Un año ha pasado desde que Miguel Ángel Mancera asumió el cargo de Jefe de Gobierno del Distrito Federal. De la elección de julio de 2012, donde dos de cada tres personas que fueron a votar lo hicieron por Mancera (63.5%), sólo quedan vivas, por un lado, la contundencia del triunfo del candidato de las izquierdas y, por el otro, la amplia confianza ciudadana y las altas expectativas con las que entró al ejercicio de su cargo. Pero léase bien: la confianza y las altas expectativas CON LAS QUE ENTRÓ al ejercicio de su cargo.

 

Al día de hoy, Mancera ha perdido fuerza e incluso credibilidad. A un año de gestión, la mitad de los ciudadanos encuestados (52%) opina que es un Jefe de Gobierno débil, sólo uno de cada tres (35%) considera que representa un cambio y apenas el 46% cree que representa a la izquierda, cifra bastante baja si se toma en cuenta que ésa fue su bandera electoral y la marca registrada que ha caracterizado a esta capital.

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Cuantitativamente, la calificación promedio que los habitantes del DF le otorgan a su Jefe de Gobierno es de 6.4, nada mal considerando la coyuntura política y económica que le ha tocado sortear (entre plantones, manifestaciones y protestas por asuntos que no necesariamente competen al gobierno local, sino al federal).

 

No obstante, cualitativamente sí se aprecia un dejo de desánimo y mayor descontento por la manera en que Miguel Ángel Mancera ha conducido a la Ciudad: la población no cree que el desempleo, la inseguridad o la economía de las familias hayan mejorado en lo que va de su gestión; de hecho, 49% de los ciudadanos piensa que tras un año de gobierno no se han visto avances y el 54% opina que la situación del DF sigue siendo la misma desde que tomó el cargo.

Pero aún le queda margen de maniobra al actual Jefe de Gobierno, pues el 51% de los capitalinos considera que los grandes problemas de la ciudad no pueden ser resueltos a corto sino a mediano plazo: dos o tres años, o más aún, el tiempo que sea necesario.

Es evidente que Miguel Ángel Mancera ha sufrido el desgaste natural de cualquier gobernante, pero en él adquiere una relevancia especial dado que gobierna la capital del país. En los próximos meses deberá enfocarse en revertir el descenso en su buena imagen y aumentar los niveles de confianza y de credibilidad entre la población que lo votó y la que no lo hizo, pero que igualmente forma parte de esta ciudad.

 

Será algo complejo, sin duda, pero de retos está formado el camino de todos los buenos gobernantes y la prueba de que se puede gobernar con altos índices de popularidad es su antecesor, Marcelo Ebrard.