En materia petrolera, Enrique Peña Nieto, primero como gobernador y después como presidente, ha ido detrás del PAN. En 2008, cuando el presidente Felipe Calderón encontró un muro en el Congreso para sacar adelante una reforma energética que buscaba contratos de utilidad compartida, pidió el apoyo de Peña Nieto -a través de su influencia en el Congreso- para superar las resistencias dentro del PRI y aprobar una iniciativa disminuida. En 2013, al buscar un objetivo similar al inalcanzable hace cinco años, el PAN lo volvió a subir a su barco. Con chantajes, condicionó la energética a aprobar una política. Y cedió el Presidente. Cuando parecía todo amarrado, como dicen los políticos, pusieron sobre la mesa nuevas exigencias. Y de acuerdo con el predictamen, cedió otra vez.
No son concesiones menores. Una de las más importantes, aunque no entre las más llamativas, es la creación del Fondo Mexicano Petrolero, un fideicomiso fiduciario que recibirá, administrará y distribuirá los ingresos petroleros. Este fideicomiso será manejado por el Banco de México, con lo cual se le quita a la Secretaría de Hacienda esa atribución y se modifica de fondo el origen de Pemex, ser sustento de las finanzas públicas, la pieza toral de financiamiento nacional, para convertirse en empresa pública.
El Fondo petrolero es una propuesta del PAN que puso sobre la mesa en la última semana. No estaba considerado en su iniciativa original, ni tampoco fue mencionado durante las negociaciones de la reforma política. De acuerdo con legisladores priistas, fue respuesta a la forma como el PRD elevó el costo de sus votos al retirarse del Pacto por México, sin importar el paquete de concesiones que se le dieron al PAN en la reforma política. No fue lo único que el Presidente aceptó.
Su iniciativa energética había causado decepción entre los inversionistas por lo reducido de su alcance. El PAN, que se mofó de él porque veía al pasado -la reforma petrolera de Lázaro Cárdenas-, mantuvo una posición intransigente. Si no abría más esa reforma al capital privado, le harían la vida imposible al Presidente y llevarían la discusión al próximo año. Con la aritmética de los votos en la mente -eran indispensables los del PAN porque el PRD no votaría con el PRI-, forzaron a Peña Nieto a ir mucho más allá de lo que originalmente quiso.
Se modificará el artículo 25 constitucional -que no había sido tocado en la iniciativa presidencial-, para quitarle a las secretarías de Hacienda y Energía el control sobre Pemex y la CFE, y se hicieron los cambios al 28 para dar cabida al Fondo petrolero. El 27 constitucional, que en la iniciativa presidencial sólo contemplaba contratos de utilidad compartida, sufrió enmiendas para que incluya contratos o licencias de producción compartida, cuyas reservas podrán contabilizar fiscalmente los inversionistas, que era una de las demandas que pedía el sector privado para poder captar los recursos para explorar en aguas profundas.
El PAN llevó al presidente Peña Nieto al terreno que deseaban los inversionistas. Su reforma energética, como está ahora el predictamen, está pintada de azul. No es todo lo que quería el PAN, pero es mucho más de lo que había planteado la iniciativa presidencial. El costo político dentro del PRI es silencioso, porque hay sectores que piensan que no debería abrirse tanto la puerta de Pemex y la CFE al sector privado, pese a que se mantiene la rectoría del Estado mexicano sobre los hidrocarburos y la propiedad de los recursos naturales. Con la izquierda se verá el tamaño del costo en las calles esta semana y durante los meses que dure la aprobación de las leyes secundarias.
La decisión del presidente Peña Nieto de ceder ante el PAN y hacer a un lado al PRD, debe estar calculada en dólares para que tenga sentido. Senadores priistas dicen que esta reforma puede generar hasta 400 mil millones de dólares anuales para 2018, y al menos 2.5 millones de empleos. En ningún caso habría impacto en el corto plazo, porque la derrama de esas inversiones en la población tardará en verse. Pero si los escenarios se cumplen, Peña Nieto dará la vuelta al desarrollo mexicano en el largo plazo, y aunque sufra políticamente en la coyuntura, pasará a la historia como uno de los grandes transformadores del país. Pero si los cálculos de la inversión resultan equivocados, no será la historia quien lo juzgará, sino los mexicanos, en forma inmediata.