Casi dos de cada tres integrantes de la Mesa de Estatutos votó el sábado pasado por la derogación de un artículo que impedía a un ex presidente del PRD volver a ocupar el cargo. De esa forma, los delegados perredistas dejaron lista la carpeta roja para que el tres veces candidato presidencial Cuauhtémoc Cárdenas tome las riendas del partido y evite una diáspora que le cancele cualquier posibilidad de acceso al poder en los próximos años.
Pero para que esto se concrete hay varias condiciones que exige Cárdenas. No quiere competir por la presidencia, sino que su llegada sea por consenso, que significa que los aspirantes tienen que declinar a su favor, que le den manos libres para armar una estructura en el partido fuera de cuotas para las tribus, y que pueda elegir candidatos a diputados plurinominales. El ingeniero quiere todo. Romper los candados que le imponen los grupos al partido e impide un nuevo acuerdo político interno, pero mediante una conducción vertical donde todos se le sometan. Es decir, por la vía del autoritarismo, llegar a la democracia.
Es cierto que no se necesita ser demócrata para alcanzar la democracia, pero se necesita, en definitiva, estar convencido de que es el único camino para avanzar. Sin duda Cárdenas ha aspirado a un sistema democrático en México mediante un proyecto de nación de izquierda, que no ha podido cuajar en buena parte, porque aunque el electorado reconoce como necesarias los planteamientos de la izquierda de justicia social y equidad que proponen –demostrado sistemáticamente por las encuestas-, no ha visto en los candidatos presidenciales del PRD las personas que puedan llevar a cabo esta misión.
La disyuntiva hoy en día para el PRD es más grave. Con Morena, de Andrés Manuel López Obrador, como un partido a punto de nacer, el PRD enfrenta un escenario de ruptura. El PRD carece de una figura con el arrastre social de López Obrador que lo neutralice y evite que sus cuadros y votos se vayan a Morena. Marcelo Ebrard, cuando jefe de gobierno del Distrito Federal, tuvo en sus manos la oportunidad de derrotarlo, pero su diagnóstico fue fallido. El no confrontarlo no evitó finalmente la fractura en la izquierda, y al mismo tiempo dilapidó el capital político que tenía. Hoy tiene imagen y popularidad alta, pero sin fuerza en el partido.
Ebrard, uno de los políticos de izquierda más sofisticados, busca hoy la presidencia del PRD pero tiene como principales adversarios a sus viejos aliados Los Chuchos, la tribu que controla al partido, que se ha consolidado como una burocracia política cuyos dirigentes carecen de luz pero al volverse funcionales al gobierno de Enrique Peña Nieto dentro del Pacto por México, han adquirido nuevo relieve nacional—insuficiente, empero, para construir una opción electoral exitosa.
Los Chuchos también ven con recelo a Cárdenas, a quien su jefe político, Jesús Ortega, definió alguna vez como “caudillo”, la misma descripción que utilizó años después en López Obrador. El caudillismo es un fenómeno político que nació en América Latina durante el siglo XIX. Aunque se refiere a líderes carismáticos con amplias bases de apoyo –los más sobresalientes son el venezolano Simón Bolívar y el argentino Juan Domingo Perón-, tiene una connotación negativa al estar asociado con liderazgos autoritarios –Perón mismo, o Hugo Chávez en años más recientes-.
La izquierda mexicana de los últimos 30 años tiene una cultura caudillista que, paradójicamente, ha sido motor para su avance político. Primero fue Cárdenas, con una autoridad moral incrementada por el peso histórico del apellido, y después López Obrador, con un carisma y una intuición política extraordinarias, quienes han jalado a la izquierda hacia la cima. Pero ahora, con López Obrador en otro bando, el PRD se encuentra en una encrucijada.
Los Chuchos, que tienen en la trinchera de enfrente a López Obrador, no quieren a Cárdenas con autonomía de ellos. La pregunta es si su candidato Carlos Navarrete, podrá evitar la diáspora. Es buen político de nomenklatura pero gris. Tiene déficit de carisma, incapaz de provocar emoción. No es un caudillo que seduzca a las multitudes o que obligue a sus rivales a seguirlo ante la falta de alternativas, pero tampoco pertenece a la escuela de los demócratas. El PRD no tiene muchas opciones. Sin Cárdenas y su apuesta por una oxigenación del PRD, ni habrá democratización del PRD ni tendrán muchas posibilidades para resistir el avasallamiento de López Obrador. Para enfrentar a un caudillo, el PRD necesita un caudillo. No está en Los Chuchos. Para su desgracia, está en Cárdenas, aunque su llegada, que podría salvar al partido de su partición, los termine partiendo a ellos.