La jornada de Adam Bhasikile comienza al amanecer, siempre del mismo modo. Ella lleva sus burros hasta el fondo del valle donde el río Mbashe serpentea alrededor de la villa donde vive y recoge el agua que su familia usará para cocinar, lavar y bañarse. Es un ritual que, como ella, repetía la madre de Nelson Mandela en 1918.
Pero desde hace no mucho, Bhasikile se topa con algo más en su diario camino. Se trata de un extenso complejo con relucientes baños de porcelana. El complejo incluye un salón de reuniones, la sala de debate de la tribu y una residencia privada que ocupa el jefe de la villa. No es cualquier jefe. El hombre a cargo se llama Mandla Mandela, y ha sido el nieto favorito de aquel famoso Mandela.
“El agua no es para nosotros. Es para ellos”, dice la mujer con un gruñido mientras carga los tres burros. “El no es como su abuelo”, remata con enojo.
El conflicto con el jefe Mandla, sintetiza el desagrado que muchos sudafricanos sienten sobre las generaciones que han sucedido a los héroes de la lucha contra el apartheid. La muerte de Mandela el jueves es el final de una larga lista de líderes que coronaron desde la soledad una victoria moral y política que encantó al mundo.
Las siguientes generaciones de estos luchadores, no se han esforzado para vivir a la altura de su legado. Thabo Mbeki, el sucesor del presidente Mandela, fue duramente criticado por su resistencia a aceptar métodos científicos para tratar y prevenir el sida, una actitud que multiplicó gravemente los casos de la enfermedad. El actual presidente sudafricano, Jacob Zuma, ha estado por años bajo diversas investigaciones por corrupción y acusaciones de violación.
La historia de la familia Mandela ha estado marcada por los pasos en falso, la tragedia y la negligencia. Una de las hijas que tuvo con Winnie, Zindzi, es un título permanente en los diarios de chimes por sus fiestas lujosas y las enormes deudas que enfrenta. La madre, logró evitar la cárcel envuelta en el escándalos por dos homicidios. La otra hija de esa pareja, Zenani, es actualmente embajadora de Sudáfrica en Argentina. Uno de los yernos de Mandela, Isaac Amuah, fue acusado en 2010 de violación. Uno de sus nietos, Zondwa Mandela, fue implicado junto a un sobrino del actual presidente Zuma, en un negociado que vació los bienes de una mina de oro y dejó a 3 mil trabajadores sin salario.
Hay una dura lucha interna que se libra en la familia y que gira alrededor de un fondo fiduciario que el ex presidente dejó a sus descendientes y que ha generado un amargo revoleo de cartas documentos entre sus hijas y un antiguo amigo del líder antirracista.
Mandla Mandela, el nieto mayor, el jefe de la villa, ha estado en el centro de una batalla pública en los últimos meses con más de una docena de sus familiares sobre el eventual sitio de sepultura de tres de los hijos de su abuelo y el del propio líder. Ese litigio puede derivar en futuras acciones judiciales con riesgo de exhumaciones.
Este nieto ha reclamado para sí el lugar de liderazgo de su abuelo dentro del clan Thembu de los jefes del pueblo Xhosa, al que pertenecía el héroe sudafricano.
Mandela amaba a Mandla, sobre quien sentía un gran orgullo. Pero el nieto preferido respondió esa preferencia de un modo al menos controversial. Destruyó las ruinas de la cabaña donde nació su abuelo y la reemplazo con una réplica, enfureciendo a los conservacionistas del Museo Nelson Mandela. Entre tanto su divorcio de su primera mujer, Tando, saltó a toda la prensa cuando ella testimonió que Mandla la había violado y engañado.
Pocos creen que el joven Mandela haya seguido alguno de los pasos de su abuelo. “Hay que decir la verdad, Madiba (apodo de Mandela) unió a la gente”, comentó Noluzile Gamakhuli, una de las residentes de la villa. “Pero Mandla está muy lejos de las formas en que él hacia las cosas”.
La crítica de los pobladores también gira en torno de los logros finales de aquella lucha. Victoria Msiwa, hoy de 84 años, y cuyo abuelo fue el maestro de Mandela, denuncia que las jóvenes generaciones echaron a perder al país. “Cuando comparo cómo era cuando crecíamos y cómo es hoy debo reconocer que me cuesta hallar diferencias. La gente dice que somos libres, pero no podemos salir a caminar a la noche”. Y señala el parque donde estaba el tractor de la familia que le robó hace dos años y no pudieron reponerlo. “Fíjese, en pleno campo tenemos que tener rejas para evitar los ladrones. Los analistas dirán si esto es mejor. Yo estoy vieja y cansada”.