Una noche de mayo de 1990, en el momento de mayor fulgor del tráfico ilegal de drogas hacia Estados Unidos, 20 agentes de la policía federal mexicana y un puñado de agentes del servicio de aduanas de Estados Unidos, siguiendo una pista que habían recibido, irrumpieron en una residencia de Agua Prieta, en México, pegada casi a la frontera con Arizona. “¡La policía!”, gritaron, arma en mano, antes de romper la puerta principal.

 

La casa estaba vacía, pero daba la sensación de que había gente viviendo allí, con platos en la cocina y juguetes en el jardín. Los agentes se dirigieron prestamente a una sala de juegos con un bar y una mesa de billar, que se encontraba sobre una estructura de cemento de tres metros por tres metros.

 

Un informante había dicho que lo que buscaban estaba debajo de la mesa de billar.

 

Con un taladro comenzaron a trabajar. Acto seguido tuvieron un golpe de suerte. Un agente hizo girar una canilla y de repente el piso y la mesa de billar se elevaron, como si se tratase de una plataforma hidráulica de un taller mecánico, o algo salido de una película de James Bond.

 

Apareció una escalera metálica por la que descendieron los agentes, hasta encontrarse con algo sorprendente: Debajo de la casa había un túnel subterráneo con luz, salidas de aire y rieles en el piso para transportar carros llenos de drogas. Tenía una extensión de unos 100 metros y desembocaba del otro lado de la frontera, en territorio estadunidense.

 

El nivel de sofisticación era algo nunca visto hasta entonces en la guerra contra los carteles mexicanos y colombianos que transportaban toneladas de cocaína y marihuana a Estados Unidos todos los años. “Una obra maestra“, comentó el agente de aduanas retirado Terry Kirkpatrick, quien participó en esa operación, al recordar el túnel, que fue bautizado “Cocaine Alley“, o el Callejón de la Cocaína.

 

“(Pero) Ninguno de nosotros pensó que este iba a ser el futuro del contrabando de drogas”, declaró el ex agente.

 

Ni sabían quién estaba detrás de todo esto, un individuo que llamaban “Petiso” por su baja estatura (1.70 metros, o 5.6 pies), de origen humilde y sin educación formal, que empezó como un productor de mariguana en pequeña escala y pasó a ser el jefe del cartel del narcotráfico más fuerte del mundo.

 

El túnel marcó el inicio de una nueva era en el tráfico de drogas, más moderna y letal: Eran los albores del reinado del El Chapo.

 

Una niñez de maltrato

 

Una semana después de su captura en la ciudad costera de Mazatlán, Joaquín Guzmán se sienta en una celda de la prisión de máxima seguridad de México, un complejo rodeado por alambres de púa en las afueras de la Ciudad de México, donde es retenido junto con otros capos importantes.

 

Atrás quedaron su vida como jefe del Cártel de Sinaloa y sus orígenes en La Tuna de Badiraguato, un pueblo de montaña del estado de Sinaloa, en la costa del Pacífico mexicano. Guzmán era uno de seis hijos de un supuesto ganadero que, según las autoridades, en realidad se dedicaba a la principal industria de la zona, el cultivo y contrabando de opio y mariguana.

 

De niño Guzmán fue maltratado por su padre, según Michael Vigil, ex agente del Departamento Estadounidense Antidrogas. Sin embargo, sin una educación que le ofreciese otras alternativas, Guzmán siguió los pasos de su padre y se dedicó al comercio de las drogas. Comenzó a cultivar marihuana en forma independiente, sin la intervención del padre, con quien mantuvo una relación fría.

 

Hacia fines de la década de 1970, cuando todavía no tenía 30 años, el capo Héctor Luis Palma Salazar le encargó el traslado de drogas de las ciudades costeras de Sinaloa hacia el norte, hacia Estados Unidos, de acuerdo con “El último narco“, una biografía de Guzmán del periodista Malcolm Beith.

 

Hombre al que no le gustaba llamar la atención y menos apegado a las casas y los autos fastuosos que la mayoría de los traficantes, Guzmán escaló posiciones rápidamente. A comienzos de los 80 supervisaba la logística de Miguel Angel Félix Gallardo, fundador del Cartel de Guadalajara. Guzmán fue la mano derecha de Gallardo por años, hasta convertirse en una de las figuras dominantes del narcotráfico. Gallardo fue finalmente arrestado en 1985 por el asesinato del agente Enrique Kiki Camarena.

 

“Surgió de repente, de la noche a la mañana”, dijo Edward Heath, quien dirigió la oficina de la DEA en México en la época en que fue asesinado Camarena. “El tipo era lo suficientemente inteligente como para aprender cómo se hacen las cosas”.

 

Guzmán era también brutal, según Heath. “Si alguien no rendía o pasaba a ser una amenaza, lo eliminaba. Mucha gente fue asesinada. O terminó presa”.

 

A medida que consolidaba su poder Guzmán comenzó a experimentar con formas novedosas de contrabando. Fiscales estadounidenses dicen que creó una empresa de taxis aéreos y usó dos Learjets para transportar drogas. Alquiló depósitos en el sur de California, en Chicago, Newark (Nueva Jersey) y San Antonio para almacenar sus productos.

 

En 1989 escondió cocaína en cajas de jabón enviadas al sur de California. En 1992 abrió una ferretería cerca de Los Angeles para importar rollos de alambrado mezclados con compartimientos de fibra de vidrio llenos de cocaína. En una ocasión fue arrestado un camionero en México con 1.400 cajas de pimientos jalapeños dirigidos a Los Angeles, cada una de las cuales contenía un kilo de cocaína. En total había 7,3 toneladas.

 

Luego aparecieron los túneles. “Se puede decir que fue el padrino de los túneles en la frontera“, expresó Kirkpatrick, el agente de aduanas que encontró el pasaje subterráneo.

 

Ese pasaje fue el primero de muchos usados por Guzmán. En los años siguientes fueron hallados media docena de túneles en California y Arizona, que se extendían cientos de metros y estaban equipados con plataformas hidráulicas y carros de carga eléctricos. Uno se extendía más de 400 metros (1400 pies), desde Tijuana, en México, hasta un depósito en San Diego, según documentos judiciales.

 

A comienzos de los 90 la DEA consideraba a Guzmán uno de los diez capos más peligrosos de México, aunque por entonces las organizaciones mexicanas no preocupaban tanto como los carteles de Medellín y Cali en Colombia, según Robert Bonner, quien dirigió la DEA entre 1990 y 1993. Los mexicanos eran simples “transportistas” de los colombianos, indicó.

 

Eso cambió cuando el grupo de Gallardo decidió aceptar cocaína como pago, en lugar de efectivo, apoderándose lentamente del control de la cadena entre América del Sur y Estados Unidos. Pablo Escobar fue muerto por la policía a fines de 1993 y pronto los mexicanos le habían arrebatado el control del negocio a los colombianos.

 

Guzmán y sus socios llegaron a ser conocidos como el Cártel de Sinaloa, y libraron una cruenta guerra contra una agrupación de antiguos aliados, el cartel de Tijuana, comandado por los hermanos Arellano Félix. La pugna cobró notoriedad a nivel internacional en mayo de 1993 cuando un grupo de hombres armados abrieron fuego contra el vehículo en que viajaba un cardenal, acribillando al religioso con 14 impactos de bala.

 

El asesinato obligó a las autoridades mexicanas a abandonar su tolerancia y complicidad con Guzmán y sus secuaces. Ofrecieron una recompensa de 5 millones de dólares para cualquier información que llevase a su captura. Guzmán huyó a Guatemala, donde fue arrestado menos de un mes después de la muerte del cardenal.

 

El expediente de Guzmán abarcaba 14 tomos, con abundantes pruebas de diversos delitos, incluyendo tráfico de drogas, asesinato e involucramiento en la muerte del cardenal. En 1995, Guzmán fue convicto y enviado a una prisión en Guadalajara donde, muchos pensaron, pasaría el resto de sus días.

 

Pero se equivocaron.

 

El escape del El Chapo

 

El 19 de enero del 2001, cuando le faltaban 12 años para cumplir una condena de 20, Guzmán se escondió en un carrito de lavandería y un guardia lo sacó de la cárcel, según Vigil, el ex agente de la DEA. Guzmán le ordenó al guardia detenerse frente a una tienda, y allí desapareció en la oscuridad de la noche.

 

La fuga intensificó el mito que rodeaba la imagen de Guzmán, con lo que se hizo más fuerte.

 

Consolidó su poder sobre las redes de distribución en Los Ángeles y Chicago, que se convirtieron en las principales centrales para el Cartel de Sinaloa. Expandió sus operaciones hacia Europa y Australia, a donde envió emisarios para desarrollar contactos locales que conocían a los funcionarios corruptos y sabían cómo construir los canales para el tráfico.

 

A fin de transportar la cocaína que provenía de Colombia, la traía por aire a pistas de aterrizaje en Guatemala, y de allí las trasladaba por tierra a Estados Unidos, donde las autoridades dicen que controlaba aproximadamente la mitad de la frontera de 3.100 kilómetros (1.954 millas). Usó un avión Boeing 747, camiones, carros, lanchas y vagones para transportar los narcóticos según uno de los casos pendientes en Chicago. Desde esa ciudad, estiró sus tentáculos hacia Vancouver, en Canadá, Filadelfia y Nueva York.

 

Después de que Estados Unidos lanzó una fuerte ofensiva contra la producción de metanfetaminas, Guzmán incursionó en ese mercado, importando ingredientes desde Asia y Europa para operar enormes laboratorios en Sinaloa.

 

Las autoridades mexicanas iban capturando o arrestando a sus rivales, pero Guzmán sobrevivió, su poder afianzado aún después de que el entonces presidente Felipe Calderón lanzara una ofensiva contra los carteles en el 2006.

 

Durante todo ese tiempo evadió captura, gastando enormes sumas de dinero para adquirir equipos de comunicaciones ultramodernos y desarrollando una maquinaria de seguridad capaz de retar a las fuerzas policiales de algunos países, dijo una fuente policial estadounidense. Con ese apoyo, se movía sin dificultad, asistiendo a eventos familiares y casándose con una reina de belleza, Emma Coronel, en el 2007 en un concurrido festín en Sinaloa. (En total, se estima que Guzmán tuvo por lo menos nueve hijos con tres mujeres distintas).

 

Guzmán sobrevivió gracias a alianzas temporales con otros delincuentes y a la entrega de información a agentes del gobierno, que los mataban o capturaban, dice David Shirk, profesor de ciencias políticas de la Universidad de San Diego.

 

“El cartel de Sinaloa tenía la capacidad financiera y organizativa pero, lo más importante, sabían cómo eliminar a su competencia”, dice Shirk. “Para tener éxito en esto se necesita más que saber cómo esconder un alijo de drogas. Hay que saber cómo conseguir información, cómo cultivar las relaciones con las autoridades”.

 

Guzmán era también cuidadoso con su imagen, y evitaba los métodos brutales empleados por otros carteles. La revista Forbes lo calificó como “Uno de los hombres más poderosos del mundo” en el 2009, suscitando protestas del gobierno mexicano. Durante varios años fue incluido en la lista de multimillonarios que publica esa revista, junto con Bill Gates y otros.

 

Tan es así que se puede decir que administraba su grupo como si fuera una gran corporación. Según grabaciones secretas, Guzmán aceptaba una pérdida de 20% en una operación, dijo Anthony Coulson, ahora retirado pero quien fue jefe de la filial de la DEA en Tucson, Arizona. Pero si la pérdida superaba esa cifra, exigía otros métodos.

 

Era un matón que tenía la capacidad de emplear una violencia brutal pero a la vez tenía un gran talento organizativo y estratégico“, afirmó Coulson.

 

La sorpresa de la recaptura, ¿es o no es?

 

En febrero del año pasado, la Comisión contra el Delito de Chicago convocó a una rueda de prensa en que anunció un nuevo “Enemigo Público Número Uno”, lo que no hacía desde 1930, cuando el mafioso Al Capone se mereció el título.

 

Se trataba de Joaquín El Chapo Guzmán, dijo la comisión, y era mucho más peligroso que Capone.

 

“Lo que era Al Capone para la cerveza y el whiskey durante la Prohibición, es Guzmán para las drogas”, dijo Art Bilek, vicepresidente ejecutivo de la comisión. “De los dos, Guzmán es de lejos la mayor amenaza … y tiene mucho más poder y dinero de lo que Capone siquiera soñó”.

 

Capone fue capturado, convicto y encarcelado menos de dos años después de que se le describió como el “Enemigo Público Número Uno”. La esperanza era “que lo mismo pasaría” con Guzmán, dijo Bilek.

 

El final llegó súbita y calladamente. El 22 de febrero, gracias a una grabación secreta de agentes estadounidenses, marinos mexicanos allanaron un apartamento en el cuarto piso de un condominio en Mazatlán. Guzmán (que según las autoridades tendría entre 56 y 59 años de edad) fue hallado en el baño, junto con su esposa y dos hijas mellizas de dos años y medio. No hubo un solo disparo.

 

Por lo menos siete tribunales estadounidenses tienen expedientes contra Guzmán, y varios de ellos ya están solicitando la extradición. Enfrenta cargos de crimen organizado en cuatro estados mexicanos, además de Ciudad de México. Potencialmente — si es que no vuelve a escaparse— podría pasar el resto de su vida tras las rejas.

 

En cuanto a su organización, algunos vaticinan que sobrevivirá. Al fin y al cabo los capos de drogas van y vienen, pero sus imperios perduran. Además, no todos en México opinan que el cartel de Guzmán era tan siniestro.

 

El miércoles por la noche, cientos de personas salieron a las calles de la capital de Sinaloa en apoyo del narcotraficante, a quien consideran un salvador. “Apoyamos a Chapo Guzmán porque es el que nos da trabajo y nos ayuda en las montañas”, dijo Pedro Ramírez, uno de los manifestantes.

 

Artistas de la música norteña tocaron sus trompetas mientras jóvenes en uniformes escolares alzaban carteles exigiendo la libertad de su paisano quien, a ojos de algunos, logró tanto a pesar de su captura final. Uno de los carteles decía: “Amamos al Chapo“.