En la casa tenemos muchos libros, comprarlos y atesorarlos siempre ha sido uno de los pequeños placeres más frecuentes a lo largo de mi vida. En días pasados navegaba entre algunos de ellos y me encontré con “Los heraldos negros” del posmodernista poeta peruano César Vallejo, lo abrí en busca del último poema del texto, “Espergesia”; siempre me ha impresionado la primera línea: “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo”; hay en la fuerza de estas palabras la queja de un hombre ante una vida difícil y complicada. Estuvo en la cárcel y llevó una existencia económica y emocional bastante enrevesada. Es como si su destino nunca hubiera estado en sus manos.
Pensar en los fracasos o desgracias como algo atribuible a factores externos a nosotros es una salida fácil para evadir responsabilidades, fruto de ese pensamiento mágico instalado en lo más profundo de nuestra herencia genética y conectado poderosamente con nuestra imaginación.
En la arena de la vida cotidiana en realidad todo es un poco más simple de entender, hay un costo oculto, un precio a pagar por lograr alcanzar nuestros más simple y complejos deseos y aspiraciones personales y no todos están dispuestos a cubrirlo.
Como en cualquier transacción es necesario hacer inversiones y casi nunca se trata de dinero, sino de algo más costoso: tiempo, esfuerzo y voluntad.
Hay muchos instrumentos para construir o deconstruir a una persona responsable de sus actos y con el control de sus propias acciones: la escuela, la familia, los amigos, por mencionar algunos. Uno de los más poderosos es el deporte.
Si quieres mejorar, ganar, sentirte pleno, bueno no queda de otra es necesario entrenar. A mi me conmueve ver en los campeonatos nacionales de ajedrez a los pequeños ajedrecistas, muy formales darse la mano para iniciar la partida, anotar la partida y utilizar el reloj de control de tiempo de la partida como todos unos profesionales y a los padres de familia, fuera de la sala de juego a la espera de sus hijos.
El número de horas de entrenamiento, dedicación y lectura previa para lograr estar ahí, en un campeonato nacional, para ser justos también debería estar contenido en las fiestas a las cuales no fueron, los videojuegos no jugados, los momentos no perdidos enfrente de la televisión, la fuerza de voluntad para perseguir con firmeza el deseo de mejorar su nivel de juego.
Desde el momento de lograr competir, el niño, el joven y el adulto ya pagaron el precio oculto para hacer que su aspiración o deseo se convierta en realidad. No hay mala suerte para quien trabaja, no hay seres mágicos o divinos responsables del resultado y las consecuencias de los actos de tu vida. Eres tú, siempre y cuando tengas el valor de pagar el precio oculto de las cosas bellas de la vida.
Es necesario aprender a dar para recibir, a servir para encontrar la finalidad última de la vida: ser feliz. El Papa Francisco lo expresó magistralmente:
“Los ríos no beben su propia agua; los árboles no comen sus propios frutos. El sol no brilla para sí mismo; y las flores no esparcen su fragancia para sí mismas. Vivir para los otros es una regla de la naturaleza.
La vida es buena cuando tú estás feliz; pero la vida es mucho mejor cuando los otros son felices por causa tuya”.
En lo personal para garantizar una vida sin las carencias de la mía para mi esposa y mis hijas, el precio pagado fue muy alto, con mis responsabilidades profesionales y la necesidad de trabajar de sol a sol, no las vi crecer, me perdí mucho y mi compañera de viaje en esta vida necesitó navegar por aguas turbulentas, sola. Al más puro estilo de mi admirado y querido cantautor Enrique Quezadas en “Amor del bueno”: “me abrí la máquina del pecho, saqué con cuidado el filtro del dolor”.
La vida tiene un costo oculto y no todos están dispuestos a pagarlo.
*Doctor en Administración Publica por la Universidad Anáhuac y presidente de la Federación Nacional de Ajedrez de México (FENAMAC).
LEG