La sencillez pura; la sencillez de engañoso colorido porque en ella radica la grandeza de una obra intensa y emotiva y el ánima de un hombre asimismo llano y genial; espontáneo y campechano, narrador y poeta, como es José Emilio Pacheco…
Estuvo hospitalizado y falleció el domingo, por un paro cardiorrespiratorio. “Se fue tranquilo, se fue en paz”, dijo Laura Emilia Pacheco, una de las dos hijas del escritor. Hoy será despedido en el Colegio Nacional de México.
El viernes terminó de escribir un “inventario” para el autor argentino Juan Gelman, de quien era vecino y quien falleció apenas el 14 de enero.
José Emilio nos encontró un día y descubrió que, sí, que estamos hechos de tiempo, de un Tiempo distante, de un Irás y no volverás, de un Tarde o temprano, que nos recuerdan al mismo tiempo la fragilidad humana como también sus complicadas intensidades.
De ello está hecha la obra poética, narrativa y ensayística del hombre que nos regaló esas “Batallas en el desierto” en las que no pasa el tiempo porque, como ocurre con las obras que se vuelven clásicas, siempre están ahí, para alivio de todos y para recordarnos que hay hombres y mujeres que al escribirnos nos dan trascendencia y que al descubrirnos nos dan sentido y nos dan proporción humana y permanente.
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Su vida la dedicó a eso, a decirnos que nuestra fragilidad está en el tiempo que es, asimismo, frágil, porque nosotros le damos sentido.
Nació en esta ciudad de México en la que vivió y a la que cronicó en ese tono nostálgico por el tiempo irrecuperable.
Estudió en la UNAM, en Filosofía y Letras. Muy joven comenzó a escribir, a editar, a publicar: primero en la revista Medio Siglo y en adelante en las publicaciones más emblemáticas de la cultura mexicana.
Junto con Carlos Monsiváis, su gran amigo, compartió la dirección del suplemento de la revista Estaciones; secretario de redacción de la Revista de la Universidad de México y de México en la Cultura, que era el suplemento cultural del periódico Novedades. También fue jefe de redacción de La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre!
Pacheco, Pitol y Monsivais: Foto: Especial
Escribió obra poética, narrativa, ensayo, crítica. Tuvo una preferencia especial por la obra de Jorge Luis Borges; fue investigador del Centro de Estudios Históricos del INAH; profesor de literatura en la UNAM y en universidades del extranjero, como Maryland, o Essex en el Reino Unido.
Pero JEP es su obra. El está en esas “Batallas en el desierto”, en “El principio del placer”, “El viento distante”, “Morirás lejos” o “Tarde de agosto” en su narrativa; o en su poesía que se refugia en “Los elementos de la noche”, “El reposo del fuego”, “No me preguntes cómo pasa el tiempo”, “Islas a la deriva”… “Ciudad de la memoria”… “Tarde o temprano”…
Por lo mismo le otorgaron muchos premios. En 2011 recibió el “Alfonso Reyes” de El Colegio de México; y en 2009 el “Premio Cervantes” y el “Reina Sofía de Poesía Iberoamericana” ese mismo año. La Secretaría de Educación Pública le entregó el 28 de junio de 2009 la “Medalla de Oro de Bellas Artes”… A su ingreso en El Colegio Nacional nos recordó las excelencias de la Academia de Letrán del siglo XIX mexicano.
Su esposa Cristina Pacheco, la periodista que asimismo nos descubre de forma cotidiana en televisión o impresos, estuvo con él; su hija Laura Emilia también.
Él tiempo es distante y es laxo; y ese tiempo nos da oportunidades y consejos. Pacheco sabía de tiempos…
“Y el sol apareció e ilumino su rostro, el resto fue pasado.”; sabía que “El futuro nunca lo vi: se convirtió en ayer, cuando intentaba alcanzarlo”.
Pero también, a modo de reproche nos recordó que hoy “Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los 20 años”.
José Emilio Pacheco nos es indispensable.
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‘Las batallas en el desierto’, herencia prodigiosa de Pacheco
En la geografía de su pensamiento poético, José Emilio Pacheco escribió la novela prodigiosa de la colonia Roma de la ciudad de México.
Abrevadero de la clase media mexicana, la colonia Roma de Las batallas en el desierto representó un espacio profético donde se escenificaron los principales cambios torales post revolucionarios. Dos de ellos, la moral y la cultura popular.
Si George Perec trazó los corredores atmosféricos de la burguesía parisina a través de Las cosas, Pacheco hizo explícita la moral escondida y/o simulada de la clase media cultivada, por ejemplo, en el Colegio México de los hermanos Maristas a través de Carlos, el inocente niño de tan solo ocho años quien comete el “pecado” de enamorarse de la mamá de un amigo. Y por si fuera poco, de una madre soltera. Perec y Pacheco escriben las dos caras de una misma novela: atmósferas del comportamiento humano que derivan en una sociología tan asfixiante, moralmente, como perturbadora, libertariamente.
La represión a través del binomio pecado-perdón, llevó a los padres de Carlos a presentar al chiquillo ante un cura, y por si acaso, ante un psiquiatra para que le ayudaran a retomar el camino “correcto”. Para Pacheco, el motor de la clase media es un conjunto de ornamentos teatrales cuyas representaciones simulan los rasgos de las buenas conciencias. Pacheco no recurre a la sátira. No hace falta. Como poeta, retrata la realidad a través de un amor fallido; un sueño limitado por la “razón” de la biología pero, sobre todo, por los mandamientos sagrados de la clase media mocha.
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En efecto, Pacheco dota a los lectores de la esencia de Carlos para sentir la impotencia que, sólo desde la infancia, recrudece los sentimientos. Pacheco recrea a través de las batallas en el desierto una atmósfera patética por moralina como represora por romper con los sueños infantes.
Como ambiente étnico cultural, Pacheco intuye que la Roma es un crisol. Las colonias árabe y judía se encontraban azarosamente por las calles de Mérida, en la década de los setenta (cuando Pacheco escribe la novela), como en muchas otras escuelas primarias de la colonia Roma. Hoy, esa misma zona no ha dejado de ser el polo más importante del cosmopolitismo mexicano. De ahí que se desprenda la segunda característica de Las batallas en el desierto: la clase media como la vehiculización de la cultura
En los recreos de las instituciones revolucionarias, hacia finales de los cincuenta (época en la que Pacheco transita la novela), se encuentra un conglomerado de personajes tan pachucos (Tin tan) como machos (Pedro Infante). Los héroes espectaculares del cine y de las carpas saltan a la televisión para reforzar esa cultura distante, en apariencia, de la clase media. La brecha estética comienza a ampliarse: si la avenida Álvaro Obregón es un pasaje baudelariano, a pocas cuadras se encuentra la Romita, capital de la ignominia. En efecto, los contrastes en el cosmos de la colonia Roma reflexionada por Pacheco.
Se va Pacheco pero quedan las batallas de la Roma del siglo XXI, rasgos de una zona cosmopolita donde se proyecta el México de los próximos lustros.
Por fortuna, esa colonia Roma de Las batallas en el desierto es muy distinta a la actual. Son, precisamente, los rasgos cosmopolitas los que han exorcizado a los tics ornamentales.
I. LEY DE EXTRANJERÍA
A Jaime Sabines
prehistoria 1
En las paredes de esta cueva pinto el venado para adueñarme de su carne, para ser él,
para que su fuerza y su ligereza sean mías y me vuelva el primero entre los cazadores de la tribu.
En este santuario divinizo las fuerzas que no comprendo. Invento a Dios, a semejanza del Gran Padre que anhelo ser con poder absoluto sobre la tribu.
En este ladrillo trazo las letras iniciales, el alfabeto con que me apropio del mundo al simbolizarlo. La T es la torre y desde allí gobierno y vigilo. La M es el mar desconocido y temible.
Gracias a ti, alfabeto hecho por mi mano, habrá un solo Dios: el mío. Y no tolerará otras deidades. Una sola verdad: la mía.
Y quien se oponga a ella recibirá su castigo.
Habrá jerarquías, memoria, ley: mi ley: la ley del más fuerte para que dure siempre mi poder sobre el mundo.
2
Al contemplar por vez primera la noche me pregunté: ¿será eterna? Quise indagar la razón del sol, la inconstante movilidad de la luna,
la misteriosa armada de estrellas que navegan sin desplomarse.
Enseguida pensé que Dios es dos: la luna y el sol, la tierra y el mar, el aire y el fuego. O es dos en uno: la lluvia / la planta, el relámpago / el trueno.
¿De dónde viene la lumbre del cielo? ¿La produce el estruendo? ¿O es la llama la que resuena al desgarrar el espacio? (como la grieta al muro antes de caer por los espasmos del planeta siempre en trance de hacerse).
¿Dios es el bien porque regala la lluvia? ¿Dios es el mal por ser la piedra que mata? ¿Dios es el agua que cuando falta aniquila y cuando crece nos arrastra y ahoga?
A la parte de mí que me da miedo la llamaré Demonio. ¿O es el doble de Dios, su inmensa sombra?
Porque sin el dolor y sin el mal no existirían el bien ni el placer, del mismo modo que para la luz son necesarias las tinieblas.
Nunca jamás encontraré la respuesta. No tengo tiempo. Me perdí en el tiempo. Se acabó el que me dieron.
3
Ustedes, los que escudriñen nuestra basura y desentierren puntas de pedernal, collares de barro o lajas afiladas para crear muerte;
figuras de mujeres en que intentamos celebrar el misterio del placer y la fertilidad que nos permite seguir aquí contra todo —enigma absoluto para nuestro cerebro si apenas está urdiendo el lenguaje—, lo llamarán mamut. Pero nosotros en cambio jamás decimos su nombre: tan venerado es por la horda que somos.
El lobo nos enseñó a cazar en manada. Nos dividimos el trabajo, aprendimos: la carne se come, la sangre fresca se bebe, como fermento de uva. Con su piel nos cubrimos. Sus filosos colmillos se hacen lanzas para triunfar en la guerra.
Con los huesos forjamos insignias que señalan nuestro alto rango.
Así pues, hemos vencido al coloso. Escuchen cómo suena nuestro grito de triunfo.
Qué lastima. Ya se acabaron los gigantes. Nunca habrá otro mamut sobre la tierra.
4
Mujer, no eres como yo pero me haces falta.
Sin ti sería una cabeza sin tronco o un tronco sin cabeza. No un árbol sino una piedra rodante.
Y como representas la mitad que no tengo y te envidio el poder de construir la vida en tu cuerpo, diré: nació de mí, fue un desprendimiento: debe quedar atada por un cordón umbilical invisible.
Tu fuerza me da miedo. Debo someterte como a las fieras tan temidas de ayer. Hoy, gracias a mi crueldad y a mi astucia, labran los campos, me transportan, me cuidan, me dan su leche y hasta su piel y su carne.
Si no aceptas el yugo, si queda aún como rescoldo una chispa
Tarde o temprano.dde aquellos tiempos en que eras reina de todo, voy a situarte entre los demonios que he creado para definir como El Mal cuanto se interponga en mi camino hacia el poder absoluto.
Eva o Lilit: escoge pues entre la tarde y la noche.
Eva es la tarde y el cuidado del fuego. Reposo en ella, multiplica mi especie y la defiende contra la gran tormenta del mundo.
Lilit, en cambio, es el nocturno placer, el imán, el abismo, la hoguera en que ardo. Y por tanto la culpo de mi deseo. Le doy la piedra, la ignominia, el cadalso.
Eva o Lilit: no lamentes mi triunfo. Al vencerte me he derrotado.