Todo nuevo profesionista se enfrenta a una disyuntiva: construir una carrera en empresas ya establecidas o crear él mismo la compañía de sus sueños. Es decir, entre ser un ejecutivo capaz de asumir los objetivos de la organización o ser el soñador que inicia la empresa; entre ser un intrapreneur o un entrepreneur.

 

Un emprendedor o entrepreneur es aquella persona que funda y comanda una empresa con todos los problemas que esto implica; desde el manejo de los factores de producción hasta la definición de estrategias a seguir. Al ser un rebelde tenaz que cree que el éxito le pertenece a los obsesivos, se tiende a pensar que un emprendedor nato se aburriría en una compañía fundada por un tercero, ya que la institucionalización implicaría ir en contra de la misma esencia que lo torna especial. Un emprendedor combina talentos abstractos (como la innovación) con habilidades concretas de ejecución administrativa. La imaginación colectiva siempre ha tendido a comparar románticamente al emprendedor con un soñador. En 1985, sin embargo, el autor Gifford Pinchot reivindicó la idea de trabajar al interior de una corporación. En su obra Intrapreneur: The spirit of entrepreneurship within an existing organization, Pinchot acuñóel término del intrapreneur, o emprendedor interno, al que definió como un agente creativo capaz de hacerle frente a viejos esquemas e imponer nuevas culturas. No cualquier compañía puede absorber a estos intrapreneurs, pero aquellas que están dispuestas a intentarlo, sostiene Pinchot, pueden verse recompensadas con una estructura más adecuada para competir en “la era del conocimiento”. El intrapreneur representa la fuerza de cambio que una organización requiere desatar para perdurar en el tiempo.

 

Por otro lado, la idea de ser independiente es algo que atrae a los jóvenes. Todo mundo sueña alguna vez con establecer su propia compañía o lanzar una start up. No obstante, muy pocos deciden ir por ese camino. El camino del entrepreneur no es un lecho de rosas. El gobierno no ayuda: en lugar de preocuparse por la satisfacción al cliente o la calidad del producto, el emprendedor tiende a terminar abrumado por decenas de trámites, las altas en Hacienda o el pago de impuestos.En términos sociales, incluso, vale más trabajar para una compañía conocida que contar con una empresa propia o presentarse como independiente. Algunos usan el nombre de la marca como un apellido (Miguel, de Google; Alfredo, de Bimbo), como si la empresa para la que laboramos acreditara lo mucho o poco que valemos. Es hora de afrontarlo: el mexicano promedio se muere por recibir un sueldo fijo, y si es de una trasnacional renombrada, mejor.

 

La mayoría no puede hacerlo, desde luego. El grueso se refugia en los negocios de sus familias. Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI, alrededor de 25 millones de personas ocupadas cuenta con un vínculo familiar con su jefe laboral. Es decir, poco más del 50 por ciento de la población ocupada total trabaja con familiares. El hecho de que las principales empresas de México sean dirigidas por familias en el día a día habla en sí mismo de dinámicas oligárquicas que privilegian el control vertical por encima de la institucionalización. Una buena parte de las empresas más importantes del país aún son controladas por esquemas propios de la era industrial.

 

En México, la permanencia de los negocios familiares es reducida: sólo el 40% logra pasar exitosamente a la segunda generación. No hay nada seguro: ni el rumbo del intrapreneur corporativo, ni el emprendimiento, ni el negocio familiar. Todo es desafiante. Propuesta: si la dificultad va a ser la norma, ¿por qué no arriesgarse a escoger el camino que deseamos y no el que ilusamente consideramos el más seguro?