En el futbol, dicen que el próximo partido es el más difícil, peor aún: lo más difícil es cuando no hay partido; parafraseando al escritor hungaro Péter Esterházy, México se juega el próximo viernes parte de este melancólico discurso.

 

Y es que la cruda verdad que Víctor Manuel Vucetich encarará ante Panamá, es que, en caso de un empate o derrota, arriesgará al paro para los amantes del futbol el próximo junio, mientras otras 32 naciones están de fiesta en tierras brasileñas.

 

Por eso la concentración previa al duelo ante el equipo canalero se prepara como si el rival se llamara España, Brasil o Alemania. Los dirigentes mexicanos se pasean con sonrisa nerviosa por el Centro de Alto Rendimiento de la Federación Mexicana de Futbol. Saludan a Guillermo Ochoa efusivos, como en bienvenida al hijo rebelde que enmendó el camino y está de vuelta para resguardar el marco.

 

Se nota en la sonrisa de Javier Chicharito Hernández, revaluado por el gol que consiguió hace un par de semanas con el Manchester United, y su nombre en una estación, en un mapa conmemorativo del metro londinense, pero quizá más por el revulsivo en el banquillo, donde Vucetich puede prometerle mayor surtido de parque para su instinto rematador.

 

Lo marca la seriedad de Rafael Márquez, bromista en el tenis-balón, pero un general a la hora del interescuadras en el que no desaprovecha ocasión para acercarse a Vucetich y observarle lo que los años de capitán en el Tri y como guerrero catalán aprendió.

 

Y por supuesto se distingue en las carcajadas del grupo que integran De Nigris, Jiménez, Fabián, Arce y Layún, distendidos, lejos de la zona roja donde el cuerpo técnico debate entre ademanes las opciones para que la chamba no termine en el juego de la próxima semana en Costa Rica.

 

Víctor Manuel Vucetich intercambia puntos de vista con el que se acerca. Da igual si Chaco Giménez sólo comenta, o si Rafa señala, puntualiza e indica. Vuce escucha, al menos hoy entre los verdes alguien parece que escucha y el resto atiende.

 

Y los directivos, con paso nervioso en la orilla alta. Ahí, donde Justino Compeán, presidente de la Federación Mexicana de Futbol, de plano no se queda a toda la práctica y sale apresurado, no así Héctor González Iñarritú, director de Selecciones Nacionales, vigilante, con la mirada fija en la nada, como si aún se preguntara cómo es que México se atoró en esta situación.

 

Sea como fuere, al futbol le gusta vestirse de diablo. Plantear paradojas y absurdos sin importarle un bledo los blasones. Hoy, el Tri está preocupado por un rival centroamericano que en 79 años de historia no sabe lo que es una experiencia mundialista, quizá por eso el camino del equipo canalero en aquel lejano 1937 arrancó con un duelo ante una Selección Mexicana que terminó con un empate a dos, precisamente el resultado que hoy sirve a los panameños. Es futbol, donde el próximo partido es el más difícil, aunque para México, lo más difícil venga justamente después de ese encuentro; cuando no haya futbol porque preocuparse.