Durante las últimas horas de la protesta en el Ángel de la Independencia en contra de la reforma energética, tocaron una canción de la banda Molotov de 1997 sobre la corrupción del gobierno (“Gimme the Power”). Esa canción habla de cómo la gente se debe empoderar para enfrentar al Estado. Lo que en su momento fue una melodía subversiva, hoy es un reflejo de la realidad. La gente se ha impuesto a la autoridad con acciones de fuerza, que la tienen como rehén. La protesta y la violencia les florecen a los gobiernos como margaritas en la pradera del paisaje nacional.
En un año, de la nada tenemos ahora grupos paramilitares en Michoacán y Guerrero, y una organización de maestros disidentes que siempre ha estado en contra de cualquier gobierno, creció de cuatro entidades donde tenía presencia, a más de dos terceras partes del país. Los cárteles de la droga regresaron con mayor fuerza y se apoderaron de franjas de territorios donde realizan las funciones que corresponden a los gobiernos. A nivel local, un jefe criminal en Michoacán sugirió estar coludido con un gobierno del PRI mediante un mensaje universal a través de YouTube, y en el Distrito Federal, para expresar la molestia porque el precio del Metro se incrementa, intelectuales y periodistas encabezaron un movimiento para que los usuarios usaran el transporte, pero sin pagar.
El poder mexicano de Molotov reciclado y mejorado, pero también alentado por la propia autoridad. No hay acción para desarmar a los grupos paramilitares, sino diálogo para convencerlos de que depongan las armas que, paradójicamente, el propio gobierno federal contribuyó a dárselas cuando apareció el fenómeno hace un año y le dieron la bienvenida para que contribuyera a proveer seguridad a sus comunidades. A los maestros de la Sección 22 les dieron dinero, suspendieron órdenes de arresto en contra de sus dirigentes y les cancelaron procesos judiciales, sin lograr su permiso para que la reforma educativa avance en el sur del país.
Quienes gritan, se movilizan, amenazan y atentan contra la vida de policías, son respetados al no ejercer acciones legales en su contra. Quienes capturan territorios y con la fuerza de los fusiles imponen su autoridad, son invitados a platicar.
Las autoridades luchan para no ser rebasados por la realidad que los abruma y con la que no atinan a lidiar. Con la Sección 22, después de que dijo el gobierno federal que ya no habría más negociación con ellos, volvió a abrirle las puertas de la Secretaría de Gobernación, con la que siguen jugando a las vencidas. Los narcotraficantes en Michoacán mandan en Tierra Caliente con el aval involuntario del gobierno. En Guerrero, la guerrilla transformada en delincuencia, secuestra y controla rutas de distribución de droga. En el Distrito Federal, el congreso local modificó una ley para que el gobierno capitalino no tuviera que castigar de manera enérgica a quien violenta la paz social.
En Tabasco, donde el estado se le incendió al gobernador perredista Arturo Núñez y la delincuencia organizada creció como en pocas partes del país, el gobierno federal lo cobijó, le entregó recursos para librar el endeudamiento que le dejó su antecesor, y le ayudó a ir judicialmente contra él, para ver si a través de los ajustes de cuentas con el pasado, la legitimidad que busca le da el tiempo para empezar a gobernar. En Sonora, el gobernador Guillermo Padrés ignoró un fallo de la Suprema Corte de Justicia por afectar los derechos de los yaquis, y ninguna consecuencia ha sufrido.
Es el México que acaba el 2013 con una revolución en los incentivos. Si alguien se enoja porque no le gusta cualquier cosa, se organiza, convoca, grita muy fuerte, ejerce violencia incluso, y es premiado: lo que buscaba, se le otorga. Si alguien se atiene a la ley, no grita, ni se moviliza y entiende que no vive en la anomia, no recibe estímulo ni premio. Al contrario. Más impuestos, menos servicios, calidad de vida inferior e inseguridad creciente.
La fuerza gana en este país que se dibuja en la concepción del estado de Naturaleza de Thomas Hobbes, que es un estado de guerra permanente donde el individuo está en constante riesgo. En su obra “Leviatán”, Hobbes señala: “Durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos, se hallan en la condición o estado que se denomina guerra, una guerra tal que es la de todos contra todos”. Este estado de guerra, sostiene, se alimenta por la competencia y la desconfianza, en un marco donde no hay leyes sino absoluta libertad donde lo que rige las relaciones humanas es la ley de la selva”. O sea, México, 362 años después.