LA GARRUCHA. Desde su levantamiento hace 20 años, los zapatistas del sur de México han vivido semiocultos en cinco enclaves cerrados que controlan en el empobrecido estado de Chiapas.
Pero los rebeldes abrieron sus comunidades durante los pasados cinco meses a más de 7 mil mexicanos y extranjeros quienes acudieron a conocer cómo funciona su autogobierno y mantiene su estilo de vida autónomo. Los invitados pueden quedarse durante una semana y vivir con una familia zapatista.
Para las segunda y tercera vuelta, los visitantes llegaron en diciembre a la comunidad zapatista de La Garrucha, en las exuberantes y nubladas montañas de la sierra chiapaneca. Niños y adultos con pasamontañas invitaron a sus huéspedes a acudir a las clases o pasar el día en un taller de artesanía.
En todas las comunidades zapatistas los niños acuden a escuelas llamadas “Semillas de sol” donde aprenden a leer y escribir, además de aprender la forma de proteger el medio ambiente. También aprenden a ser miembros productivos de su comunidad y proteger su autonomía.
Los adultos participan en proyectos colectivos como panaderías, artesanías, agricultura, apicultura y ecoturismo, entre otros. Cada comunidad decide en qué proyectos participan sus residentes y cómo se distribuyen los beneficios.
La mayoría de los zapatistas viven precariamente como productores de maíz y las condiciones materiales en las comunidades no han mejorado desde que se levantaron en armas, en parte debido a que los zapatistas rechazan todo tipo de ayuda gubernamental.
Dos décadas después de una revuelta que sorprendió a México y atrajo la amplia simpatía de movimientos izquierdistas en el mundo, el gobierno no reconoce la autonomía de las comunidades zapatistas, pero las autoridades no los molestan y les dejan vivir de acuerdo con sus reglas.
El subcomandante Marcos, líder zapatista, dijo recientemente que el acto de rebelión en sí mismo es suficiente razón para celebrar.
“Rebelión, amigos y enemigos, es algo que debe celebrarse todos los días, a toda hora”, dijo.