Para quien todavía no lo nota, México vive en un estado de guerra civil.
Ante la inoperancia de los gobiernos municipales, estatales y federal varias células de la población civil se han armado y organizado para procurarse seguridad, esa que el Estado ha sido incapaz de garantizar.
La falta de planeación y la falta de talento, aunado a la corrupción, impunidad y colusión de autoridades, han puesto al país en un escenario trágico. En un triste momento histórico en el que la ciudadanía paga su osadía de haber sido durante décadas pasiva, contemplativa, ante los abusos y excesos de aberrantes políticos.
Un momento histórico en el que la población civil de muchos estados, ciudadanos como usted y yo, están pecho tierra en medio de un fuego cruzado entre tres frentes: el del crimen organizado, el de las fuerzas armadas y el de los grupos civiles de autodefensa que han surgido gracias a la falta de verdaderos liderazgos en las estructuras de poder.
Políticos que llegan al poder por el favor, el pago, la herencia o el dedazo de un ‘padrino’, no por méritos propios. Políticos perniciosos legitimados por una ciudadanía servil, apática, dejada, que los ha tolerado por décadas a pesar de sus insultantes abusos y excesos.
México pues es un país peligroso. Y la Ciudad de México no se escapa. El Distrito Federal es inseguro. El robo de autos con violencia se incrementa, el narcotráfico al menudeo es cada vez más evidente al igual que la venta ilegal de mercancías robadas y ‘pirata’ en tianguis, todo ante la pasividad y vista gorda de las autoridades delegacionales.
No hay en la Ciudad de México por parte de delegados y del propio Gobierno local acciones inteligentes, efectivas, planeadas y coordinadas que inhiban o por lo menos reduzcan los niveles de ilegalidad cínica y lacerante que se vive a diario en las calles del DF.
No hace mucho en este mismo espacio propuse que cada mexicano, en su círculo de influencia, hiciera buen marketing del país. Que cuando se tuviese la oportunidad de platicar con extranjeros procuráramos destacar lo mejor de cada entidad. Convertirnos todos en ‘Embajadores de México’.
Hoy me parece que esa propuesta ha quedado rebasada. Ya es imposible tratar de matizar lo grotesco. Tratar de ocultar lo inocultable. México es hoy la consecuencia de sus líderes políticos ineptos, fomentadores de la impunidad, y cuyas tropelías fueron solapadas por una ciudadanía históricamente apática.
La generación de mayores plazas de empleo depende 100 por ciento del desarrollo de la actividad empresarial de las empresas chicas y medianas, una de las más castigadas por el Gobierno vía el nuevo marco fiscal, el cual sigue tolerando el viejo truco de las Fundaciones para permitir, como no queriendo la cosa, grandes evasiones de impuestos a las grandes empresas.
Un marco que, como lo hemos dicho aquí, resta competitividad a México para las empresas extranjeras que buscan dónde hacer negocios en un país con estado de derecho, un valor ausente ya en México, y bajo conductas éticas mínimas.
Cada empresa que decide no invertir en México ya sea por temas asociados a la violencia, a la corrupción, a la impunidad, al nuevo marco legal fiscal o al nulo estado de derecho es hablar de una perniciosa espiral que empieza con menores oportunidades de crecimiento económico y continúa con menos empleos formales nuevos, menos bienestar social, más informalidad, menos recaudación fiscal, más delincuencia, más violencia más hartazgo social.
Una espiral perniciosa que despierta el fantasma de la revuelta social mientras delegados se dedican a inaugurar casetas telefónicas y los gobernadores a endeudar estados, multiplicar la miseria y a hacer propaganda en la Ciudad de México.
En tanto, el Gobierno Federal se encarga de calmar a todo el mundo diciendo que en México todo está bajo control y que la economía nacional ya está en la ruta del crecimiento.
México es un país con una actividad primaria muy importante. Irónicamente la gente del campo ha sido históricamente sobreexplotada y olvidada. Resultado de ello: una insultante miseria capitalizada por delincuentes que ofrecieron a los campesinos sembrar hierbas ilegales a cambio de mejores ingresos y de que se unan armados a la delincuencia organizada.
Suponer que esto no se dio en los últimos 12 años sería muy ingenuo. Esto fue un proceso que se gestó en décadas donde los gobernantes y políticos panistas también incurrieron en pecado en hacerse convenientemente de la vista gorda a cambio de diversos beneficios personales.
Hoy tengo que aceptar que la impunidad ha sido lo mejor que el sistema mexicano ha hecho para atraer los ojos del mundo. Y no veo en el horizonte un cambio para bien por lo menos en el mediano plazo porque no distingo ningún liderazgo armado de valentía, honestidad e inteligencia.
@jcmrock101 | jcarlos@mac.com