Un día de 1989, un joven estudiante de la Academia de Arte de Beijing, en un acto de desafío e ira, decidió cortarse el dedo meñique de la mano izquierda. Al dedo lo enterró en una maceta de porcelana, y permaneció ahí mientras él partió a su exilio en Europa. Tenía 24 años y su nombre era Sheng Qi.
“Behind every gesture of hope and courage lies a life, a society, a history”
Tiananmen Square protest, documental.
Hiphone, Apad, Bucksstar Coffe y Obama Fried Chicken
Cuando yo nací, Deng Xiaoping apenas comenzaba la apertura política, y tendría 9 años cuando sucedió la matanza de Tiananmen. Recuerdo la caída del Muro de Berlín, que sucedió en el mismo año, porque la vi en la tele y porque ese día nació mi prima, pero no recuerdo Tiananmen. China parecía entonces una isla de la que se sabía poco. Una isla desarrollándose silenciosa, precipitadamente, incomunicada en medio del mar. El mar siendo Occidente, que por un lado filtraba las noticias que nos llegaban de la China comunista, pero también, poco se sabía de ese país, porque el Partido había expulsado a la prensa extranjera y su método era cerrar los ojos y decir que no pasó lo que pasó.
La Puerta de la Paz Celestial
Existe un lugar que alguna vez condujo a la Ciudad Prohibida. Un lugar que después se convirtió en plaza, y en la que Mao Tse-tung proclamó: “el pueblo chino se ha levantado”; ese mismo pueblo de obreros y estudiantes que décadas después reclamarían al gobierno la corrupción, la inflación y el desempleo. Un lugar en el que fueron reprimidos los manifestantes –con lo que Napoleón llamaría “un poco de metralla”(E. Hobsbawm)–, y que dejó un número incierto de decesos, quizás más de 600 y miles de heridos. Ese lugar es la plaza de Tiananmen, o la Puerta de la Paz Celestial: un enclave de identidad para los niños que durante la Revolución Cultural, corearon jubilosos agitando sus banderitas; y un lugar que más tarde simbolizó para ellos el derrumbe de todas sus creencias.
Reconstrucción del nuevo mundo
En esos años de reeducación, propaganda y color rojo a algunos niños les tocó vivir la desaparición de un padre que era artista, o el intento de suicidio de otro que era poeta. Algunos de estos niños, quizás más sensibles que el resto, a su vez descubrieron que habían cosas que sólo podían expresar mediante el arte. Tal es el caso de la generación de artistas chinos que crecieron con los cambios dramáticos del siglo XX y que hoy continúan reflexionando sobre las contradicciones del presente. Ellos son la Piedra Rosetta para entender y acercarse a esa isla lejana que es China, ellos son el carácter humano que ahí fermenta.
Fuck you Motherland
Si como dice el crítico de arte y filósofo alemán Boris Groys: “En la actualidad el arte contemporáneo no designa sólo al arte producido en nuestro tiempo. El arte contemporáneo de nuestros días más bien demuestra cómo lo contemporáneo se expone a sí mismo –es el acto de presentar el presente”, entonces el arte es a la vez una forma de nueva política que interviene para cuestionar la realidad de un país al margen de un partido, gobierno, o revolución.
En esta línea de artistas agraviados por la Revolución Cultural se encuentran los hermanos Gao y Ai Weiwei. Éste último, con su característica barba, se ha convertido en marca del pensamiento libre y ha sabido, como ningún otro artista chino, valerse de las redes sociales para compartir información –en Twitter @aiww tiene 225.000 seguidores y en Instagram casi 43,000–. Con su celular y su cámara ha documentado la represión de la cuál ha sido objeto: la demolición de su estudio, el arresto domiciliario, su desaparición y retención por 81 días. Pero a Ai Weiwei nada lo ha amedrentado: para el 60 aniversario de la República China, mandó la consigna “Fuck you Motherland”, y se ha distinguido por el gesto controversial que hizo en una de sus fotografías en la que, en primer plano, le pinta su dedo robusto y altivo a la plaza de Tiananmen. Para Ai Weiwei su patriotismo y función como artista está en encontrar formas distintas de salir adelante, como dice en el documental Ai Weiwei, never sorry, de Alison Klayman: “Una vez que experimentas la libertad en tu corazón, nadie te la puede quitar. Como individuo puedes ser más poderoso que todo un país”, por eso, su mensaje es claro: “Never retreat, retweet!”
Para Gao Zhen y Gao Qiang, mejor conocidos como los hermanos Gao, el “Gran Timonel” cubrió su infancia con una nube gris (hasta hoy desconocen las causas de la desaparición y muerte de su padre). Por eso han utilizado en varias de sus esculturas la figura de Mao para expresar la necesidad de deconstruir la mitología que rodea su imagen. En la escultura Mao´s Guilt, muestran al mandatario hincado con una mano en el corazón y una muy bien lograda expresión de remordimiento en el rostro. Esta pieza de los hermanos se ha exhibido delante de un par de fotografías de sus padres o delante de retratos familiares. El ensamble de fotos y escultura sugiere una búsqueda de reconciliación con el pasado y la cimentación de un futuro diferente.
Happy Life
En la cultura china, el cerdo representa la riqueza, abundancia y productividad, características que muy bien aplican al boom económico de China que se ha convertido en la segunda economía del mundo con miras a superar a la estadounidense en los próximos años. Sin embargo, este crecimiento desmedido ha traído una nueva cultura de consumo, un culto a los iconos globales, una pérdida de espiritualidad y una brecha social haciéndose cada vez más grande. Artistas como Chen Wenling, Wang Qingsong, y Jiang Pengyi han seguido –a través de recursos como la escultura y la fotografía–, este diálogo entre el individuo y la sociedad, entre la tradición y la apertura, entre la superficialidad y el aislamiento. Por eso, los cuerpos con cara de cerdo en las esculturas de Chen Wenling, impactan por directas y burlonas.
Follow me es el nombre del primer programa de enseñanza del idioma inglés que se emitió a principios de la reconstrucción económica –curiosamente en México también lo tuvimos–, y fue a través de él que los ciudadanos chinos conocieron el estilo de vida occidental. Por eso, Wang Qingsong, uno de los artistas contemporáneos más reconocidos, que en sus fotografías emplea escenarios monumentales y decenas de modelos, lo utilizó para crear una de sus obras más conocidas: un enorme pizarrón verde en el que garabateó palabras y frases en chino e inglés. Wang Qingsong es el artista que se ocupa, con mucha precisión, de plasmar el proceso de una China que avanza hacia el mundo pero que a su vez ha entrado en conflicto entre tradición y modernidad.
Lo impermanente
China. La poética del tiempo en su pintura: lo temporal de la existencia en blanco y negro, los edificios que subsisten a color; las poblaciones rurales afantasmadas en tonos grises, los íconos de McDonald´s o Coca Cola en colores vivos: los contrastes. Un presente que se convierte en pasado, continuamente. Una China, cuya identidad va mutando entre opuestos enfrentados. Sin embargo, esta realidad no me parece demasiado ajena.
Aquí en México, del otro lado de la tierra, compartimos el mismo mundo que ha acercado lo distante, que ha abierto nuevas formas de mostrar nuestra individualidad, pero que también ha redefinido las formas de habitar en colectividad en una realidad mediada por el espacio de la información, lo inmediato y lo fugaz. “Se ha vuelto muy fácil ver y experimentar demasiadas cosas”, dice la escultora Xiang Jing en entrevista con Lianne Turner (CNN), “[…] Las formas que tenemos de conocer el mundo son cada vez más diversas, más canales, más plataformas. La gente se ha vuelto muy extrovertida, sin embargo, creo que hay una parte que debería mirar hacia adentro, a un mundo que existe dentro de nosotros. Y este mundo no es pequeño, de hecho puede ser enorme”. De ahí, que Xiang abra en su obra, una ventana a su mundo interior, en el que una mujer recarga su frente en un caballo de porcelana, su larga crin, sus ojos que hablan; un universo que confronta con sus rostros fatigados; un universo que mueve, y que acerca.
Islas vecinas
Si Mao Tse-tung estaba convencido de la importancia de la tensión y el conflicto como algo que era esencial para la vida, entonces, una generación de artistas chinos ha mantenido la lucha constantemente renovada a través del cuestionamiento y la denuncia. La fuerza que cada artista despliega en su obra, es la consecuencia de una identidad que reflexiona y se observa a sí misma.
Si algo no hay en la obra de los artistas chinos es tibieza. Sus imágenes impactan por abiertas, honestas, sin maquillaje. Como espectadores no podemos recibirlas con una actitud contemplativa, nos vemos arrojados hacia aquello que Octavio Paz en Invención, subdesarrollo, modernidad llamaba el fin de la idea del arte como contemplación estética: “el renacimiento del arte como acción y representación colectivas y el de su complemento contradictorio, la meditación solitaria.”
Xiang Jing menciona que los individuos estamos muy alienados y distanciados, sin embargo, como animales sociales, terminamos siempre en algún tipo de relación. “Somos como islas vecinas –dice–, acercándonos gradualmente unos a otros”. El arte como política, el arte para representar el presente. El arte que nos acerca a China. El arte como el canal que une todos nuestros mundos.