Para su octavo largometraje, el artesano Bill Condon (Kinsey, Dreamgirls y -guácala-, la saga Twilight) se aleja de las fantasías adolescentes de vampiros guapos con cara brillosa para enfocarse en otro ser pálido y de pelo blanco que, por el contrario, sí provoca terror, pero a gobiernos e instituciones.

 

En The Fifth Estate (El quinto poder), Condon aborda la historia de Wikileaks, el famoso sitio de internet creado por el hacker de origen australiano Julian Assange, cuyas revelaciones, recabadas a partir de fuentes anónimas, han dado luz -entre otras cosas- sobre los excesos del ejército norteamericano en las guerras de Irak y Afganistán.

 

Paranoide e hiperquinética -como el propio Assange- esta cinta tiene en su desbordada ambición su mayor virtud y su principal defecto. Y es que tanto director como guionista (Josh Singer) pretenden abarcar más de lo que pueden asir, todo ello en un filme plagado de ideas, no todas ellas llevadas a buen puerto.

 

Basada en dos bestsellers sobre el mismo tema, la cinta inicia con una atractiva secuencia donde se da cuenta en forma cronológica sobre las diferentes herramientas con las que el hombre comunica y almacena ideas e información: desde jeroglíficos, hasta pinturas, pasando por la imprenta, el telégrafo, el télex y llegando hasta internet, web y correo electrónico.

 

Julian Assange sabe del poder de la información: hacker, activista, emprendedor, pero sobre todo inquieto e ingobernable; en una convención de obsesos de la tecnología, el joven de pelo blanco conoce a Daniel Domscheit-Berg, quien se convertiría en su colega y cómplice en aquella promesa que hacía Wikileaks: si te vuelves nuestro informante, te garantizamos anonimato y la publicación íntegra de tus documentos.

 

Lo que en principio parece un simple juego de nerds, Wikileaks, se vuelve al paso del tiempo en una de las páginas más poderosas del mundo entero, no sólo capaz de poner en jaque al mismísimo gobierno de Estados Unidos, sino abriendo el debate sobre la efectividad del periodismo convencional: en su breve historia, la página ha tenido más exclusivas que el New York Times o The Guardian juntos.

 

El hilo conductor es la eventual ruptura entre Assange (sorprendente Benedict Cumberbach) y Domscheit-Berg (Daniel Brühl), cuando el segundo reprocha al primero su decisión de publicar todos los documentos que llegan al sitio sin edición alguna, provocando un riesgo latente para vidas inocentes.

 

En su cinta, Condon abre el debate sobre el futuro del periodismo, la permanencia de los medios escritos, el papel de la diplomacia internacional, el debate moral sobre si es correcto que un solo hombre -y no un comité editorial- decida sobre la publicación de documentos tan sensibles como los que ha presentado Wikileaks.

 

Condon insiste en la imagen de la oficina virtual, con escritorios infinitos y recursos ilimitados, que habla sobre la obsolescencia de una redacción de periódico frente al poder que da tener una laptop y una conexión a internet.

 

Si bien esto no es The Social Network (Fincher, 2010), y apenas si tangencialmente alude a All the President’s Men (Pakula, 1976), Condon entrega un thriller divertido, por momentos intenso, que no pierde el interés y cuya mejor nota es la formidable actuación de Benedict Cumberbach como el elusivo Assange, sobre quien el director no puede resistirse a emitir cierta condena moral (menciones sobre las acusaciones de abuso sexual y sobre su supuesta niñez en una secta), como tampoco a convenientemente encontrar una débil justificación para el actuar del gobierno.

 

En todo caso, este largometraje cumple con el objetivo que toda bio-pic debiera provocar: el deseo por conocer más.

 

The Fifth Estate (Dir. Bill Condon)

3 de 5 estrellas.