Hemos visto miles de veces esta historia, un boy meets girl (o en este caso un girl meets girl) que podría parecer de lo más convencional. Pero miren de nuevo, porque nunca se ha contado con el brío, la elegancia, la pasión y la fuerza como la que Abdellatif Kechiche alcanza en este, su quinto largometraje: La vida de Adèle (La vie d’Adèle, chapitre 1&2, Francia, 2013).

 

Libre adaptación de una novela gráfica (ojo para aquellos que desdeñan el cine basado en cómics) escrita y dibujada por Julie Maroh, (Le bleu est une coleur chaude, 2010); en la cinta conoceremos a Adèle (Adèle Exarchopoulus), una adolescente preparatoriana, algo desaliñada, algo ausente y que -se adivina- no ha experimentado el famoso primer amor. Un chico de la clase se le acerca, le flirtea, comienzan una relación, pero al cabo de poco tiempo la mujer termina el breve noviazgo. Algo no funciona, algo falta.

 

El verdadero coup de foudre, el auténtico flechazo al corazón, sucederá de improviso cuando Adèle se tope con Emma (Léa Seydoux), una chica de pelo azul que en un cruce de miradas inesperado, inevitable, letal, ambas se reconozcan como aquello que han estado buscando, aquello que les hacía falta.

 

Lo que en inicio parece un relato de amor convencional pronto se revela como todo un estudio de personajes, una relación donde la pasión se desborda y alcanza al público como pocas veces se ha visto en el cine. Kechiche, tomando toda serie de riesgos, consigue momentos francamente estremecedores y memorables.

 

Con un close-up perpetuo, Kechiche entiende que esta historia requiere ese nivel de intimidad no solo para ser contada, sino para ser contagiada al público; la relación de Emma y Adèle es una tormenta cuyos efectos más reveladores están, justamente, en los pequeños grandes detalles, en los secretos de la mirada, en “la fragilidad de los rostros”, en las comisuras de los labios, en la piel debajo de la piel.

 

Así, a centímetros de las protagonistas, estaremos con ellas cuando sus miradas crucen por primera vez, en la angustia de la primera plática en un bar, en la ternura del primer paseo juntas, en la pasión finalmente libre del primer beso y en el gozo de sus charlas.

 

Estaremos presentes también en la primera línea del sexo, porque Kechiche sabe que ese nivel de intimidad exige pasar por aquel lugar secreto que ellas conocen, porque el enigma del sexo sólo se resuelve con otro cuerpo en su fusión exacta; es un incendio interno que exige para controlarse una dosis igual de fuego. Negarle eso a esta cinta hubiese sido el equivalente a castrarla.

 

Entender lo anterior reduce la polémica a simples banalidades. El gran pecado del director (según sus detractores) es hacer una escena de sexo -honesta, directa, necesaria- cuya primera consecuencia es que nos excita; ¡vaya osadía! Quienes hablan de pornografía, sexismo o explotación es porque jamás han entendido las necesidades ineludibles, impostergables del amor.

 

Maestro del control, el director filma sin desperdicio alguno: todos y cada uno de los fotogramas tienen un sentido y un propósito. Despojado de florituras (el ya mencionado close-up es su única extravagancia estilística), todo el poder de la cinta radica en el tono, los diálogos y el portento de actuaciones de aquellas dos mujeres de las cuales se ha dicho de todo pero sólo cabe reconocer la valentía en dejarse invadir de esa forma, en dejarse explorar de esa manera, en exponerse, sin miedo y sin duda.

 

Vendrá el ocaso, vendrán las peleas, el abandono, el perdón, la súplica. Al final la película nos deja perdidos, heridos, tan huérfanos como Adèle. En un futuro veremos esta cinta, una y otra vez, esperando un final rosa que sabremos nunca llegará.

 

La vida de Adèle. (Dir. A. Kechiche)

5 de 5 estrellas.