Frente a la inminente reforma fiscal, diversos grupos cupulares han alzado la voz contra el escenario de pagar mayores impuestos. A primera vista, el comportamiento parece lógico: ¿quién desea más gravámenes, sobre todo en tiempos en los que México experimenta una desaceleración que ha reducido las cifras prospectadas de crecimiento a poco más de uno por ciento? Más aún, en las mentes de algunos empresarios notables, la idea de pagar impuestos es sinónimo de derroche y gasto. “¿Para qué financiar a un gobierno corrupto e ineficiente?”, piensan. Muchos, incluso, argumentan su negativa a pagar más impuestos bajo la lógica tramposa de que las acciones de Responsabilidad Social Empresarial (RSE) de sus organizaciones son una manera más clara y efectiva de contribuir con el país. Es curioso ver cómo la actitud de los grandes empresarios mexicanos –los que figuran en los primeros lugares de la lista de “Las 500 empresas de Expansión”, no la de los dueños de las Pymes que batallan diariamente por sobrevivir- contrasta con las de otros súper ricos en el mundo.
Recordemos un poco. En 2006, Bill Gates, entonces CEO de Microsoft, anunció su transición de ejecutivo a director de tiempo completo de la fundación que inició con su esposa en 1975, la cual ha contribuido a la educación y la salud global. Ese mismo año, Warren Buffett, uno de los hombres más ricos del planeta, informó que daría 37,000 millones de su fortuna acumulada en Berkshire Hathaway a causas filantrópicas. Buffett llevó el debate a un nivel más alto en 2011, cuando le propuso al gobierno de Barack Obama que planteara un gravamen especial a aquellos que ganaran más de un millón de dólares al año. La iniciativa de Buffett fue recibida con escepticismo, sobre todo en el ala conservadora republicana, adversa casi por sistema a la noción de los impuestos escalonados. Sin embargo, la idea de Buffett permeó en el imaginario de la aldea global. Una semana después de su propuesta, un grupo de súper ricos franceses –presidentes y directores de compañías como Total, Societe Generale, Fimalac y Air France- le pidieron a Nicolas Sarkozy, entonces presidente galo, que les cobrara más impuestos.
Esta súbita toma de conciencia de los súper ricos marca un punto de inflexión interesante en el ámbito de la RSE y del management. Las incesantes demandas de múltiples stakeholders para implementar una mayor responsabilidad social en el manejo de las grandes fortunas, sumada al hecho de que el aumento exponencial en la calidad de vida ha redundado en que la edad productiva de los ejecutivos se haya elevado más allá de los 60 años, ha derivado en que los CEOS ya no visualicen su retiro como una vida de descanso en la playa o en las montañas, sino como una oportunidad para ser un agente de cambio social y construir un legado del que puedan sentirse genuinamente orgullosos. No se trata de elegir la filantropía como una actividad social después del retiro, sino de dedicarse de tiempo completo a proyectos programáticos y ambiciosos que sirvan como agentes de cambio social; no sólo en esferas universalmente consideradas como “políticamente correctas”, también en temas espinosos y controversiales, como el activismo del financiero George Soros para impulsar la legalización de las drogas en California.
Personajes como Buffett y Gates cuentan con una amplia gama de contactos en todas las esferas posibles. Se ven a sí mismos como protagonistas de la vida mundial y actúan en consecuencia. En el mediano plazo vamos a ver cómo injieren de manera cada vez más directa en el planteamiento de la agenda pública de la aldea global; no como meros filántropos, sino como actores capaces de influenciar, no sin controversia, las políticas públicas de las naciones. La élite empresarial mexicana podría aprender mucho de ellos.
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