Venía caminando con Héctor Vasconcelos, Jesús Ramírez y Jesusa Rodríguez. Cámaras y micrófonos no tardaron en separarlos al girar a Insurgentes y sólo quedó la figura veinteañera de Andrés Manuel López Beltrán entre el enjambre de fotógrafos y periodistas.
“¡Es el hijo de Obrador!”, apuntó una mujer. “¡Obrador Junior!”, anunció otra. Y la voz corrió y corrió -¡Obrador Junior!- en el grupo que rodeaba la pequeña tarima adosada -por la bocacalle de Insurgentes y París- a las cortinas metálicas que rodean el Senado.
Subió Andrés hijo al improvisado templete, donde una chiquilla mexiquense de unos 10 años le dijo: “Queremos que nos digas cómo está la salud de tu papá…”
Pero ¡oh desilusión!, en los tres minutos que ocupó el micrófono, Obrador Jr. no hizo una sola mención de su papá. Nada les dijo de Andrés Manuel López Obrador, nada transmitió de su padre. Ni siquiera un “está mejorando…”, o “les envía un saludo”, o “muchas gracias por preguntar por él…”; o algún detalle sobre su papá que acercara su figura a quienes estaban en pie de lucha aún sin la presencia de su líder.
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