Para todos aquellos que pensaron que The Lego Movie, el tercer largometraje de la dupla formada por Phil Lord y Chris Miller, sería un comercial de dos horas manufacturado para promocionar los juguetes de la marca, déjenme decirles que están en lo correcto: el primer impulso que genera la película, luego de sus escasos cien minutos de duración, son unas ganas irrefrenables de ir a la tienda y comprar unas cuantas cajas de Legos para pasar toda la santa tarde jugando.
Pero la cosa no es tan simple ni tan descarada, lo cierto es que este filme es un muy depurado ejercicio de mercadotecnia que deja contento a todo el público, atacando varios frentes con precisión y hasta con cierta elegancia: no sólo se limita a ser un comercial sino que además es una depurada pieza de animación, una sofisticada activación de marca, un divertidísimo vehículo de entretenimiento, una atinada sátira social, una ineludible invitación al juego, un manifiesto en pro de la imaginación desbordada, una declaración a favor del derecho al juego y, por sobre todo lo anterior, una extraordinaria película.
Se trata de un producto 360 donde la marca no sólo busca vender juguetes sino que se fija una meta aún más ambiciosa: vendernos una filosofía. Y es que, a pesar de que Lego ha sobrevivido gracias a las múltiples licencias de películas y caricaturas de las cuales vende productos, su propia cinta nos pide olvidar la foto en la caja, mandar a la basura el instructivo y usar aquellos bloques de Lego como a nuestra imaginación mejor le plazca. “No somos un objeto de colección” -parece gritar la marca- “somos un juguete; ven y construye con nosotros”.
La cinta resulta en una especie de remake a The Matrix (1999), mezclado con Toy Story (1995) y una pizca de 2001: A Space Odyssey (1968), todo ello armado a partir de piezas de Lego y aderezado -en gozoso exceso- por cientos de referencias a la cultura pop así como cameos de personajes que van desde las Tortugas Ninja, hasta las estrellas del 2001 de la NBA, pasando por Gandalf (Lord of the Rings), Dumbledore (Harry Potter), Abraham Lincoln y muchos más.
El héroe de la película es un hombre común (un Lego genérico) llamado Emmet (voz de Chris Pratt en la versión original) que vive en una sociedad orwelliana donde sus habitantes se levantan en la mañana, desayunan, suben al automóvil, trabajan, comen, siguen trabajando, toman café caro (cáustica referencia a Starbucks) y regresan a casa para ver televisión basura; siempre con una sonrisa imborrable y sin cuestionar nunca el orden establecido. Todo se hace según el manual, “everything is awesome”.
Luego del shock inicial al ver que nuestras vidas probablemente son iguales a las de estos Legos, Emmet es contactado por una chica (émulo de Trinity con voz de Elizabeth Banks) para reclutarlo en una rebelión que busca cambiar al mundo. Así se desatará toda una aventura que incluye a un viejo sabio (voz de Morgan Freeman), un malvado industrial (el Señor Negocios, voz de Will Ferrell), un policía bipolar (Liam Neeson), Batman (si, ¡Batman!), muchas y bien filmadas escenas de acción, además de varios gags y un alud de personajes sin fin.
Sin tomarse nunca en serio, con una edición rápida y un ritmo frenético, la cinta no hace pausa en la cantidad de ideas, imágenes, colores y situaciones que muestra en pantalla, dando la impresión de que el dios a cargo de esto no son los directores de la cinta sino algún niño que en efecto está jugando con sus Legos.
Candidata a lo mejor del año, The Lego Movie es una afortunado choque de intereses, un cine inteligente que sabe combinar su finalidad mercadológica con el gusto por el juego. Un cine cuya consigna más valiosa es: la imaginación al poder.
The Lego Movie (Dir. Phil Lord y Chris Miller)
4 de 5 estrellas.
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