CULIACÁN. A la menor provocación gritaban a todo pulmón ¡Chapo!, ¡Chapo!, ¡Chapo! Avanzaban lento, sacudían las pancartas y reían. Lo hacían muy fuerte, en un alarido que retaba al Estado que intentó prohibirles marchar.
Era la segunda manifestación pública a favor del jefe del Cártel de Sinaloa. Sin capuchas, con pancartas y playeras, con música y entre risas. Se sentían valientes, se asumían poderosos, se les veía en el rostro y en el andar.
¿Por qué marchan?,¿Rebeldía?, ¿Diversión?, ¿Actuación?, ¿Interés?, ¿Miedo?, ¿Un acto por convicción? La mezcla entre adultos, jóvenes y niños, hombres y mujeres, madres e hijos y hasta abuelas, de distinto origen económico y de distintas regiones de Sinaloa hace pensar cualquier cosa.
Cada uno dice sus razones, “que es injusta la captura”, “que es un buen hombre”, “que mantiene la paz”, “que es la voz del pueblo que se expresa” o “que les quedaron en dar dinero” y hasta “repartir entre el pueblo los bienes de El Chapo para que no se los quede el gobierno”.
Pero frente a todas las explicaciones individuales los une una demanda, que a Joaquín Guzmán Loera no se lo lleven a Estados Unidos.
Así, por segunda vez en menos de una semana y con unas mil 200 personas en las calles (alrededor de 400 adeptos más, en comparación a la primera vez), tomaron la Avenida Álvaro Obregón, una de las principales calles de Culiacán.
Los participantes no sólo desquiciaron el tráfico, también a la policía estatal y municipal, quienes sin estrategia pretendieron dispersar a los marchistas y terminaron envueltos en algo parecido al juego del gato y el ratón, los elementos los perseguían y ellos corrían en diferentes direcciones, se escondían o se sentaban para parecer cualquier vecino, pero al retirarse los agentes volvían a reunirse, gritar y desplegar sus pancartas.
Las 11 horas que duró este juego de poder y control, de uno y otro bando, no lo soportaron los policías, quienes violando todos los convenios internacionales para contener marchas pacíficas, portaban sus AR-15 y fusiles Galil, además de sus pistolas.
Muchos de ellos con el rostro cubierto detuvieron a todo el que pudieron, particularmente aquellos que vestían playeras y camisas blancas, un emblema de la marcha, o los que gritaban o sostenían pancartas.
Los manifestantes se resistían, pero a la vez soltaban gritos que buscaban mostrarlos como víctimas. Otros más les gritaban a los agentes, lo más común: “gracias a El Chapo comes cabrón” o “antes te le cuadrabas”.
Al final superaron las 211 personas detenidas, al menos oficialmente, de ellos 32 menores de edad, aunque los agentes aseguraban que rondaban los 300, y que fueron liberados al paso de las horas porque sólo se les podía acusar de escándalo en la vía pública, por lo que debían pagar alrededor de 300 pesos.
Pero los policías fueron más allá en su galimatías, golpearon a un periodista y a dos les robaron su equipo, pero además hicieron disparos al aire en plena vía transitada.
Desde las 10 de la mañana había comenzado la jornada de los policías que se apostaron a las afueras de la capilla de Malverde, el ladrón elevado a santo por ciudadanos, desde esa hora trataron de inhibir la salida de los manifestantes. No lo lograron, las personas avanzaron, se dispersaron, se volvieron a reunir y volvieron a caminar dispersos hasta llegar a La Lomita, donde cientos de ellos se apuntaron en una lista para recibir su paga, 700 o 500, nadie sabía cuánto. Otros más decían que El Chapo había ordenado a su hijo darle al pueblo sus bienes, por eso había que estar allí.
Y es que la convocatoria a esta manifestación, que se hizo de whatsapp en whatsapp, decía eso en unas líneas que supuestamente firmaba uno de sus hijos, Iván Archivaldo Guzmán:
“… yo su servidor estaré regalando todo lo que dejó mi padre hacia ustedes, a ustedes les pertenece, no al gobierno, ellos no quieren que nadie se beneficie, nada más que ellos, son una bola de ratas, él me pidió que se los diera al pueblo y yo cumpliré la orden, gracias de antemano por todo y no faltes (a la marcha). NO PASA NADA”.
Los jóvenes, una nueva generación y una nueva cultura que se empata con el narco, vestían a la moda y se mostraban, orgullosos portaban el número 701 que Forbes le asignó en 2009 a El Chapo, en su lista de los más ricos. Los adultos los acompañaban y quizá por primera vez se reconocían públicamente en apoyo a un capo. Alrededor, desde los autos y las banquetas, algunos los apoyaban, otros más se quejaban o cuestionaban. Pero para todos era un hecho inédito que todavía no acaba.
Por primera vez se ha asomado a las calles de Sinaloa un rostro que durante décadas había permanecido entre velos y sombras, marginal, pero que ahora se siente con el derecho de reclamar su espacio, de mostrarse, y se cree con derecho a existir, a pesar de que se vinculé con una expresión criminal como es la figura de El Chapo Guzmán.