Inicia la proyección y vemos la imagen de un hombre apuesto tomando fotos en la plaza de algún pueblo mientras, al fondo, unas mujeres indígenas venden artesanías en un puesto ambulante. Otra mujer -morena, guapa, bien vestida- pasa por ahí; el cruce de miradas es inevitable. La chica huye pero en su carrera pierde un dije, el hombre lo recoge y la persigue -en auto, corriendo, nadando- hasta encontrarla. El reencuentro se sella con un beso al tiempo que alguna canción romántica suena de fondo.
Se trata del anuncio de alguna tienda departamental proyectado antes de iniciar el más reciente éxito taquillero de Martha Higarida, Cásese Quien Pueda. Lo anterior viene a cuento porque esta cinta -protagonizada, producida y escrita por la propia actriz- no dista mucho en estética ni en filosofía a la pieza de publicidad ya descrita: tenemos a la pareja (guapos como modelos), la canción romántica, el beso, la cursilería y -muy importante- tenemos esa visión chabacana de un México de postal.
Predecible hasta decir basta, la cinta nos presenta a Ana Paula (Higareda), la típica chica fashion/fresa/cursi (imaginen a Cindy la Regia pero sin el sentido de ironía) que está a punto de cumplir el sueño de toda chica fashion/fresa/cursi que se respete: casarse, pero tipo bien. Su novio (un mirrey cualquiera) la engaña con su prima y cuando Ana Paula se entera, monta en ira, se emborracha y de alguna forma (nada plausible, pero bueno, es una comedia) termina en una aldea maya de Quintana Roo. Ahí conoce a un guapo extranjero (Michel Brown), remedo de Indiana Jones que vive con los mayas (?) y del cual, evidentemente, Ana Paula terminará enamorada.
A la pobreza argumental de esta cinta súmenle una cinematografía básica (plano-contraplano ad náuseam), un ritmo telenovelero, diálogos sin chiste, gags mal logrados (el esposo bobalicón, la hija con narcolepsia) y ese intento de Martha Higareda por emular (brincos diera) al personaje de Silvia Pinal en aquel clásico de Rogelio A. González, El Inocente (1956).
Entonces, ¿cómo entender que (al momento de escribir esto) Cásese Quien Pueda es ya la cuarta película más taquillera en la historia del cine nacional?
Cuando en este espacio tratamos de explicar (y explicarnos) el éxito de Nosotros los Nobles (Alazraki, 2013), aventuramos que apelar a la clase media habría sido la fórmula ganadora. Aquella cinta no hablaba de un México ajeno sino de uno que vemos y vivimos a diario.
El éxito de Cásese Quien Pueda puede ser consecuencia de hacer justo lo contrario. Decididamente aspiracional, la cinta retrata a un México rico, de familias que nunca sabemos a qué se dedican pero que viven en grandes casas con amplios patios o en departamentos de lujo en Polanco; un mundo donde casarse y tener hijos es la fuente de la máxima felicidad y donde encontrar esposo es el único conflicto. Todo ello contrastado con un México de pobreza extrema, donde jamás se hace énfasis en la miseria sino que, al contrario, se retrata como parte del folclore.
En una escena rumbo al final, el mirrey va hasta Quintana Roo para encontrar a su prometida; una niña maya le indica cómo regresar al D.F. y el hombre le da un par de billetes. La escena no pretende ser una broma (nadie del público ríe), pero ejemplifica a la perfección cómo es que Higareda entiende a este país.
La actriz y productora ha encontrado, al parecer, una vía de comunicación con aquel público que, si paga un boleto de cine, es porque espera a cambio divertirse pero sin riesgo, novedad o consecuencia. Un cine que no exige ni se exige nada. Un cine aspiracional, de ricos, guapos y exitosos junto con pobres, jodidos pero chistosos. Un cine que no dista mucho de la publicidad de una tienda departamental.
Cásese Quien Pueda. (Dir. Marco Constandse)
1 de 5 estrellas.