Los mexicanos hemos vivido una de las semanas más trascendentes en los últimos años. Estamos confrontando realidades que ciertamente no funcionan, con métodos que tampoco funcionan.
Después de tener durante décadas un monolito petrolero que sólo sirvió para la corrupción y la falta de productividad, el país decidió realizar una reforma cuya profundidad superó expectativas. Digo que “el país decidió” con cierta ironía, porque la forma en que se aprobó resume la situación de la democracia mexicana: nada que “el país” haga es reconocido como tal sino como una facción del país.
Para un grupo político, la situación de Pemex no era discutible. De todo se han valido: barricadas, toma de tribuna, cerco al Congreso, etcétera. Este año añadieron la sazón de un diputado desnudo en la tribuna. Para los otros había prisa: los planetas estaban tan alineados, que hasta a Andrés Manuel López Obrador le dio un infarto.
La aprobación de las reformas constitucionales en los congresos locales sigue siendo mero trámite. Ninguna ha sido detenida en ellos durante 96 años, pero esta vez llegamos a la desfachatez de juntar la mitad de los congresos en un fin de semana. Cuestión de sellos y rúbricas, no de razones.
El mismo día que se aprobaba en el Senado la minuta con la reforma energética, la Cámara de Diputados votaba una iniciativa de regulación de las manifestaciones. Del extremo donde es válido grafitear, secuestrar instalaciones, incendiar un árbol de Navidad, cercar el aeropuerto o golpear a policías, pasaríamos a registrar manifestaciones, con horario limitado, sin máscaras, “objeto lícito”, “buenas costumbres” y una estrellita en la frente.
Mientras todo esto ocurre, las televisoras siguen tirando línea en sus noticieros, poca información de lo medular, muchos minutos al sentimentalismo y las noticias intrascendentes. Siempre ha sido así. Malditas manifestaciones y bendito Canal de las Estrellas. Keep Calm and Dona al Teletón.
Los excesos en las manifestaciones de este año no son casuales. Para poder soportar una ley de manifestaciones castrante hay que hartar a la sociedad: un jefe de Gobierno del Distrito Federal que parece no inmutarse, la violencia y virulencia de los “maestros”, la intolerancia a discutir la reforma petrolera, “los anarquistas” y, como remate, los #posmesalto queman el arbolito Coca Cola.
Orden y progreso. En el país del “Haiga sido como haiga sido” es válido autoproclamarse presidente o impedir la toma de posesión del presidente electo constitucionalmente, pero queremos saltar hacia manifestaciones en las que se haga obligatorio el pelo con limón. Los términos medios no existen. Si acaso hay detenidos, que sean los que van pasando y no los vándalos, para qué exponernos.
No entendemos que como democracia podemos discutir lo que somos y lo que queremos, y no puede haber temas vetados, ni petróleo ni manifestaciones, pero que en todo caso las decisiones emanadas de esas discusiones deben respetar derechos básicos y ser consideradas como decisiones de todos, decisiones de “el país”. Esa es la verdadera reforma política no un mugre Instituto Nacional Electoral.
Si bien hay reformas urgentes, su discusión nacional es indispensable. Lo grave es que no sabemos armar el foro de tal discusión. Unos porque todo lo quieren resolver con el músculo social o acusar de traición a la patria al que piensa diferente, y otros porque sabiendo de la fragilidad del Pacto por México tienen prisa de que las decisiones se tomen y quieren hacerse del poder necesario para que lo social no siga pesando como hasta ahora.
El país no está decidiendo. Una frágil mayoría está decidiendo por el país ante una minoría incapaz, primero, de darse cuenta de que es minoría, y segundo, de estructurar un verdadero debate de los temas nacionales. El resultado seguirá siendo una sociedad confrontada de presidentes “legítimos”, de manifestaciones radicales, de medios electrónicos sesgados, y de desarrollo a medias tintas.
La democracia mexicana necesita construir ese “el país decidió” de una forma más inclusiva si realmente pensamos un país distinto… aunque tal vez estamos pensando en dos países distintos.