Cuando pienso en cantinas, inmediatamente veo imágenes de tequila, amigos, parranda y buena comida. Me encanta la idea de ir a un lugar en donde todavía puedes comer una amplia variedad de botanas “gratuitas” mientras tomas la copa.
Pero, ¿cómo eran estos lugares de antaño? Salvador Novo nos cuenta que “las cantinas o bares a la manera americana, sobria y pulcra, no proceden en México, sino de la era en que gobernaba Porfirio Díaz… en las calles céntricas estaban esos limpísimos “salones” con el cantinero bien afeitado, bien peinado… altos mostradores, con una imprescindible barra de metal pulido a su pie, las mesillas de cubierta de mármol, las sillas de bejuco… los meseros atendían a los clientes con largos manteles blancos. Como complemento y para incitar la gana de beber, estaba en una mesa aparte el free-lunch, abundante, suculento y caliente que alborotaba con violencia el apetito”.
Platicando sobre este tema con Armando González, connotado poeta mexicano y amante del Centro de la ciudad, me contaba que las cantinas eran los lugares en donde se celebraban las tertulias de la ciudad.