Recientemente, Archdaily publicó unas imágenes, supongo que las primeras, del proyecto del Museo Internacional del Barroco que proyectó el ganador del Pritzker 2013 Toyo Ito en la capital poblana, y que se podrá visitar en 2016, según la nota. La impresión que me produjeron dichas imágenes, léase renders, fue que no le quedaron muy bien, como cuando un proyector en alguna conferencia quema la imagen en la pantalla o algo así, no sé. Me pareció -no importa- un proyecto raro, desconcertante para lo que nos tiene acostumbrados… Seguramente habrá algún discursazo explicativo en su oportunidad, pero más que el extraño proyecto, sus imágenes me invitaron a una reflexión que podría extenderse a varios textos: la representación gráfica, el dibujo, las imágenes y el rendering en arquitectura.

 

Tuve la inmensa fortuna de trabajar mientras estudiaba en la universidad con arquitectos que dibujaban verdaderamente bien. En primer semestre con Javier Carral, que mientras hablaba por teléfono en su escritorio pintaba excelentes acuarelas de sus proyectos, de lugares fascinantes o de personajes increíbles.

 

Con el arquitecto José Luis Ezquerra -durante el tercer semestre- que de un día al otro resolvía un barrio entero con perspectivas que tapizaban toda su oficina (me tocó dibujar en el proyecto para “la Villanueva del Cabo” en Baja California Sur); Ezquerra dominaba magistralmente todas las técnicas, lápiz en papel albanene “trapo”, croquis en tracing paper amarillo con plumín negro y plumones design y, recuerdo particularmente su técnica policromática de prismacolor sobre los “maduros” (copias color sepia que hacían las veces de originales reproducibles y que se usaban para dibujar las instalaciones, por ejemplo).

 

Poco después, gracias al ejemplo de mis compañeros de “los semestres de arriba” Paul Zarkin y Miguel Castelazo (qepd), pasé fugazmente -en 1984- por el despacho López-Baz, Calleja, Rivas y Artigas, en donde quedé “hipnotizado” por la arquitectura que allí se hacía, y sobre todo por la representación gráfica de la oficina. Raúl Rivas hacía personalmente los dibujos y las perspectivas. Trabajaba en un papel albanene gruesísimo, con tinta china y con una técnica de “enmascarillado” con papel y diúrex transparente, plumones design difuminados con gasolina blanca, aerógrafo, prismacolor… Empezaba por el cielo, las nubes borrando con una navajita Gillette, las sombras en tinta china negra por detrás del papel, los árboles y la vegetación con auténtico puntillismo; un maestro también para las perspectivas interiores de día o de noche. Para los croquis en cualquier técnica; dibujaba unas perspectivas a lápiz extraordinarias por igual.

 

Además de esa formidable formación, casi desde el inicio de la carrera me acompañé del libro La Ilustración Arquiteócnica de Paul Stevenson Oles (perspectivista de I.M.Pei, entre otros), que me sirvió de ejemplo adicional para entrenar el ojo y la mano, claro. También tuve “maestros particulares” desde la amistad como Antonio Attolini Lack o el venezolano José Tomás Sanabria, quienes, además de grandes arquitectos dibujaban con grandeza por igual.

 

Para cualquier arquitecto con práctica profesional resulta natural buscar la mejor (por definir “la mejor”) forma de representación gráfica de sus propuestas, sobre todo en la etapa de venta, presentación inicial, convencimiento al cliente, o concurso. Con la computadora se perdió la sabiduría comentada arriba, pero se ganó acaso otra que igualmente entra por la vista independientemente de que sea mejor o peor. Erwin Panofksy en su memorable ensayo “El Estilo y el Medio en la Imagen Cinematográfica” habla de una suerte de nostalgia que se puede sentir por el cine mudo, no como argumento contra las películas sonoras, sino como la pérdida de virtudes de la actuación sin sonido. “… las primeras películas sonoras eran infinitamente inferiores a las entonces maduras películas mudas, y la mayoría de las películas en technicolor fueron todavía inferiores a las entonces maduras películas en blanco y negro”.

 

Sin embargo, el rendering en arquitectura -hoy con un grado de sofisticación y perfeccionamiento tal que permite “igualar la realidad” fotográficamente- queda en desventaja con el cine, estirando el ejemplo, que sí permite “glorificar la realidad” de manera más benevolente, por decirlo de alguna manera.

 

jvdm