¿Qué pasa cuando una fuerza imparable choca con una similar que viene en dirección contraria?, dicen que simplemente se anulan. Ayer, en el Nou Camp, el amarillo y el verde se fundieron. Ritmo vertiginoso, fuerzas incontenibles. El campeón, América, en toda la Liguilla no se había encontrado con un rival tan dinámico y León no había chocado con un oponente tan descarado. Y si al final los esmeraldas se impusieron en la ida de la final del Apertura 2013 por 2-0, fue por caprichos del futbol, porque el partido bien pudo haber terminado 4-3, 3-3, 5-4, o como mejor le parezca.

 

Cierto, León no fue la maquinaria perfecta que llega y destruye (imagínese si lo fuera), mucho gracias a que Moisés Muñoz salió vestido de azul ángel y evitó que Britos y Boselli hicieran más daño del que ya había provocado Carlos Peña con su gol en el minuto 10. Gol que, como todo el partido, cayó gracias a esos pequeños detalles que al final marcan la diferencia. Un rebote de Aquivaldo Mosquera que el Juan Carlos Medina no atinó a despejar, como sí a disparar un Gullit desparpajado.

 

Enfrente, el amarillo vaya que fue intenso y vendió como litro de gasolina la derrota (cada vez más caro). Es verdad. Rubens Sambueza es un clavadista de primera categoría, pero nadie le podrá escatimar calidad y esfuerzo. Es el motor de un América que no se muere, ni agoniza, sino que patalea intenso, desde el minuto uno al 90 y lo que venga.

 

Los esmeraldas, con lo suficiente para ganar, pero sin la puntería que les favoreció ante Morelia y Santos, ni siquiera cuando el Maza Rodríguez se puso dadivoso, por aquello del espíritu navideño, y regaló un balón a Boselli, quien se hizo un lío con el balón, mientras Muñoz le hurtaba el esférico que hubiera significado una piedra en el ojo para las huestes de Miguel Herrera.

 

Es lo que sucede cuando el futbol es pura velocidad y los contendientes un despliegue de músculo sin ataduras sobre el verde. Quién dijo que en el futbol mexicano falta calidad. ¿Que el tiki taka es una misión imposible fuera de tierras catalanas? Nada más hay que ver la velocidad a la que los Panzas Verdes realizan las paredes, Gullit, Peña, Boselli; disparo: Muñoz ataja. Un rehilete ante un vendaval que casi siempre termina con tiro que deja el grito atorado en la garganta, ¿por qué?, porque Muñoz quiere repetir aquel momento histórico que hace seis meses logró en la final ante Cruz Azul.

 

Del otro lado, William Yarbrough demostró que la elasticidad es lo suyo. Sobre todo cuando Sambueza se convirtió en taladro sobre la izquierda de la zaga verde y a placer centró y centró para las tardías llegadas de Luis Gabriel Rey.

 

Pero la fiera, por eso es imparable. Boselli demostró la manera de vencer a un volador. Lo hizo con clase, con una jugada de ésas que se consiguen en las consolas de videojuegos, aunque sólo con mucha, mucha práctica. Fue con el balón en dirección hacia la banda y la marca de Aguilar y la salida de Muñoz a medio camino. El balón, ahora sí, no es exagerado, entró al arco besando la red. ¡Grande Boselli!

 

Fue el 2-0 lapidatorio… Alto, importante, intimidante, pero ojo, enfrente el amarillo no suele quedarse en el papel de muertito, lo ha demostrado, aunque enfrente el rival hoy viste de verde y no de azul. De momento hay respuesta a la paradoja entre el choque de una fuerza imparable si el rival se queda inamovible: la fuerza de la fiera lleva ventaja.