Cerraré mi serie de entregas radiofónicas con algo que, en lo particular, me llama poderosamente la atención. No sólo por ser parte del género radiofónico al que me dedico, sino por lo delicado del asunto.
Los conciertos de radio son algo conocido y herramienta más que utilizada en México. Luego de que grupos como Radio Centro y el antiguo Núcleo Radio Mil comenzarán a utilizar grabaciones fonográficas para competir con las presentaciones en vivo que lograban las estaciones de Radiopolis, los convivios con los grupos y cantantes eran un plus con los escuchas que, en las instalaciones en artículo 123 o de Insurgentes Sur 1870, tenían un acercamiento único con sus ídolos.
Con el tiempo, las reuniones con cantantes se transformaron en conciertos. Primero, como negocio y después como estrategia publicitaria.
El auxilio que las estaciones de radio dieron a partir de presentaciones en foros de minúsculos a medianos de artistas internacionales logró no sólo una expansión en la cultura popular, sino también incubar ideas distintas sobre expresiones y posibilidades de vida.
Por el lado del pop, los conciertos multitudinarios comenzaron a afinarse. Arturo Forzán Roviroza puede considerarse como el creador de la forma actual de los conciertos radiofónicos. En su paso por estaciones musicales como Estéreo 102 y, en específico, Pulsar FM, Forzán diseñó la estrategia de promoción, la forma de calentar los masivos y la negociación con disqueras y managers para lograr un cartel atractivo para los escuchas y, por supuesto, los anunciantes.
Porque si algo tenían -y tienen- dichos conciertos es la búsqueda de la sustentabilidad.
De hecho y aún hasta la fecha, todos los conciertos del tipo en el Distrito Federal buscan que la empresa organizadora -es decir, la estación- gane dinero con el evento, cosa complicada al ser un evento gratuito.
Aunque hay de gratuitos a gratuitos.
En Guadalajara se realizan múltiples eventos radiofónicos. Algunos se vuelven míticos y otros son sólo otro más del montón. Así como Forzán logró imprimir a su “padre de todos los conciertos” un duende especial que lo diferencia de cualquier otro -sin importar el grupo radiofónico donde lo organice-, hay otros que lo intentan pero fracasan no sólo por la falta de chispa, sino por la trampa.
“Rock por la vida” es un ejemplo claro.
Desde hace siete años se organiza un concierto en Guadalajara titulado “Rock por la vida”. El objetivo del mismo es denunciar los índices de suicidio en Jalisco y combatir su aumento entre adultos jóvenes.
En un inicio, el festival era organizado con fondos de Jalisco es Uno, dependencia del gobierno estatal.
Con el tiempo, el festival ha crecido en escenarios y grupos convocados.
Por desgracia, también han aumentado los suicidios.
En 2010, el número de casos de suicidio en Jalisco fue de 310 personas; para 2012, los casos aumentaron en un 46 por ciento hasta 453. En cifras frías, pasó de 5.61 a 6.32 por ciento de la población, según datos de la secretaria de salud del estado.
Para 2013, la cifra sigue en aumento.
Para más datos, el sector más expuesto es el de los jóvenes y, entre ellos, los de la zona metropolitana de Guadalajara.
Es decir, la audiencia objetiva de la estación en cuestión.
A eso hay que agregarle que los fondos de dichos conciertos salieron de los 53 millones de pesos que el gobierno de Emilio González Márquez invirtió en eventos masivos. Dicho de otra forma, si se tuviera que calificar por resultados, el festival es un fracaso a costillas del erario.
El dinero se repone, las vidas no.
Las posibilidades de destinar los recursos a otras maneras de prevenir suicidios son múltiples. Si el festival mostrara en resultados su efectividad, todos debiéramos unirnos en su labor.
Por el contrario, si los suicidios aumentan, debiéramos analizar si su realización no es, al final, sólo un pretexto para aumentar la audiencia de la estación.
Y, en una de esas, la cartera del organizador.