La luz de la inmortalidad en que deliran el sabio, el artista y el guerrero, pocas veces se abre para el cronista; aquel hombre, sencillamente un hombre, con el don del verbo adecuado, o el adjetivo exacto: «El adjetivo cuando no da vida mata», decía Vicente Huidobro, y Pedro El Mago Septién, no sólo le dio vida: lo hizo tan inmortal como a la más inverosímil de sus crónicas deportivas.
La noche del miércoles, El Mago hizo un último acto de transmutación; mucho más trascendental que los trucos que tanto le gustaba hacer con el mazo de cartas entre los espacios de sus transmisiones televisivas, viejos vicios de sus incipientes años de crupier en los casinos… Dejó la vida corpórea para convertirse en leyenda. Se fue a los 97 años uno de los más grandes cronistas deportivos mexicanos.
Una libreta raída y voz embriagante; traje y corbata; el Márquéz de Querétaro, según decía un contemporáneo de la talla de Jorge Sony Alarcón. Un narrador de la vida deportiva, lo mismo si se trataba de futbol, beisbol, lucha libre, boxeo o billar, sí, billar, ese deporte que él bautizó como: «El marfil esférico».
Al Mago Septién no se le recuerda, se le narra y por lo tanto, es imposible acercarse a sus palabras. No es extraño en el arte. Jorge Luis Borges creó un mundo con nueva filosofía incluida en su cuento: Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius por mera conjunción de un espejo, en el que el sustantivo se formaba por acumulación de adjetivos. «Matemática obscura, brillante ballet, eso es el beisbol», sería la interpretación de El Mago Septién a lo propuesto por el escritor argentino. Por eso al cronista le bastaban unos cuantos números transmitidos por el teletipo para recrear, con fondo y forma, nueve entradas del acontecer de los hombres que mastican tabaco y portan franelas. En palabras llanas, Pedro Septién podía narrar todo un partido de beisbol con no más que un box score entre sus manos (es una tabla llena de números, que resume un juego de pelota). Así lo corrobora la historia, así lo hizo en 1951 el hombre de las 56 Series Mundiales, de más de seis mil 500 partidos narrados del Rey de los Deportes y por qué no, de seis Juegos Olímpicos.
El Mago es miembro del salón de la fama del beisbol mexicano desde el siglo pasado, el año: 1988, normal para un hombre que narró su primera Serie Mundial en el ya lejano 1939, cuando los Yanquis vencieron a los Rojos de Cincinnati, y no lo dejaría de hacer hasta hace dos años. Exactamente en 2011, cuando los Cardenales sometieron a los Rangers.
Voz y genio que alcanzaba para radio (XEQ, XEW y XEX), televisión y, por supuesto, el séptimo arte. Ahí donde estuvo al lado de Huracán Ramírez o el mismísimo Santo, su voz fue requerida en películas como: El beisbolista fenómeno, Campeón sin Corona, Huracán Ramírez, entre tantas otras. En partidos de futbol de equipos que hoy son historia, como los del Asturias, o el penoso Necaxa de la división de ascenso.
Santiago de Querétaro le dio la bienvenida a Pedro Septién Orozco un 21 de marzo de 1916, hoy son dos los estados de la República, Veracruz y el que lo vio nacer, los que cuentan con un estadio que llevan su nombre. Hombre afable, figura que nunca se sintió figura. De costumbres simples, en contraposición con la altivez de la casa para la que trabajó durante más de 50 años: Televisa.
Lo hacía en la picota de su fama. Desde su casa en Lindavista, abordaba el metro hasta el trabajo y de vuelta al hogar en el gusano naranja; rutina de todos los días, de ida y vuelta, con aquel traje café de la empresa con el logo amarillo en el bolsillo del saco, ante miradas curiosas y alguno que otro aficionado que le abordaba.
Siempre enérgico para quien no vio boxear a Joe Louis, el mejor de todos los tiempos, según sus palabras. Amante del tenis, que practicó, sobre todo en su juventud y, claro, el beisbol. Pero como en el beisbol, hasta en el más grande de los juegos los extrainnings llegan a su fin, por el cansancio de un pitcher o » el jonrón que vacía las bases, pero llena estadios» (más de sus inmortales palabras).
«¿Qué sería del beisbol sin los ampáyers?, una forma insensata de correr las bases», decía El Mago sin exabrutos y con voz que enredaba. ¿Qué será de la crónica deportiva sin uno de los más grandes intérpretes del deporte en general? Ya lo anunciaba El Mago: «El beisbol es un drama sin palabras, un ballet sin música y un carnaval sin colombinas», hoy, es también un deporte sin la voz de él hombre, el cronista, El Mago, ése personaje que hoy se ha robado la luz de la inmortalidad.