web-Marisa-Berenson-Ron-Galella-“¡Pero si yo soy Cher!” fue lo que gritó la icónica cantante cuando Steve Rubell le negó el acceso al club Studio 54. “Ya lo sé”, le contestó él.

Al Studio 54 lo apodaron la Gomorra moderna, la suma de todos los excesos. El local, que desde los 40 había sido uno de los estudios de la cadena CBS, fue rentado por Steve Rubell e Ian Schrager para convertirlo en la discoteca más famosa del mundo. Rubell, abiertamente gay y hedonista, era diametralmente opuesto a Schrager, un joven serio y tímido; la combinación funcionó bien.

Studio, como lo llamaban, abrió sus puertas en 1977. La lista de invitados fue creada por Carmen D’Alessio, Steve Rubell y Andy Warhol e incluía a Mick Jagger, Salvador Dalí, Liza Minnelli, Donald Trump, y Brooke Shields entre muchos otros. Rubell, amo y señor de la puerta, dejaba pasar a quien se le antojaba, buscando, según él, la mezcla perfecta entre heterosexuales y homosexuales, blancos y negros, famosos y comunes. Si ya hay “uno como tú” adentro, tú ya no cabes.

 

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El escenario de lo que había sido construido originalmente como un teatro se convirtió en la pista de baile y en los palcos se desarrollaba una orgía perpetua. Era la época de liberación sexual que precedió al SIDA, los límites no existían. En el centro de la pista había una escultura de una luna que inhalaba cocaína con una cucharita que subía y bajaba toda la noche. En el sótano, a donde sólo entraban los invitados de honor, se consumían más drogas que en el resto de la ciudad.

 

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Implacable, Rubell se convirtió en el centro de la vida nocturna. Millonarios del otro lado del mundo viajaban horas en su avión privado sólo para asistir a la fiesta y regresarse al día siguiente. Con un mando dictatorial sobre la entrada, Rubell dejaba entrar por igual a celebridades que a camioneros (mientras fueran “guapos y divertidos”). La gente común buscaba convivir con los famosos, mientras que ellos encontraban en el local un mundo de gente bonita a sus pies. En Studio 54 cada noche era diferente. Un día podías encontrarte a ti mismo bailando con un par de asombrosas drag queens y al día siguiente chocando vasos con Steven Tyler. En su cumpleaños, Bianca Jagger hizo su triunfal entrada en un caballo blanco y Warhol se presentó a su propio festejo en una tina llena de dinero.

 

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Para 1978, un año después de su apertura, sus dueños ya habían ganado más de 7 millones de dólares. El dinero salía cada noche por la puerta trasera del local en enormes bolsas de basura, mezclado con cocaína y botes de metacualonas. Las celebridades llegaban en bandadas. Por los sillones del 54 pasaron Elizabeth Taylor, Yves Saint Laurent, John Travolta, Donna Summer, Alice Cooper, Farrah Fawcett, Al Pacino, Michael Jackson y Bette Davis entre muchos otros. Calvin Klein, Truman Capote y Andy Warhol eran clientes frecuentes. Se dice que incluso Grace Kelly y el presidente Jimmy Carter llegaron a cruzar la cadena de terciopelo.

Treinta y tres meses después de su apertura el departamento de impuestos de los Estados Unidos clausuró el local, que debía más de dos millones de dólares en impuestos. Rubell y Schrader se vieron forzados a vender la discotheque a una cadena que volvió a abrirla meses más tarde. Sin embargo, en manos de un empresario, el ambiente cambió y el paraíso hedonista no volvió a ser el mismo.

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