Tres siglos después de que el alquimista Johann Friedrich Böttger descubriera la fórmula para hacer porcelana dura en la ciudad de Meissen, Alemania, las artistas Jessica Harrison y Penny Byrne le darían un giro de 360 grados a las coquetas y delicadas figurillas femeninas de porcelana fina que suelen vivir resguardadas, de una posible resquebrajadura, tras aparadores de cristal en los estantes de muchas casas alrededor del mundo.
“Mi mamá siempre tuvo figuras Lladró y recuerdo observar sus frías sonrisas y miradas inexpresivas. Todo lo que quería era jugar con ellas, pero estaba prohibido”, evoca la escultora inglesa Jessica Harrison (1982) quien interviene con un toque un tanto macabro las figuras femeninas de la empresa de cerámicos española Lladró.
La serenidad y belleza de las figurillas se ve quebrantada cuando Harrison mutila y desmiembra literalmente a las jóvenes de vestimenta victoriana, exponiendo crudamente su esqueleto, vísceras y sangre, provocando desconcierto, horror y rechazo a primera vista.
Quizá por el revival del cine de zombies y la reescritura de la novela de Jane Austen Orgullo y Prejuiciopor parte de Seth Grahame-Smith en una versión titulada Orgullo y Prejuicio y Zombies fue que en 2010 cuando hicieron su aparición Ruby, Lily y Amy Jane, como ha bautizado Harrison a algunas de sus creaciones, que fue catalogada su obra de tener influencias zombies, sin embargo a mi parecer son aún más siniestras sus intenciones que el meramente exponer zombies putrefactos al estilo victoriano.
Harrison combina elementos en su obra que resultan contradictorios, al mezclar el material cerámico de la porcelana, que ha sido vinculado por su consistencia con lo delicado y lo frágil materializándose en figuras de contornos suaves y pacíficas posturas con lo abyecto de miembros cercenados, decapitaciones y desmembramientos en una figura femenina.
Esta irrupción de elementos tan disímbolos a través del cercenamiento me permiten pensar que la artista los utiliza como herramientas de transgresión y cuestionamiento de la feminidad en nuestras sociedades contemporáneas, así como a la sexualidad y el cuerpo femenino.
Si la feminidad se concibe y limita generalmente a lo dulce, lo delicado, lo proporcionado y lo hermoso, Harrison atenta claramente con esta construcción al desarmar los estereotipos de delicadeza vinculado con las mujeres.
Por otro lado la restauradora de porcelana australiana Penny Byrne (1965) utiliza vieja cerámica para producir creaciones subversivas y humorísticas. En una de sus intervenciones lo etéreo, dulce y delicado de una bailarina de ballet se torna un tanto siniestro y desconcertante al observarse que sostiene la cabeza cercenada de otra figurilla que presumiblemente fue cortada por la espada que ella blande triunfalmente.
Sin quitarles del todo la feminidad a sus bailarinas, jóvenes victorianas, amantes uniformadas, ambas artistas de la porcelana realizan una crítica a los estereotipos de género que subyacen en nuestras sociedades. Es interesante el uso que hacen de la cerámica ya que este material ha sido asociado con las artesanías, consideradas como “artes menores” que suelen ser vistas como de menor significancia en comparación con las “artes mayores” tales como la pintura, la arquitectura y la escultura.
Harrison y Byrne no están en contra de aquella feminidad asociada con la dulzura, los vestidos, los encajes, lo delicado, sino más bien no están de acuerdo con el encasillamiento y limitación que se hace de las mujeres a esos ámbitos, como si no se pudieran salir de ese cerrado marco. En sus obras se deconstruye la estereotipada feminidad, lo que significa ser mujer y ser femenina al llevar hasta sus límites más grotescos y disímbolos las representaciones en sus figurillas de porcelana.
De esta manera a través de su propuesta artística es posible reflexionar sobre lo que significa ser una mujer y lo que significa ser femenina utilizando un material que se asocia muy a menudo con la fragilidad.