencia política y social y para desahogar aquella olla exprés a punto de estallar.
De ahí en adelante, en lo político mucho habría de cambiar en México; y sí, pasaron muchas reformas políticas a lo largo de casi tres décadas hasta iniciar el proceso de alternancia y de garantía electoral. Se pasó de un nacionalismo mexicano ramplón y cinematográfico a un sentido de nacionalidad más universal e incluyente; y aunque existen vestigios de aquel viejo sistema autoritario, el de hoy subsiste por un irreductible pluralismo político limitado y menos excluyente.
Para que esto ocurriera, también hubo que transitar por movimientos guerrilleros en los setenta (Liga 23 de septiembre; Genaro Vázquez; Lucio Cabañas) y confrontaciones entre fuerzas políticas, ya como partidos u organizaciones civiles, que adquirieron voz y presencia; el antiguo Partido Comunista Mexicano, que consiguió su registro, se aglutina en una izquierda novedosa. La participación femenina en la vida política y social en México ya es un hecho.
Después de 45 años tenemos democracia, pero aun no consolidada; tenemos instituciones que ha creado el poder político –cualquiera que sea su firma- para su perpetuación; elegimos a los gobernantes, pero no elegimos a quienes habrán de contender; se crearon instituciones de la desconfianza para cuidar el voto; sí hay libertad de expresión, aunque hoy, en muchos casos, acotada por razones de criminalidad en un problema de seguridad pública que no han podido solucionar los gobiernos.
Producto de la inercia mundial y como resultado del tránsito de 45 años, hay mayor democratización en la enseñanza. Hoy puede haber grandes acciones de protesta e, incluso, aparece como debilidad del gobierno el Síndrome de 1968 y el gobierno deja de ejercer obra por miedo a repetir el pecado mortal. Que no lo haga. Y que sea gobierno. Incluso surgen movimientos burocratizados, como el de la CNTE, que tiene mucho de reaccionario y nada de revolucionario.
Aunque de tiempo en tiempo el 2 de octubre sí se olvida; también es cierto que no se olvida, porque es un corte histórico extremadamente importante y porque ese día hubo muertos heroicos e inolvidables en nuestra conciencia colectiva.
Ellos nos recuerdan que no todo es como hubieran querido. Que hoy, como entonces, siguen vigentes los grandes problemas nacionales de polarización social; pobreza; mala educación; fallas en los sistemas de salud; desahucio en el campo; desempleo; corrupción política y social; migración y criminalidad feroz e incontrolable.
El presidente Peña Nieto tiene razón en parte, cuando dice que ‘a partir’ de aquel día hay novedades en el frente. Y sí: mucho ha cambiado el país en lo político; poco ha cambiado el país en sus contradicciones. Lástima. Ojalá pronto podamos celebrar, y no conmemorar, con hechos de justicia social y democracia consolidada, el 2 de octubre, que no se olvida.
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