Marco es el sobrino de Arturo.
Arturo es un próspero comerciante. Su negocio le ha permitido comprarse una casa grande, tener dos autos de modelo reciente, emplear a sus hijos y hermanos y manejar buena cantidad de dinero para darle uno que otro lujito a la familia.
Su actividad empresarial es la de surtir diversos productos para el hogar a decenas de comerciantes que, a su vez, revenden la mercancía en los cientos de tianguis, los cuales operan bajo el permiso de la autoridad.
En definitiva a Arturo le va muy bien en su negocio. Eso a Marco le llama mucho la atención. Él se imagina igual de exitoso que su tío cuando sea grande.
En cinco meses, cuando Marco acabe la secundaria pública, se meterá a trabajar al lado de Arturo para conocer la fórmula del éxito económico de su tío. El éxito en este México que todo lo permite.
Arturo le enseñará al joven que inocentemente lo admira tanto a tomar ventaja de los contactos que venden mercancía robada a precios hasta 60% por debajo de su precio de mercado bajo la mirada distraída de autoridades corruptas.
Marco aprenderá de su tío que la reventa de cualquier producto robado generará utilidades netas de hasta el 70% libre, pues las operaciones de compra y venta son completamente en efectivo y sin facturas. Otra vez, bajo la mirada distraída de autoridades.
Marco notará por capacidad propia que la gente de colonias populares se arrebata sus productos en los tianguis debido a que se ofertan hasta 20% más baratos que en el súper o en la tienda de Don Pancho, un viejo abarrotero que compra formal, vende formal, paga impuestos, luz y agua y predial…
Marco no sabe, porque no se lo han explicado ni en la escuela ni su tío ni sus padres, que pagar impuestos es importante para contar con servicios públicos e infraestructura que sustente la competitividad del país. Y también para robustecer el principio de justicia y equidad en materia tributaria.
Él solo ve que a su tío Arturo le va muy bien. No se da cuenta que al comprar mercancía robada está financiando un brazo del crimen organizado. No percibe que al vender robado a tianguistas está alimentando la economía informal.
Ignora que la economía informal no solo no paga impuestos sino que mata a los pequeños comerciantes establecidos.
Él ve en la complicidad de las autoridades, esas que le cobran a los tianguistas una cuota para poder operar en la vía pública sin importar si arman un caos vial, si venden robado, si ofrecen mercancía pirata, comida insalubre… una bendición para el próspero negocio de su tío Arturo.
Y en el Twitter la gente se pregunta cómo es posible que se hable de Reforma Fiscal cuando el principio de equidad y justicia es la meretriz de un sistema tributario que hace con ella lo que quiere, gracias a que el contribuyente suele no quejarse.
Y mientras tanto los informales, como los tianguistas, siguen operando haciendo brillar el sueño ‘emprendedor’ de Marco.
Por ejemplo, en la Ciudad de México algunos delegados como el titular de la demarcación Benito Juárez, Jorge Romero, cuentan con Community Managers amaestrados para comunicar al ciudadano inconforme que el ser tianguista no es ilegal, cuentan con la tolerancia del gobierno.
¿Y desde cuándo se debe tolerar la ilegalidad –mal llamada informalidad– (no pagar impuestos, vender robado, ofrecer comida en condiciones insalubres, afectar el comercio establecido, generar tráfico vehicular)?
Desde cuando la Ley aplica para unos y para otros, si le entran con su cuerno y si afilian a un partido político, pueden obtener permisos para operar por el acotamiento más cínico y ofensivo de la ilegalidad.
Tío, quiero ser como tú -Dice Marco- Beneficiarme como rata de la oferta que nos ofrecen las alcantarillas descubiertas. Engrosar el ejército de gente que hace de México el país de la doble fila, de la mordida, de la torta en la banqueta, de la mentada de madre, del chofer que cree que civismo es una enfermedad. Ese país que se mueve en el lado oscuro de la legalidad.
Tío quiero ser como tú. Soy emprendedor como cualquier otro, lo único que hago distinto es tomar ventaja de la idiosincrasia percudida del funcionario público que lubrica la maquinaria del país con la grasita de la corrupción, esa que ofende, lastima y enoja.