LIMA. El borde de un acantilado limeño en Miraflores es el ingreso al paraíso de los amantes del parapente, que se lanzan a volar sobre el Pacífico.
Peruanos y turistas de todo el mundo llegan hasta el “parapuerto” para disfrutar lo que muchos consideran una forma única de contacto con la naturaleza, casi una experiencia mística.
“El parapente es una actividad única porque combina adrenalina y una sensación de contemplación, de felicidad”, dijo Juan Carlos Pardo, instructor y director de la escuela local Kunturfly.
La bruma trepa los acantilados desde el océano y la monotonía ocre del desierto limeño se rompe con el colorido de los parapentes, que invaden el cielo en tardes con buen viento.
Antes de emprender el vuelo, los instructores conversan unos minutos con los turistas para que se relajen e intenten dejar los nervios de lado.
“La decisión de lanzarse no es fácil. Uno está al borde del acantilado, mirá abajo y dice: ‘no lo hago’. Los primeros segundos en el aire son de tensión hasta que lentamente la gente se afloja, disfruta y no quieren bajar”, explica Pardo.
El “parapuerto” es un espacio municipal que puede ser utilizado libremente por aquellos expertos en la actividad, además de las compañías que ofrecen los paseos en tándem con un instructor.
“Es increíble lo que sientes”, dice Sandra Muñiz, una limeña apasionada de esta actividad. “Cuando consigo separar algo de dinero vengo a lanzarme. Es lo más parecido a volar. Te sientes muy bien mientras estás allí suspendido en el aire”.
Son muchas más mujeres que hombres quienes se lanzan. Algunas llegan por circunstancias especiales de su vida como el final de un noviazgo, otras lo usan como una terapia de relajación, afirman los instructores.
“Mi mayor alegría es cuando una persona se baja del parapente y me dice con una sonrisa: ¡fue espectacular! La gente aprende a valorar la naturaleza, a observarla de otra manera, sientes toda esa inmensidad que te rodea”, cuenta Pardo, un expiloto de la fuerza aérea peruana que dejó su carrera para dedicarse a una actividad que lo atrapó.
El instructor comenta que no hay edades para el parapente y que desde los acantilados de Miraflores ha visto volar a un niño de 3 años, que es la edad mínima permitida, hasta una anciana de 93, que se lanzó el día de su cumpleaños y fue recibida con abrazos por sus nietos que no podían creer cuando la veían en el aire.
“Esto no es jugar a la ruleta rusa, pero sí es un deporte de riesgo. El parapente se puede cerrar, por vientos cruzados o ráfagas. Puede pasar en zonas altas de montaña, pero no en Miraflores. Por eso lo llamamos el paraíso del parapente”.
Hace cuatro años la actividad se realiza de forma organizada, bajo control de la Municipalidad de Miraflores. Quienes se lanzan desde el acantilado, de unos 70 metros de alto, deben firmar una declaración previa que lo hacen a su riesgo. Y pagan un seguro con el precio del vuelo que es de 60 dólares por 10 minutos de vuelo, o 92 dólares, con un video de todo el recorrido.
Turistas rusas
“Estamos paseando en Lima y no queríamos perdernos esto. Da miedo, pero creo será una experiencia única”, dijo a la AFP Ana Zelic, una turista rusa de 27 años que llegó hasta el acantilado con cinco amigas.
El grupo de rubias rusas, caminan sobre el césped del acantilado con zapatos de taco alto mientras esperan su turno. “No pueden subir con esos zapatos, está prohibido, pueden caer mientras vuelan”, dice uno de los instructores, y les acerca una simples zapatillas con cordones.
Una de ellas estalla en gritos apenas sus pies despegan del suelo.
“Hay una obsesión de los turistas por volar en Miraflores. Ha ocurrido un boom desde hace dos años”, dijo a la AFP Eduardo Gómez, presidente de la Asociación Peruana de Instructores de Parapente Tándem, que reúne a 16 instructores del total de 25 que hay en todo el país.
“A muchos europeos que han volado en zonas de montaña, les encanta esta combinación de tener aquí los acantilados, el océano y la ciudad, todo junto”, señaló Gómez.
Entre junio y diciembre se presentan las condiciones ideales para el vuelo desde las acantilados miraflorinos mientras que desde enero pueden darse más días soleados de cielo azul, que son difíciles de conseguir en Lima, pero menos viento, y por tanto es posible que no se pueda volar.
“Volvería a hacerlo, pero no sé si mi esposo va a resistirlo”, dijo a la AFP Stefy Ryan, una estadounidense que bajó y se abrazó a su marido que sufría mientras la veía deslizándose sobre los acantilados y el Océano Pacífico. “Anímate”, dice a su esposo, sin lograr convencerlo a que se lance.