Es sin duda, uno de los temas, si no es que el tema más candente en las primeras planas y noticieros que tiene relación con el uso de la tecnología: información con la marca “Snowden” ha desatado en las últimas semanas la indignación de gobiernos de diferentes países, particularmente en Europa encabezados por Alemania, y en América, principalmente México y Brasil, entre otros, ante las revelaciones de espionaje por parte de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de Estados Unidos, que prácticamente ha tenido acceso hasta el más mínimo detalle de conversaciones telefónicas y transmitidas a través de internet de mandatarios de los mencionados países.
Ya lo dijeron diferentes analistas y hasta un ex presidente mexicano (Vicente Fox). No hay mucho de qué alarmarse pues, desde hace décadas, y quizá siglos, el espionaje es pan de cada día, no solo por parte de Estados Unidos, sino de casi cualquier país en el mundo. El matiz que quizá hace valer la molestia radica en la diferencia entre las formas de ejercer ese espionaje; en otras palabras, la capacidad tecnológica desproporcionada e infinitamente superior que ha desarrollado nuestro vecino del norte en comparación con el resto del mundo.
Los ciudadanos de a pie, nos sumamos a la indignación, criticamos, cuestionamos la moral de la agencia estadounidense, y descargamos ese malestar que yace en el subconsciente colectivo de buena parte de quienes no somos nacidos en ese país, para unos un resentimiento muy pequeño, para otros, extremadamente desarrollado. Pero no hay mucho más que hacer, pues este escándalo no nos toca de manera tan cercana. Es más la necesidad de tomar una postura, a favor o en contra del modus operandi del villano por excelencia.
Como parte de los informes al respecto publicados en las últimas semanas, se mencionó la forma en que empresas como Google, Facebook, Yahoo! y Microsoft, entre otras, fueron contactadas por la agencia misma para compartir información de sus usuarios. Es entonces cuando un escándalo como estos nos toca, sin importar que no seamos presidente de un país o un líder mundial cuyas decisiones sean hipotéticamente clave para la seguridad de un país.
No es mi intención elaborar alrededor de la posible colaboración que estas empresas pudieron haber hecho con la NSA, sino de lo que nosotros, como usuarios de múltiples servicios en internet, hacemos para facilitar un espionaje que he decidido llamar “el espionaje cotidiano”, que puede tener o no, relación con lo que hace la agencia de inteligencia mencionada.
Empecemos por la más popular de las redes sociales. Facebook, por ejemplo, tiene permitido hacer uso de todas y cada una de las fotografías que los usuarios de esa red publican para múltiples fines. Podríamos arremeter contra Facebook, pero lo cierto es que quien decide compartir públicamente una imagen, somos nosotros mismos. Los años recientes hemos visto de manera vertiginosa cómo la gente comparte prácticamente cualquier información de su vida personal con tal de mostrarse públicamente. Evidentemente se olvidan de que, dar información de a qué colegio acudes, dónde estarás esa noche, cómo son tus padres, hermanos e hijos, no es algo que quisiéramos estuviera en manos de alguien ajeno a nuestro círculo cercano. Pero lamentablemente, está pasando. Y nadie, más que nosotros mismos, lo hemos fomentado.
Si hablamos de los servicios de correo electrónico gratuitos, la mayoría de ellos “espían” todo el contenido que en estos se escribe. Técnicamente no es para hacer mal uso de la información, sino para poder ofrecer de forma más certera publicidad afín a los temas de los que un determinado usuario suele hablar. Y es posible que no haya intenciones oscuras detrás, pero también lo es que, al utilizar alguno de estos servicios, somos nosotros mismos quienes ponemos información muy personal al alcance de otros.
Y así podríamos continuar. Servicios de geo localización que indican dónde y cuándo voy a determinados lugares (Foursquare), o redes sociales de fotografía (Instagram) que incluso se dan el lujo de lucrar, si así lo desean, con las fotografías de sus usuarios al hacerse dueños de sus derechos.
Vivimos en una época donde la NSA es alimentada por nosotros mismos. Es verdad, los actos de espionaje realizados a los diferentes países, no son algo, como se ha dicho hasta el cansancio, políticamente correcto “entre amigos”. Pero es lo que es. Es lo que siempre ha sido. Y lo es aún más, mediante el uso de todas estas herramientas, ninguna de ellas criticable, pero a través de las cuales hemos sido los artífices de este “big brother” sin límites. Es, en otras palabras, el espionaje cotidiano con el cual habremos de vivir.