Para el campesino Hipólito Mora, el momento de organizarse y tomar las armas llegó cuando una compañía empacadora controlada por un brutal cartel de narcotraficantes se negó a comprar las limas que cultivaba. Para el obispo Miguel Patiño Velázquez, fue cuando vio que los civiles se veían obligados a pelear con sus propias armas.
Leticia, una peona de campo demasiado asustada como para dar su apellido, dice que el día en que vio el secuestro de un conductor de taxis frente a sus dos hijos pequeños decidió que debía sumarse a quienes estaban tomando la ley en sus propias manos.
Para todos estos mexicanos, esos episodios fueron la gota que colmó el vaso, la coronación de años de terror bajo el yugo de los Caballeros Templarios en el Valle de Apatzingán, una zona verde, cubierta de frutales y rodeada de picos color gris azulado.
“Vivíamos sometidos, amenazados por el crimen organizado”, expresó Leticia, de 40 años, quien vive de la recolección de frutas y la venta de pollos. “Querían tratarnos como animales”.
Ocho meses después de que estos grupos de autodefensa comenzaron a funcionar, dicen que han expulsado al cartel de seis municipalidades en la Tierra Caliente, un apodo que alude al calor de la zona pero también refleja las actividades delictivas que allí proliferan. Lo que es más, los líderes de los grupos de autodefensa, que claramente violan las leyes al tomar las armas para combatir la delincuencia, dicen que el gobierno nacional ya no los detiene sino que los recluta para ayudarlos a identificar a miembros de los carteles.
El gobierno, que lleva años combatiendo a los carteles en Michoacán sin demasiado éxito, también llegó a su límite el 27 de octubre, cuando hubo un ataque coordinado de supuestos miembros del cartel contra plantas eléctricas en 14 ciudades y pueblos cuyo fin fue aterrorizar a la población. Al menos 400 mil personas quedaron a oscuras.
El procurador general Jesús Murillo Karam llegó en helicóptero al pueblo ganadero de Tepalcatepec dos días después para reunirse con los líderes de los grupos de autodefensa y comprometerse a ayudarlos.
“Ya lo puedo decir. El martes pasado (29 de octubre) vino el procurador general de la república con dos generales de la defensa nacional a hablar conmigo. Nos dijo, ‘venimos a ayudarles. ¿Qué quieren que haga?”, relató el doctor José Manuel Mireles, líder de las autodefensas de Tepacaltepec, hablando durante el desayuno en una plantación de mangos, con una radio que informaba los movimientos de sus patrullas.
Indicó que el gobierno prometió realizar operaciones en ciudades grandes de todo el estado. El portavoz de los servicios nacionales de seguridad Eduardo Sánchez no respondió a varios pedidos de comentarios sobre la cooperación del gobierno con estos grupos.
El lunes, la policía militar y federal se presentó en el puerto Lázaro Cárdenas de Michoacán, que es una fuente importante de ingresos del cartel por el tráfico de drogas y de sustancias precursoras, así como por extorsiones. Despidieron a 113 agentes de la policía local y se hicieron cargo de la seguridad.
Unos 40 oficiales fueron enviados a la Ciudad de México para ser interrogados en torno a rumores de corrupción, según un funcionario de seguridad que no se identificó porque no está autorizado a hablar con la prensa.
El jueves el ejército detuvo a los 25 policías de Vista Hermosa, pueblo del norte de Michoacán donde los Caballeros Templarios libran una guerra con Nueva Generación, un cartel del vecino estado de Jalisco.
Los grupos de autodefensa comenzaron con unas pocas decenas de civiles de dos comunidades: los recolectores de limas y hacendados y propietarios de comercios que empezaron a patrullar las calles, establecieron puestos de control y emboscaron a miembros de los Caballeros Templarios que se paseaban con armas pesadas y vehículos todo terreno.
Hoy las autodefensas cuentan con varios miles de efectivos en un valle de más de 300 mil personas y compiten con el cartel en número, aunque no en poder de fuego.
A pesar de algunos éxitos en seis comunidades de la Tierra Caliente, el cartel sigue controlando otras partes de Michoacán, un estado que es exportador de limas, aguacates y mangos. Y hay informes de episodios de violencia diarios.
Si bien los carteles aterrorizan comunidades de todo México, muchos dicen que Michoacán es un caso aparte. La región ha tolerado por mucho tiempo el cultivo de marihuana y de amapolas y la corrupción y el crimen organizado han penetrado la política y la economía por años.
“Michoacán tiene todas las características de un estado fallido”, escribió el mes pasado Patiño, el obispo de Apatzingán, en una carta en la que mencionaba a los Caballeros Templarios y a otros carteles. “Los gobiernos municipales y la policía están sometidos o coludidos con los criminales y cada vez más crece el rumor de que el gobierno estatal también está al servicio del crimen organizado, lo que provoca desesperanza y desilusión en la sociedad”.
La arquidiócesis negó esta semana versiones de que un religioso fue amenazado por denunciar el estado de cosas y que está bajo custodia, asegurando que se encuentra en un retiro pastoral.
Circulan rumores de que algunos grupos de autodefensa fueron infiltrados por elementos de Nueva Generación, algo que esas organizaciones niegan. Una banda de ex Caballeros Templarios, llamada “Los Viagra“, también ha tratado de usar grupos de autodefensa para encubrir sus actividades ilegales, según residentes.
Los líderes de las autodefensas sostienen que son ciudadanos comunes que tratan de defenderse contra la violencia constante dado que el estado no puede hacerlo.
Mireles, el líder de las autodefensas, dice que los problemas se agravaron hace 12 años, cuando una comunidad selló un pacto con un cartel local llamado La Familia para expulsar a la rama local de los Zetas, un poderoso cartel nacional. Cuando La Familia fue desarticulada por el gobierno del entonces presidente Felipe Calderón, lo que quedó de esa banda tomó el nombre de Caballeros Templarios. En un primer momento, le dijo a la gente que no se metería con ella. Pero luego se dio cuenta de que podía ganar más dinero extorsionando a los comerciantes locales que con la venta de drogas.
“Estos cuates son ambiciosos”, dijo Mora, quien dirige el grupo de autodefensas de La Ruana. “Empezaron, y fue error de ellos, a meterse con los civiles, con el trabajo honesto, empezar a tomar el control poco a poco de la producción del campo”.
Este año la gente se hartó y comenzó a formar las autodefensas. Sus líderes dicen que seguirán atacando al cartel en otras ciudades a pesar de que los militares les impidieron apoderarse de Apatzingán el 26 de octubre.
Negociaron una marcha pacífica, desarmados, bajo la protección de los militares. Cuando unas 3.000 personas ingresaban a la plaza, francotiradores que se cree pertenecían a los Caballeros Templarios abrieron fuego desde la torre de una iglesia y desde el edificio municipal, donde la policía solo miraba. Hubo varios heridos.
Los grupos de autodefensa dicen ahora que trabajan con las fuerzas federales para identificar a delincuentes en la ciudad y facilitó el lunes la captura de Leopoldo Jaimes Valladares, un traficante de mediano nivel que se cree controlaba las extorsiones de comerciantes.
En el valle de Apatzingán la vida continúa bajo la mirada de helicópteros militares y con numerosos puestos de control rodeados por bolsas de arena, algunos con soldados y otros con miembros de las autodefensas. Los camiones con frutas van y vienen bajo el calor y en las escuelas los niños practican marchas cívicas, al son de tambores e instrumentos de metal.
Afuera de Apatzingán hay hombres con rifles de caza y armas semiautomáticas.
Es una paz frágil.