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El filósofo inglés Bertrand Russell, en su libro La conquista de la felicidad, publicado en 1930, decía que la persecución del éxito social, en forma de prestigio o de poder, o de ambos, es el obstáculo más importante para la felicidad en una sociedad de competencia. “Se puede ser rico y admirado; pero si no se tiene amigos, ni intereses, ni placeres superfluos espontáneos, se es un miserable”.

 

En esa misma década, la Universidad de Harvard, inició una de las investigaciones sociológicas más audaces que se han registrado en el mundo académico para conocer los factores que determinan la felicidad personal: monitorearon durante siete décadas la vida de más de 500 jóvenes estadounidenses, quienes fueron divididos en dos grupos; uno conformado por estudiantes de esa institución y el otro por ciudadanos sin antecedentes penales, de los barrios de Boston. Entre los universitarios figuró John F. Kennedy y aunque todos eran anónimos, en 2009 se filtró este dato.

 

Los resultados arrojaron tres libros: Adaptation to Life (1977), Aging Well (2002) y Triumphs of Experience. The men of the Harvard Grant Study (2012) y un decatlón de la prosperidad, como lo ha llamado George Valliant, responsable desde los años sesenta del proyecto. En entrevistas a distintos medios, Valliant, quien actualmente tiene 80 años, ha dicho que si bien el cúmulo de datos son complejos y hubo una inversión de 20 millones de dólares, además de muchas variables a tomar en cuenta, todo se reduce a una fórmula sencilla: “la felicidad es el amor”.

 

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