El jueves pasado, cuando el mercado de valores de Nueva York abrió para dar la bienvenida a la red social Twitter, en minutos surgieron un puñado de millonarios creados a partir de los pensamientos de otros.
Al final de cuentas, eso es dicha red social.
El sexenio que lleva el servicio ha sido de grandes modificaciones y crecimiento de popularidad. Desde aquél mítico momento donde hizo su presentación en sociedad en SXSW hasta el jueves anterior, la expansión de Twitter ha hecho que muchos lo consideren responsable de cambios sociales como las revoluciones en Egipto y Libia hasta rompimientos sentimentales o descubrimientos de acciones militares tal y como fue, de hecho, en aquel en que fuese asesinado Osama Bin Laden.
La inmediatez y brevedad del mensaje ha hecho que redacciones enteras de periódicos hayan comenzado a replantear sus cabezales y cuerpos de notas. Incluso, la forma en la que la rapidez de un tuit puede matar a un reportaje de cinco mil caracteres.
Discusiones sobre los periodistas de Twitter y los periodistas de verdad se ha acrecentado conforme la falta de preparación y belicosidad dentro de los mensajes son imposibles de filtrar de no ser por el criterio del usuario, los cuales crecen día a día.
Estudios recientes sobre Twitter dan a conocer que eso, la información, es lo que más busca el ciudadano común en la red social. El Pew Research Center arroja datos donde Twitter sigue pasos detrás en el número de usuarios contra los registrados en Facebook. Pese a ello, los usuarios de Twitter se han convertido en consumidores más educados, con mayor utilización de dispositivos móviles para navegar en la red y con un interés primario en enterarse de información más allá de su primer círculo. Dicho de otra forma, Twitter es el primer lugar en donde se enteran. Nada nuevo.
Lo nuevo sería venderlo.
Al momento, las técnicas para venta de publicidad en el servicio han sido poco eficientes. Sí, hay quienes vender sus tuits al mejor postor –incluso venden su alma para convertirse en voceros políticos en la vulgaridad cibernética de nuestros tiempos–, pero Twitter aún no logra crear un esquema de comercialización atractivo y masivo.
De hecho, el encontrar cómo vender redes sociales siempre ha sido complicado. YouTube logró crear banner y micro spots que se reproducen antes del video solicitado para poder recabar ingresos. Facebook, en cambio, prefirió usar un sistema mixto en el que no sólo vendiera publicidad, sino utilizar sus aplicaciones para recabar dinero a partir de su venta y la adquisición de añadidos dentro de juegos y dinámicas de las empresas asociadas.
Dorsey y compañía no han logrado, aun, dar con el camino propio para eso. En cambio, lograron algo que Facebook no pudo en su lanzamiento bursátil: vender expectativa.
Durante semanas, se rumoró de cuánto sería el precio de salida de la acción del pajarito Larry. En un inicio, se filtraron números tímidos para, con ello, lograr distraer a analistas que, luego de la caída de la empresa de Zuckerberg, temían de la reacción del mercado hacia otra red social en la bolsa.
Días antes de la salida, analistas comenzaron a calentar la acción de forma moderada. El miércoles pasado, se anunció que las acciones de Twitter tendrían un costo de 27 dólares cada una. El crecimiento a fuego lento hizo que los inversionistas sintieran confianza y que, incluso, especularan que la acción crecería más en los días y semanas por venir.
La apuesta no fue mala. Al cierre de la sesiono del jueves, la empresa valía 25 mil millones de dólares. 12 mil millones más de la valuación inicial.
Con ello, los primeros accionistas saltaron a niveles parecidos a los de Zuckerberg. No obstante, el riesgo de la caída puede llegar en cualquier momento.
En el cambiante mundo de la tecnología, el renovarse a morir es un axioma. Twitter deberá crear otras salidas para evitar centrarse en los riesgos que otros servicios como MySpace no lograron sortear. Saltar el hype y ser casi indispensable, como lo lograron Facebook o Google.
Convencer a sus 200 millones de usuarios que Twitter les será útil al largo plazo, crecerlos. Ser un cómplice donde el contenido lo generen otros y las ganancias se las lleve un puñado.
Un puñado que vive de tus mensajes en 140 caracteres.