Suelo tener una posición pasiva respecto a los impuestos en general. No reacciono porque sé que de la situación actual no mejoraré ni empeoraré gran cosa. No son los impuestos en sí lo que me molestan, sino que en nuestras periódicas reformas fiscales sigamos con un esquema complicadísimo para el pago de impuestos y un país en el que las mujeres más pobres tienen que parir en el vestíbulo de un hospital o en su jardín, o alguien muere de hipotermia porque no quisieron atenderlo.
Los impactos de las reformas fiscales a la mexicana son verdaderamente ligeros. Limitados en cuanto a la recaudación, y limitados también en el impacto al contribuyente promedio. El gobierno no obtiene lo que dice requerir, y el ciudadano se siente vulnerado por cualquier ajuste fiscal, sea una afectación real o mera percepción.
Hoy todavía no queda claro cómo se modificarán los impuestos. En mi caso personal percibo que pagaré menos Impuesto Sobre la Renta, pero más impuestos especiales. Es muy probable que en el balance hasta salga ganando, al igual que muchas personas que hoy están expresando su inconformidad contra el “alza de impuestos”. Es también probable que los beneficiados ni se den cuenta y sigan teniendo una posición negativa respecto a estos cambios.
He perdido demasiadas horas en los portales del SAT tratando de hacer mis declaraciones, en una computadora con el sistema operativo dominante (Windows) y su navegador (Explorer), porque las páginas de pago de impuestos no funcionan bien ni en Mac ni en Lynux ni con la competencia de Explorer. Mi neurosis no se lleva bien con Microsoft ni con el SAT. No tengo esperanzas, el sistema seguirá siendo complicado, continuaré pidiendo prestada una computadora y me mantendré dando una retahíla de datos cada que quiera facturar ¿por qué no basta con mi Registro Federal de Contribuyentes?
Sabemos perfectamente que esta misma década habrá al menos dos reformas fiscales, y habrá cientos o miles de personas que sean rechazadas en los sistemas de salud en condiciones extremas: moribundos, parturientas, enfermedades curables, con riesgo de perder extremidades. No sólo allí ocurrirán las injusticias; maestros en paro que se mantendrán recibiendo su sueldo íntegro; historias de acoso, abuso y explotación sexuales que terminarán con el culpable sin sanción por la protección de las autoridades; los líderes sindicales seguirán viviendo realidades distintas a los trabajadores que dicen representar, etcétera, etcétera.
El problema, claramente, no son los impuestos. Es un estado que no funciona. Y un aparato que cobra impuestos, el Servicio de Administración Tributaria como espejo de ese estado que no funciona. Si el SAT funcionara bien, tuviera una buena disponibilidad de citas, con un portal simplificado y una facturación simplificada ayudaría mucho. Si además el estado garantizara el otorgamiento de los servicios públicos so pena de sancionar a los responsables, ganaríamos mucho más.
El estado mexicano no está en esa lógica. Entiendo perfectamente que requiera más recursos para financiar grandes proyectos, tanto de combate a la pobreza como de infraestructura. Puedo incluso compartir la perspectiva. El problema es que sigue sin generar la percepción del “estado tangible”.
Nicolás, de 8 años, no entiende por qué su mamá y yo le insistimos en que coma bien sentado y no ponga los codos sobre la mesa. Le estamos imponiendo una obligación que no tiene una contraprestación clara. Así está operando el estado mexicano. Puede que tenga razón. Es más, se la doy de antemano, pero no me simplifica la vida, ni me garantiza mis derechos o la prestación de servicios públicos. Algo está fallando claramente. Malditos impuestos.