Lo que sucedió en los últimos días con la izquierda es inverosímil. Su estrategia para frenar la reforma energética, con los muros que se iban a levantar en el Senado y la Cámara de Diputados con la presión de las multitudes en las calles, colapsó ante una serie de actos fallidos que produjeron, paradójicamente, la sospecha de que se vendió. La especulación sobre actos ilegítimos de sus liderazgos se asienta en subjetividades como la desaparición total de Andrés Manuel López Obrador de la escena pública, que desmovilizó a la izquierda social en contra de la reforma, y los telegramas abiertos del presidente del PRD, Jesús Zambrano, sobre las tácticas a utilizar para frenarla, que lograron inversamente que se aprobaran en forma expedita los cambios constitucionales más profundos desde el Tratado de Libre Comercio hace un cuarto de siglo.

 

La idea de que la izquierda -la reformista y la beligerante- caminó por un sendero oculto está anidada profundamente en el pensamiento de un sector de la élite del poder. “Es absolutamente falso”, atajó uno de los principales operadores del PRI en la negociación y aprobación de la reforma energética. “Lo único cierto es la incapacidad de la izquierda para argumentar. No razonaron, defendieron causas”. De cualquier forma, le salió barata al presidente Enrique Peña Nieto, en términos sociales. La semana que los más altos funcionarios de seguridad en los gobiernos federal y de la Ciudad de México anticipaban de gran turbulencia, fue anticlimática.

 

Un inesperado padecimiento cardíaco de López Obrador, 48 horas después de anunciar su gran batalla contra la reforma energética, lo desapareció de la escena pública. Un infarto agudo no es cosa menor y requiere reposo absoluto para la recuperación, pero no deja mudo al paciente. El tabasqueño dejó huérfanos a sus seguidores, con sólo un mensaje de agradecimiento, emocional pero no guerrero, como es, difundido en su cuenta de Twitter. Ni una arenga grabada para ser reproducida por los altavoces para todos aquellos que esperaban su instrucción; ni una entrevista en sus espacios acostumbrados en los medios de comunicación. El silencio fue acompañado por la insignificante movilización de Morena, su base social. “Fue muy extraño. Hasta pareció arreglado”, comentó el asesor de uno de los líderes camerales en San Lázaro.

 

El hueco que dejó López Obrador fue llenado por acciones desconcertantes de la izquierda dentro de las cámaras. Los políticos más famosos de la izquierda, como Manuel Bartlett, Ricardo Monreal o Manuel Camacho, se limitaron a repetir lugares comunes, sin argumentos informados. En el Congreso fueron esquizofrénicos. Los diputados perredistas impidieron la sesión en el pleno de la Cámara, pero fueron a protestar y a votar en contra de la reforma en el salón alterno donde se desarrolló el debate. Es decir, detrás de tanto grito, proveyeron legalidad y legitimidad a las reformas constitucionales.

 

En la dislocación política, Zambrano afirmó que el PRD estaba fuera del Pacto por México, pero que mantenía el diálogo con el gobierno. Si uno no dependía del otro, ¿para qué entonces participó en él durante tanto tiempo? Anunció las acciones que emprendería la izquierda contra la reforma, pero o las rectificaba, o era superado por la realidad. Tras aprobarse la reforma prometió una movilización permanente, que duró en términos reales 24 horas, y amenazó con bloquear los congresos locales para impedir la ratificación de los cambios constitucionales. Antes de apagarse el eco de su amago, en 14 estados ya la habían aprobado.

 

Si los líderes de la izquierda no participaron en un complot en contra de los intereses de la izquierda, la forma como procedieron en los últimos días sí logró el propósito, quizás involuntario, de allanar el camino para sacar adelante la reforma madre del presidente Peña Nieto. Sus tácticas, que no parecen tener una estrategia colectiva de fondo, tuvieron otros efectos colaterales. El mayor fue su desvanecimiento acelerado como factor de poder. En unos cuantos días su forma de proceder redujo el peso político de la izquierda, al punto de convertirla en agente desechable. Las denuncias en las últimas semanas de negociación de que con las reformas el PRI y el PAN querían apuntalar el bipartidismo, fueron afianzadas por la propia izquierda, que al claudicar a dar una pelea racional, inteligente y seria contra la reforma energética, renunció a ser el contrapeso que necesita el país con una visión de nación y una posición sólida que impida la subordinación política que en estos momentos, por omisión o comisión, le impuso el gobierno federal.