El PAN ya está en el horno. Pero no sabemos si sus ingredientes harán un buen PAN o, al final, dejará un mal sabor de boca para todos. Depende de cómo se den las cosas por estos días en los que la guerra interna en el Partido Acción Nacional está en todo su fragor y muchos ahí saldrán lastimados de la contienda que se oficializó el jueves pasado.

 

Es natural que al interior de un partido político, cuando tiene vida, haya debates, diálogos, discusiones, diferencias, encuentros y desencuentros: es parte de su sentido político; es un asunto de democracia. Ocurre en todos los partidos del mundo. Y hay distintos puntos de vista como seres humanos los integran, aunque se sabe que el punto de coincidencia es la meta.

 

La particularidad en la contienda interna del PAN por hacerse de la presidencia radica en que este partido, como todos los aquí presentes, está inmerso en un sistema de partidos mexicano que está enfermo. Los institutos políticos han dejado de representar el interés de los mexicanos para ser cúpulas de interés político y de poder. Lo dicho tantas veces. Tendrá que arreglarse.

 

Y en ese horno se cuece nuestra democracia, por tanto, no es raro que una guerra interpartido ocurra aquí en esos términos: en los que lo que menos importa es el concepto de partido, ideología o doctrina pero sí los intereses de grupo o de poder.

 

En el PAN hay dos grupos predominantes: el de Gustavo Madero, que actualmente lo preside y quien, a su favor, cuenta con el apoyo de los líderes panistas en la Cámara de Diputados (Luis Alberto Villarreal) y en el Senado (Jorge Luis Preciado): buena fuerza, pero insuficiente.

 

El otro grupo es el, digamos, beligerante, el grupo que representa al calderonismo, que es decir, la ingrata lucha del ser humano por mantenerse en un poder que ya no le corresponde, como es la que quiere continuar el ex presidente Felipe Calderón a través de Ernesto Cordero, quien fuera su secretario de Hacienda y de Javier Lozano, ex secretario del Trabajo: ambos colaboradores fieles quienes contribuyeron a sacar al PAN del gobierno mexicano.

 

Así que el jueves 26 de febrero de 2014 se emitió la convocatoria con la que, por primera vez, se elegirá la presidencia del partido a través de su militancia. Pero hay reglas que hablan más de un ambiente de alta tensión que de diálogo o debate: Se acordó que los participantes firmarán un pacto de concordia “para conducirse sin agresiones y con respeto y privilegiando la propuesta partidista” (nada de miradas de fulgor extraño, indirectas, echadas verbales, chismes o caracolitos).

 

En ese tono habrá un único debate entre candidatos a presidir a un PAN que tiene una militancia tan menguada como su estado de ánimo pues su padrón consta apenas de 218 mil 944 militantes.

 

“Los señalamientos de corrupción en el PAN son recurrentes, pero lamentablemente Gustavo Madero se ha opuesto a que se investiguen”, acusa Ernesto Cordero; Madero a Ernesto Cordero y Juan Manuel Oliva: “minoría frustrada”. Uno: “descendiente de Calderón” (Cordero); otro “descendiente de Peña Nieto” (Madero).

 

Y mientras los dimes y diretes están en la cresta, les renuncia el ex gobernador de Nuevo León, Fernando Elizondo con el argumento de que hay “un alud de evidencias y experiencias que demuestran que el PAN ha adoptado como propias muchas prácticas que en el pasado combatió (…) La corrupción, la opacidad, el acarreo, la afiliación masiva, la compra y coacción del voto interno y externo, el uso de recursos públicos para fines partidistas, el clientelismo, los puestos públicos como botín, la subordinación del bien común al beneficio personal o de grupo, la mentira y el cinismo como estrategia…” “¡Qué bonita familia!”.

 

Y en esas estaban cuando renunció a ser candidata la señora Josefina Vázquez Mota –Panistas por México-; Cordero entra al quite y dice: “Josefina señala con toda claridad que la competencia no es pareja”.

 

Al mismo Cordero sí deshoja la margarita y quiere aliarse con Juan Manuel Oliva, ex gobernador de Guanajuato, quien también quiere y tiene piernas de jinete para presidir al PAN; pero el licenciado al Senado, señor Ernesto Cordero, quiere ser el presidente y no permitirá que Oliva lo sea: ¿habrá acuerdo?

 

La confronta panista está en auge. ¿Qué sigue? ¿A quién conviene? Si llegan los calderonistas a la presidencia del PAN ¿de veras rescatarán a su partido del estado de desánimo en el que se encuentra y lo restituirán a su militancia, quitándole el partido a Peña Nieto?

 

¿Madero será el presidente de un partido que mira más al presente y sin ánimos de forjarse un futuro como partido conservador de oposición, haciendo honor a este estado político, porque la oposición, en democracia, también tiene que ser honorable ¿o sí?, ¿o no?